Continuaré comentando la historia de mi amigo, quien me juró que no ocupaba ese encargo por vanidad o por afán de poder. Que si eso fuera, le daría otro sesgo a sus actividades y trataría de sacar todo el provecho personal que le fuera posible. Creo que es verdad, pues tuvo que usar dinero de su bolsa para no sufrir la humillación de parecer un paria en los lugares a donde iba de comisión representando a la dependencia, porque ni siquiera le otorgaban unos viáticos decorosos, o no se los pagaban cuando ya estaban devengados. En ese sentido, sufrió muchos obstáculos.
Me dijo que conocía a funcionarios de mayor rango que gastaban en un desayuno o una comida lo que tal vez él podría utilizar en un mes para gastos de representación. Me aseguró que no exageraba. Pero él era un simple “talachero” a pesar de la importancia de su gestión y de la trascendencia que podrían tener sus actividades. Aquellos de mayor rango eran los “dioses” del sistema que usufructuaban a su modo las glorias del puesto. Le pregunté si disfrutaba su trabajo. Me contestó que sí. “Hago desde mi puesto, muchas cosas que me gustaría ver en las personas que me atienden, si estuviera del otro lado del escritorio o de la dependencia. Es algo tan simple. Pero el sistema no está preparado para ofrecer su mejor esfuerzo en cuanto a la atención al público”.
Como rasero general en el servicio público, me comentó, existe mucho abuso y negligencia, muchos amarres en el ejercicio de la función, mucho despilfarro personal e intrascendente, bastante incompetencia y frivolidad, discrecionalidad en los servicios que se otorgan como favores personales, no como resultado del servicios a un público que tiene derecho a ser bien atendido, sin que se les solicite nada a cambio. Le pido a mi amigo que me permita decir el nombre de la dependencia y la entidad en que prestó sus servicios, lo cual no significaría un acto desleal a la instancia en que pasó algunos años de su vida, sino hechos concretos de personas que le dieron esa cara al servicio. No importa el tiempo pasado, son cosas que no debieron suceder, al grado que el destino laboral, profesional, de justicia, de oportunidades y solución de problemas, depende de las decisiones de personas que se sienten dueñas del espacio en donde despachan, cuando, por el contrario, existen reglamentos y normas que rigen y definen el puesto.
Yo también estuve en la función pública y lo comprendo. “México necesita, continúa diciendo mi amigo, un cambio de mentalidad, de formas de ver la vida, y una cultura de la legalidad adquirida con las bases que se crean desde
el nacimiento, para poderla llevar en la sangre. El cinismo de muchos funcionarios en algunas dependencias, raya en la infamia.” En este punto, le pregunto a mi amigo si se compromete a ser más concreto para la próxima vez que nos veamos.
Le sugiero al amable lector tomar con cautela estos comentarios. Piense que cualquier semejanza con alguna realidad conocida, es mera coincidencia. La política en México es de circunstancias. El funcionario público no siempre es el mejor, pues entre los ciudadanos hay personas muy inteligentes y capaces que jamás ocuparán un cargo de elección o designación, sencillamente porque no cuentan con un proceso que les otorgue las debidas oportunidades.
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