Todo México es el Guanajuato que nos cantó en los años cincuenta don José Alfredo Jiménez, porque «la vida no vale nada, no vale nada la vida». El valor de la vida tiene un lugar especial en la Constitución Política de México, pero ese librito de 136 artículos y un embrollo de transitorios nacidos de las increíblemente numerosas reformas, no vaga por las playas, valles, bosques y montañas de México, como El Quijote lo hizo por La Mancha, «desfaciendo entuertos» e impartiendo justicia.
Ante los hechos, aparece como letra muerta. Como una ilusa aspiración de un pueblo que ha sufrido mucho a lo largo de más de doscientos años de ejercer una supuesta soberanía para encontrar los hilos que le den un rostro a su sistema de gobierno y un valor a sus leyes que les permitan la seguridad jurídica que tienen las grandes naciones del mundo.
La principal diferencia de nosotros con nuestro admirado y odiado vecino del norte, es que en su territorio las leyes se hicieron para respetarse y normar las relaciones de quienes viven el él. Pero en el México en donde «todo se puede», las leyes sólo aparecen para importunar la vida de trabajadores modestos y carentes de influencias.
El Quijote no podría desfacer los entuertos que la mezcla de intereses políticos de partidos y narcotraficantes, de grupos de poder y caciques regionales temporales han desatado. Los homicidios asociados a asuntos políticos los contamos por día, de tal manera que se enturbia y se tiñe de rojo el escenario de estas elecciones.
El valor de la vida humana no es algo que se pueda decretar, enunciar en un documento que casi nadie conoce y quienes lo conocen no le hacen caso o lo tuercen hacia sus intereses particulares. La vida no es algo que se puede comprar o vender, pues surge de un acto espontáneo de amor, o cuando menos de gusto, entre un hombre y una mujer.
Pero la vida de los seres humanos, además de ser un concepto complejo y multifacético, no puede reducirse a una única definición. La palabra “respeto”, con una amplia gama de valores, estaría en medio de todo, con un sentimiento de veracidad y dignidad. El valor de la vida trasciende a cualquier consideración materialista.
La vida de un ser racional, capaz de autodeterminación y autonomía, de crear e imaginar, de pensar y hacer, independientemente de los preceptos filosóficos y religiosos que se le puedan abonar, adquiere un valor único. Desde un punto de vista moral y ético, el valor de la vida humana a menudo se analiza en términos de los derechos y responsabilidades que conlleva el ser humano. Estos derechos incluyen el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, mientras que las responsabilidades incluyen respetar los derechos de los demás y actuar de manera que promuevan el bien común.
Desde un punto de vista práctico, el valor de la vida humana a menudo se mide en términos de las contribuciones que los individuos hacen a la sociedad. Sin embargo, este enfoque es limitado, ya que no reconoce el valor inherente de cada vida humana, independientemente de sus capacidades o contribuciones. Esta última, es la visión voraz de un mundo inhumano que nos consume.
Hoy no hay debate en la contienda electoral de muchas regiones del país. Lo que hay es una lucha sorda por el poder, y quien estorba a los intereses, simplemente sale sobrando, como en la época de la Revolución Mexicana, por citar una etapa de convulsiones. No hay ley, no hay respeto, no hay dignidad, no hay derechos humanos…, sólo hay intereses.
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