El llamado a votar ha sido un grito que se pierde en el vacío desde los albores del México independiente. El ciudadano no le ha dado el justo valor y con ello ha motivado que el poder se lo repartan grupos que mantienen su permanencia de diversas maneras, ya sea por la fuerza de las armas, el más socorrido “método” durante el siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, hasta la elaboración de los fraudes electorales en las décadas más recientes, con estrategias de presión que se fueron refinando desde la coerción e intimidación laboral, psicológica, económica, de dádivas, prebendas, acarreos y hoy, además, de la más sofisticada intervención mediática.
El voto ha sido un juego para los grupos de poder, un melifluo aparato que han hecho funcionar desde las burdas boletas para llenar las urnas semivacías, el robo de urnas, la alteración de actas, hasta la enajenación de grupos y el control de todas las instancias de organización y decisión. Se necesitan válvulas de escape como las elecciones de 1988, 2000 y 2018, donde la gente se fue con todo, aunque los resultados hayan sido diferentes.
En la época moderna tres veces se ha dado la transición pacífica de partido. Eso al menos deja en la mente del ciudadano que sí es posible, primero, votar por un candidato de su agrado sin importar el partido que lo postula. Segundo, hacer un balance del partido en el poder y decidir que, si la política manejada no es de su simpatía o no le parece productiva, puede votar en contrario para darle un giro al gobierno del país. Tercero, que el voto es su principal arma de expresión política y ciudadana.
No podemos hablar de ideología partidista cuando son 14 partidos políticos entorpeciendo los procesos electorales. La situación es para volverse locos. Las ideologías, aun con sus matices y claroscuros, no dan para tanta dispersión. Pero el pueblo debe llegar a entender que esos partidos han secuestrado la política nacional, algunos con orígenes oscuros y que muchos estorban el desarrollo de la democracia en lugar de promoverla y fomentarla.
Esa relación de fuerzas debe simplificarse, otorgarles funciones más concretas, índices más altos de exigencia electoral en las urnas para ir reduciendo la existencia de las rémoras que no tienen vida propia. Son un gasto excesivo e inútil para el país. Y además abruman y enturbian el ambiente electoral con sus artimañas. La democracia moderna no es adoctrinamiento, fanatismo, enajenación o subordinación, sino todo lo contrario.
Este 6 de junio hay que ir a votar. No hacerlo, es negar tu derecho de participación ciudadana más importante. Luego no te pongas a criticar ásperamente lo que sucede en las distintas esferas de gobierno, si ni siquiera fuiste capaz de andar unos pasos para depositar tu voto, para dejar constancia de tu decisión que entre más pensada, entre más analizada, más grande es su valor.
México debe cambiar. Los ciudadanos que transitan con su cubrebocas por la calle, los que hacen su trabajo desde casa, los que alternan sus horas de oficina o de otra actividad cualquiera, deben pensar de manera independiente, informarse de la verdad de lo que ocurre a su país, formarse una opinión propia para decidir por quién habrán de votar.
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