¡Despierta, pueblo! ¡Despierta! Gritaría emocionado el zoon politikón de Aristóteles, perdiéndose el eco que retumba por más de dos mil trescientos años a lo largo de la historia de toda la esférica geografía planetaria, desde las antiguas tradiciones épicas, desde que la esclavitud era lo más común, las fronteras por definir, los pobres e ignorantes no eran considerados personas, la mujer no tenía derechos, la iglesia reprimía el avance de las ciencias y las ideas, el señor feudal era dueño de vidas y tierras, Hobbes juzgaba al hombre como lobo del hombre, Montesquieu departía sobre el espíritu de las leyes, Rousseau hablaba del Contrato Social, la Revolución Francesa gritaba con violencia los derechos del ciudadano, y dos guerras mundiales flagelaban al mundo.
Parece que el zoon politikón aristotélico ha estado gritando a todo pulmón cientos de arengas para sublevar a los pueblos del planeta y desperezarlos de su modorra e indiferencia sobre las causas sociales. Muchos pueblos atendieron el llamado en diversos momentos históricos, y México lo hizo en 1810 y 1910, pero los resultados no quedaron claros por las veleidades, intereses e ideas contrapuestas de su propia gente. Esto ha sido recurrente.
Para conocimiento de quien busca participar, están en la antesala del mundo moderno las palabras democracia, consenso social, justicia, bienestar común, voto, voluntad popular, desigualdad social, el presente y futuro de la corrupción, de la deshonestidad, los abusos de poder, la falta de respeto al voto, la agenda pública relevante, el país y el ciudadano en el centro de la intención del servicio público.
Para esto hay varias frases como producto de la reflexión de políticos, pensadores y pueblo en general, que nos dejan profundas inquietudes sobre el hacer y la participación ciudadana. Por ejemplo, dijo Hugo Weaving: “El pueblo no debería temer a sus gobernantes, son los gobernantes los que deberían de temer al pueblo”. Francisco de Miranda: “La tiranía no puede reinar sino sobre la ignorancia de los pueblos”. Juan Montalvo: “Pueblo en donde la libertad es efecto de las leyes y las leyes son sagradas, por fuerza es un pueblo libre”.
Se le atribuye a Joseph de Maistre la frase “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”, y otra similar de André Malraux reza “No es que la gente tenga el gobierno que se merece, sino que tiene a los gobernantes que se le parecen”. Ambas frases, parecidas, son lapidarias. Y ésta otra atribuida a Emiliano Zapata dice “Es mejor morir de pie que vivir de rodillas”. Todas ellas son lecciones cívicas para distintos momentos. Sin leer un volumen que defina qué es la participación del ciudadano, nos dejan en el pensamiento los avatares de un pueblo para definir su sistema de gobierno, comprometer la función pública junto a la difícil encomienda de la elección popular y la designación de cargos gubernamentales, así como la utilidad por la que fue creado y conformado tal gobierno.
La administración pública tiene muchísimas atribuciones que giran en torno a cumplir las obligaciones del buen gobierno y el servicio público. Los ciudadanos tienen el deber de evitar una mentalidad subordinada, pues como ya vimos desde el artículo anterior, son muchas las cosas a considerar en este camino arduo de darle forma a un país, asumiendo entre todos la parte de responsabilidad que le corresponde a cada quien. Desarrollar una opinión propia es una enorme ganancia. Enterarse, informarse, analizar, indagar, es un paso superior. Alcanzar el diálogo a través de un argumento informado, estaríamos del otro lado del río. Cada quien es libre de seguir a un candidato, pero con respeto a los intereses y decisiones de los demás. Sin odios ni adoraciones extremas, para no caer en el fundamentalismo o “terrorismo” político.
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