La educación formal se desenvuelve con altas y baja, circunstancias distintas, interpretaciones disímiles, actividades inconexas, afanes dispersos, intenciones variadas, expectativas diversas, fuerzas contrarias y de resistencia de parte de los cuatro actores generadores de todas las acciones que están en marcha: el gobierno y las televisoras, los padres de familia, los maestros y los alumnos, quienes finalmente reciben de muy distintas formas los insumos que debieran convertirse en aprendizajes.
El gobierno hace el esfuerzo loable de cumplir el precepto constitucional del derecho a la educación hasta en las áreas más apartadas e incomunicadas, por lo que se valió de los acuerdos con las principales televisoras y empresas radiofónicas del país para llevar las clases al hogar de los alumnos. En aquellos lugares que no llega la señal aérea, los cuadernillos y libros de texto son utilizados por padres, docentes y alumnos en condiciones más complejas.
Los padres y madres de familia viven situaciones complicadas según el tiempo que dedican a sus hijos, la organización y convivencia familiar, la economía, el estatus social, el grado de armonía y madurez, la autorregulación emotiva, el interés por los saberes que pueden obtener sus hijos. La responsabilidad paterna y materna conjugadas en escenarios nunca antes vividos.
Para los maestros el mundo laboral se trastocó. Viven en un continuo estrés, igual que los padres que están pendientes de los hijos. El uso de las tecnologías de pronto se vuelve una prioridad y la improvisación metodológica desbarata la planificación didáctica más organizada. Otros enfoques, otro orden temático, una nueva metodología compartida con la televisión en sus presentaciones rápidas, que marean a los alumnos y molestan a muchos profesores que pretende planear la secuencia de los aprendizajes clave. Para todos los actores es una experiencia inédita.
Varios alumnos quizá no alcancen los aprendizajes esperados. Es lógico, porque la educación a distancia exige condiciones didácticas completamente diferentes. El espacio pedagógico no es el adecuado, falla la conectividad, el tiempo frente al televisor o la computadora suele ser muy cansado, las veloces cápsulas televisivas poco comprensibles, inexistentes los controles propios del aula y el orden y la atención dependen mucho de la observación de los padres y la voluntad de los alumnos por aprender.
Todos ponen su esfuerzo en este momento especial. Según datos de la UNICEF, uno de cada tres niños no puede acceder a clases a distancia (27 de agosto 2020) y, por lo tanto, quedan atrapados en un círculo en el cual los niños salen perdiendo. Cierto que el Sistema Educativo Mexicano no está diseñado para la educación a distancia, ni siquiera para el uso avanzado de las tecnologías en periodo normal. Pero es obvio que algo debía hacerse, y se está haciendo.
Mientras, la sociedad oscila entre la incrédulidad y la irresponsabilidad. Entre la necesidad y la negligencia. Entre quienes siguen creyendo que el virus es la creación de mentes perversas y quienes piensan que finalmente se controlará con la vacuna. Con mil matices e historias truculentas, controversiales e inverosímiles, el tiempo sigue su marcha.
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