Cómo podrá la humanidad protegerse de una posible guerra nuclear, si no hay reglas claras ni medidas precisas que detengan la ambición de algún loco gobernante. Cómo detener la contaminación y sus efectos nocivos si no somos capaces de exigir la atención a los gobiernos del mundo, ni renunciar a ciertas comodidades, ni comprometernos a cambiar los hábitos que propician dicha contaminación.
Como sociedad, nos falta participar de manera informada con mayor entusiasmo, y no dejar que el mundo ruede mientras no falte el pan en la casa. Lo que ocurre alrededor nos afecta a todos. Y es de suma importancia informarnos para dejar de lado las actitudes confundidas, agresivas, injustificadas, sin ética, egoístas, y de poco interés por lograr una participación ciudadana que realmente pueda transformar el entorno.
¿Cómo podemos participar en este mundo que hemos creado entre todos, si no lo entendemos lo suficiente? Es claro que ninguna persona puede aprehenderlo todo, aunque tenga demasiada comunicación a su disposición. No hemos aprendido a procesar tanta información, a convertirla en conocimiento que nos haga comprender. No sabemos si hemos participado y cómo en la creación de este mundo, o si sólo somos espectadores que se dejan llevar por la marea humana.
Vemos por todas partes a pobres, indigentes, marginados y estigmatizados por la colectividad, y no pensamos si en nosotros recae alguna responsabilidad. En una sociedad injusta, hay mucho por hacer. Todos los pobres del mundo, los que mueren de hambre, sin techo, sin vestido, viviendo a la intemperie, son obligación deontológica de la sociedad y substancial razón de ser y de existir del gobierno. Una, exigiendo y asumiendo el compromiso social de participar por una sociedad más igualitaria; el otro, creando más oportunidades de progreso y desarrollo para todos.
En una sociedad más igualitaria y justa todos vivirían mejor. Los gobiernos del mundo son compromiso de los pueblos. Ya no hay gobernantes divinos que el pueblo adore por designio de Dios. Ahora, respetando las reglas de la democracia, el pueblo los elige por medio de leyes que deben ser respetadas para darles validez. Si el pueblo consciente los caprichos del gobernante en turno, el pueblo será responsable de los desatinos y abusos que se cometan.
En los últimos siglos, nos dice Yuval Noah Harari, el pensamiento liberal desarrolló una confianza inmensa en el individuo racional. La democracia se fundamenta en la idea de que el ciudadano que deposita su voto, es completamente racional, analítico, informado de una realidad social en la que vive e interactúa con los demás conciudadanos. (“21 lecciones para el siglo XXI”, Debate, México, 2019)
Sin embargo, los expertos en economía conductual y los psicólogos evolutivos ─dice el autor en la misma página 241─ han demostrado que las decisiones humanas preferentemente se basan en reacciones emocionales más que en análisis racionales e informados. Y las redes sociales y los líderes del mundo ─digo yo─ juegan con esas emociones para obtener la atención, el apego y garantizar que hagan lo que a ellos conviene. Un círculo difícil de romper, que se alimenta de la ignorancia y pasividad de la gente.
Muchos países están dominados por tiranos. En los estados más avanzados, todavía existen personas que padecen hambre y pobreza. La violencia y la opresión se adueñan de extensos territorios y los derechos humanos, la libertad y el humanismo suenan a burla cuando son pronunciados. Es muy lento el progreso en la evolución de la humanidad y es bastante el camino por recorrer, a pesar de que en los últimos siglos se han logrado saltos sorprendentes.
gnietoa@hotmail.com
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