Hemos hablado de los adolescentes, de la necesidad que tienen de encontrar formas útiles de vida en las que pueden encajar, en las que pueden sentirse cómodos para desarrollar todo ese potencial que nadie puede dudar que tienen. Entonces vienen las preguntas: ¿Qué les ofrecemos los adultos? ¿Qué ofrecen los padres, la escuela, la sociedad, los medios informativos, las redes sociales, la modernidad líquida que les rodea?
Algunos de los originales conceptos que el sociólogo de origen polaco, Zygmunt Bauman, expresa en sus libros durante las últimas décadas, antes de su muerte en 2017, sobre la modernidad y las sociedades líquidas, nos dan una idea del mundo en que se mueven. La modernidad líquida es una figura del cambio y de la transitoriedad, porque los sólidos duran, conservan su forma y persisten en el tiempo, mientras que los líquidos son informes y se transforman constantemente, es decir, fluyen.
La fragmentación de la identidad, la inestabilidad laboral, la sobredosis de información sin filtrar, la economía del exceso y los desechos, la presencia inefable de la ambigüedad moral, la desconfianza permanente en los sistemas de gobierno, la angustia patológica y la incertidumbre sobre la realidad del mundo, configuran la sociedad líquida que definió el sociólogo polaco.
En el actual momento de la historia las realidades sólidas de nuestros abuelos, la certidumbre de la vida, los cambios lentos de la sociedad y la naturaleza, el trabajo de base, el matrimonio hasta que la muerte los separe, parece que se han desvanecido. Las realidades virtuales acechan desde todas partes, desde la palma de la mano en un celular, frente al rostro en la pantalla de una computadora, con todo lo increíble que desde ahí cobra forma en las mentes y en los entornos imaginarios de los millones de usuarios de todas las edades que han perdido el gusto por un intercambio presencial.
Ahora mismo hay una enorme cantidad de personas que quieren que el mundo cambie, que sienten tener ideas sobre cómo hacer que el mundo mejore no sólo para ellos, sino también para todos los demás. Hay mucha información rondando a cada quien y, sin embargo, jamás se habían sentido más desinformados que ahora. Unos cuantos saben, unos pocos entienden, casi todos ignoran. Pero aun así, todos quieren un cambio.
Buscan un mundo más hospitalario, una sociedad más humana y generosa, una naturaleza más amigable a pesar de la hostilidad del ser humano. Se sienten más libres que nunca, pero no saben qué hacer con esa libertad ni a dónde ir, impotentes por la falta de estímulos, de alicientes para trazarse un plan de vida. Deambulan llenos de tristeza por un pasado que no volverá y cargados de angustia por un futuro que no saben si llegará.
La utopía de los cambios en el mundo, se ahoga en la desagradable incapacidad de cambiar nada. Como marionetas sin voluntad, creen entender lo que hay que hacer, pero no mueven una sola molécula de su cuerpo para transformar la realidad, para explorar el mundo de las posibilidades y vencer la incertidumbre que los abruma. El mundo se les va de la mano como el agua que resbala entre sus dedos, imposible de asir como substancia líquida.
En el mejor de los casos, quedan como individuos con buenas intenciones, pero vacíos de esfuerzos; muy lejos entre querer y ser, entre pensar y decir para por fin actuar, entre realizar los proyectos y diseños alguna vez incubados en los algoritmos neuronales de sus cerebros, como un sueño en el mundo virtual de la ideas, pero sin algo sólido a qué aferrarse para cumplir sus anhelos.
gnietoa@hotmail.com
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