La bomba de vapor inventada por el ingeniero escocés James Watt a principios del siglo XVIII, perfeccionada por el condensador y el sistema para convertir el movimiento recíproco en movimiento rotatorio, permitió una amplia gama de aplicaciones. Esta nueva fuente de energía abría la posibilidad de mover máquinas grandes y complicadas y fabricar productos a gran escala que iniciarían la revolución industrial.
En 1776, cuando las Trece Colonias de Norteamérica publicaron la Declaración de Independencia, Adam Smith, profesor de la Universidad de Glasgow, en Escocia, publicó su libro “La riqueza de las naciones” que se convertiría en el documento fundamental de la economía como ciencia y en el cual sostiene la tesis de que al permitir a las personas que sigan libremente su propio interés en un mercado libre, sin regulación gubernamental, las naciones prosperarán.
Hará cosa de unos doscientos cincuenta años, casi un suspiro en la línea del tiempo si observamos la historia de la humanidad, y no sería nada desde la aparición del hombre a la actualidad. Conforme avanzó el siglo, el rápido aumento de la población, la disminución de los costes del transporte y una cultura basada en la fiebre de los inventos, fueron el caldo de cultivo para la obtención de grandes beneficios y auténticas fortunas. Los movimientos del mercado y la economía necesitaban estudiarse desde una ciencia nueva. (Cyril Aydon, “Historia del hombre” Ed. Planeta, México, 2011)
No existía un monopolio gubernamental que se reservara el derecho de dirigir el comercio interior o explotar los nuevos inventos, por lo que los empresarios ingleses (en un principio) tenían una total libertad sobre los beneficios económicos que se generaban. A principios del siglo XIX la primera etapa de la revolución industrial había concluido. México, inmerso en su guerra de independencia, ni siquiera la notó. Pero en el mundo circulaban caballos y barcos de hierro.
Mientras Darwin sorprendía al mundo con “El origen de las especies”, en sus notas dejaba asentado que «El hombre en su arrogancia piensa que su creación fue una gran obra […] Creo que resulta más humilde y más cierto considerarse descendiente de los animales». Aun con una producción creciente, todavía no se modificaban los medios por los que llegaban a las fábricas las materias primas, ni al consumidor los productos elaborados. Quedaban siglo y medio de evolución para llegar a los pedidos por internet y las entregas de todo tipo de paquetería puntuales y en correcto estado.
El dinero siempre ha significado poder. Y la revolución industrial hizo que se generaran grandes fortunas y grupos de poder a nivel mundial y en cada país en que logró desarrollarse, comenzando por Inglaterra. Para la humanidad, la revolución industrial fue un proceso de profundas transformaciones económicas, sociales, culturales y tecnológicas desarrolladas entre 1760 y 1840 en Inglaterra, asociadas a varios inventos como la máquina de vapor, el barco de vapor, el ferrocarril, la máquina de hilar, incluso la máquina de escribir.
La producción mecanizada provocó un descenso en la mano de obra y a que varios talleres artesanales fueran desplazados por los grandes centros fabriles. Generó la aparición de la clase trabajadora y con ella el origen del sindicalismo que no tardaría en desarrollarse y también de nuevas ideologías como el comunismo. Tras este grandioso inicio transformador, habrían de sucederse otras etapas con el impulso de la electricidad, la llegada de la informática y el mundo diverso de la digitalización.
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