Gilberto Nieto Aguilar
La vida es un aliciente para muchos, sobre todo para aquellos que han logrado una visión esperanzadora de la vida que les permite sentir grandes deseos de vivir. Retoman o reencuentran los motivos para amar la vida y desarrollan su capacidad para superar los obstáculos y condicionamientos más difíciles. Los problemas tienen salidas y desenlaces que sirven para aprender, no para morir en vida.
A pesar de las decepciones, las pérdidas materiales, afectivas y de salud, los cambios sorpresivos, las pérdidas de seres queridos, cuando parece no haber salida y el alma llora y no entiende razones, aun en esos momentos la vida sigue siendo bella. La voluntad de vivir debe prevalecer. Que esa versión limitada de la realidad no impida ver el lado amable y agradable de la vida. Que la parte intuitiva de la persona no se contamine de emociones negativas, deprimentes y sombrías.
Afirma Viktor Frankl, creador de la logoterapia, que «incluso en las condiciones más extremas de sufrimiento, es posible encontrar una razón para vivir». En el mundo actual, el estrés y las emociones intensas, el nerviosismo y la ansiedad, provocan irritabilidad y reacciones de enfado o ira, y de continuo influyen en forma adversa en el bienestar, la salud y calidad de vida de las personas.
En el libro “Ansiedad y depresión”, de la colección Neurociencia y Psicología, Emse Edapp, Madrid, 2018, afirma Gustavo Eduardo Tafet, Doctor en psicología, que «los trastornos más comunes derivados del estrés crónico, son la ansiedad y la depresión», precisamente los estados emocionales favoritos del Siglo XXI, en especial después de la pandemia del Covid-19.
Señala María Inés López-Ibor, de la Universidad Complutense de Madrid, en los Anales de Medicina Interna de mayo de 2007, que en ocasiones se confunde la tristeza con la depresión. Sin embargo, «un síntoma aislado como la tristeza no es patológico ni constituye en sí mismo un trastorno, aun cuando sea uno de los síntomas del síndrome depresivo». También conviene observar la relación entre ansiedad y angustia, por un lado, y ansiedad y estrés por el otro.
Después de la pandemia se ha visto con sorpresa un aumento en la prevalencia de la ansiedad y la depresión en muchas partes del mundo. «La información que tenemos [hasta el momento] sobre el impacto de la Covid-19 en la salud mental del mundo, es sólo la punta del iceberg» dijo hace unos meses el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, director General de la OMS, en la publicación del “Informe mundial sobre salud mental”.
Tal parece que las personas se han vuelto frágiles emocionalmente, en especial los niños y adolescentes. Pensemos que si un adulto no es capaz de manejar sus estados emocionales para aclarar lo que siente y no ser presa de ellos, en el caso de los niños y adolescentes se requiere del apoyo de la familia, del afecto y comprensión de los padres. Los menores suelen ser sugestionables ante lo que oyen y miran en la televisión y las redes sociales, o a lo que comparten con sus iguales.
Los adolescentes juegan entre ellos sin medir consecuencias y las emociones de moda suelen ser parte del juego. Los youtubers, por ejemplo, son una influencia que puede ser peligrosa, como los que propiciaron el cutting entre adolescentes de 11 y 16 años que consistía en cortarse la piel con objetos afilados, de manera superficial. Los padres deben estar pendientes de sus hijos, dialogar con ellos, porque una plática lleva a otra y es la mejor manera de entrar en sus mundos, ser parte de ellos, acercarse y poder orientarlos y servirles de apoyo. Verdaderamente los niños y adolescentes necesitan mucho de sus padres o de quien está a cargo de ellos.
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