A México le hace falta adquirir una cultura de la legalidad, construida en todas las clases sociales con el objetivo de que se respete la ley, la democracia, la dignidad humana, y verdaderamente se gobierne «cumpliendo y haciendo cumplir» lo que estipula la Constitución General de la República y todas las leyes y normas secundarias que de ella emanan. Las leyes son para que las acaten todos los órganos de gobierno y el pueblo las cumpla so pena de ser sujeto de las instancias coercitivas, también conforme la ley, fundado y motivado.
El mandato para el gobierno es «cumplir y hacer cumplir la ley». Para la sociedad, crear un ambiente de convicciones, valores, normas y sobre todo acciones, para promover en la población la idea de que el Estado de Derecho se defiende por la ciudadanía y que no se tolera la ilegalidad y la impunidad. Lo ideal es que así sea en todo momento, para que el ejemplo pase a ser un hábito y una cultura de vida para las nuevas generaciones.
Que no se recurra al derecho sólo cuando alguien resulte afectado en lo que considera “su derecho” y entonces grite que quiere justicia porque él es el afectado. Seguramente cuando le está yendo bien, los demás no le importan. Y así no se construye colectivamente una cultura de la legalidad ni un Estado de Derecho. No es con ansiedad, reacciones extremas sólo cuando resulta afectado, picos emocionales que luego se desintegran con el continuo ir y venir de la vida sin dejar una huella que haga camino.
El Estado de Derecho y la cultura de la legalidad son ambientes que constituyen un mecanismo de autorregulación personal dentro de una regulación de carácter social, que están activos en todo momento. Es clara la tendencia para alcanzar cierto grado de armonía entre la ciudadanía, respeto por los derechos humanos de todos hasta alcanzar una concepción intrínseca de que la ley se cumple porque a todos conviene que exista una certeza jurídica que nos proteja y nos iguale.
Esta vasta cultura no llega por casualidad. Hace más de quinientos años Europa luchaba por crearla con el esfuerzo y participación de la sociedad, que aspiraba a vivir mejor. Los ciudadanos exigieron a los gobiernos mejores desempeños y a los parlamentos mejores leyes, congruentes con sus aspiraciones. Esta cultura se fue formando con los años, con el tesón sincero de una necesidad sentida. No cayó del cielo, ni fue obra de un iluminado. Fue un producto social.
Una cultura con la confianza compartida de que cada ciudadano, cada persona, tiene la obligación moral y la responsabilidad de ayudar a construir, mantener y mejorar el ambiente social y las relaciones entre grupos, instituciones e individuos para conservar vigente el Estado de Derecho. Un caso contrario es el ejemplo de El Rey Sol (Luis XIV) quien murió en 1715 y dejó una deplorable impresión para la historia del absolutismo y la autocracia al suponerse un ser infalible porque su poder se lo había concedido Dios. A él se le atribuye la expresión «l’État c’est moi», es decir, «El Estado soy yo», con todo el horror que esto significa y la consternación de que un pueblo lo consienta.
Se presume que este tipo de abominaciones no deben repetirse en la historia de los pueblos y las naciones. El hombre, la mujer y el ciudadano en general, deben estar conscientes que no deben permitirlo. Las sociedades humanas deben evolucionar siempre buscando superar sus errores para alcanzar mejores condiciones de vida, en un orden superior en las instituciones que los rigen y en la convivencia con los demás seres humanos.
gnietoa@hotmail.com
|
|