Hace dos mil años, en el Sermón de la Montaña, Jesús dijo: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados». Pocos días después, fue entregado por la cúpula burocrática de la religión que lo vio nacer y crecer, para llevarlo a morir como un delincuente. Era la burocracia que no quería perder su poder y privilegios basados en la autoridad religiosa y el espacio político concedido por los romanos.
Es triste la tradicional postura del hombre que clama justicia para él, pero no es común el hombre que entiende que la justicia está basada en consensos y que pide que el sistema de justicia de donde vive, sea justo para todos, en todo momento, y no sólo para él, cuando tenga la necesidad de justicia, y nada más que en ese momento. ¿Qué hace el hombre y la mujer para lograr la armonía de su entorno?
Justicia, en la acepción rigurosa del término, tiene que ver con otros factores más allá de la administración buena o mala que la estructura piramidal de un gobierno benefactor o infame pueda concederle a la población como un proceso depurado o como una dádiva. Tiene que ver, además, con rectitud de conducta, con un pensamiento que entiende y acepta una cultura de la legalidad en cada aspecto de la vida.
El comportamiento y las actitudes son la expresión o manifestación de los pensamientos y creencias internas, muchas veces manejados con doble moral, porque una cosa es cuando se habla ante un público de amigos, compañeros de trabajo, familia o vecinos y otra cuando se ejecuta un acto por la gracia del libre albedrío de cada quien.
Encontramos que una persona debe tener el poder de guiar a voluntad el curso de sus pensamientos, lo que le hace responsable indirecto de sus actos en la vida. El ser humano no puede ejercer acción directa sobre el entorno y las cosas exteriores, pero sí sobre sí mismo y las inferencias a las que llega sobre lo exterior; es decir, las conclusiones que le harán tomar sus propias decisiones.
Lo que se conserva en la mente es la causa determinante de cómo se le da forma a las experiencias. Tal como es lo de adentro, así es lo de afuera. Si la persona quiere un entorno armonioso y feliz, primero tiene que convertir en armoniosos y felices sus pensamientos. Las emociones negativas son unas de las principales causantes de las situaciones desagradables que se viven. «Todas las cosas trabajan juntas para el bien y la justicia de aquellos que aman el bien y la justicia», refiere una frase de la cultura del desarrollo humano.
Cuando un hombre es consciente y llega al conocimiento de estas grandes y simples verdades, naturalmente trata de aplicarlas a su vida. Trata de crear hábitos. Pero los hábitos del pensamiento son los más sutiles y difíciles de romper y cambiar por otros. Se necesita de un gran deseo y una gran fuerza de voluntad. Los pensamientos se deslizan por el campo del conocimiento en una corriente incesante, con tal rapidez, que resulta difícil vigilarlos y dirigirlos a nuestro gusto y conveniencia para un mejor funcionamiento.
El teatro de sus actos, es el escenario donde el ser humano actúa día con día. Quizá deba hacer un inventario mental y revisar minuciosamente su vida y quizá encuentre algún rinconcito entre sus neuronas, dendritas, axones y sinapsis donde se oculten algunos pensamientos torcidos. Removerlos es la tarea. Es imposible buscar la verdad y la justicia de todo corazón, sin que el hombre pueda aproximarse a ellas. Con esa pretensión, cualquiera puede desentrañar el significado de estas dos frases y escoger la que le acomoda mejor: «Cada pueblo tiene el gobierno que le corresponde», o «cada pueblo tiene el gobierno que se merece por su ignorancia y su dejadez». Continuaremos el tema.
gnietoa@hotmail.com |
|