La legalidad es un sistema de normas que constituyen el derecho positivo de un país. Es la calidad de legal que tiene un acto. El principio de la legalidad es un principio general del derecho, reconocido en toda la Constitución General y que otorga seguridad jurídica en la medida que la práctica del derecho está más arraigada.
Esto supone el sometimiento pleno de la Administración Pública a la ley y el derecho, y significa la supremacía de la Constitución General de la República frente a todos los poderes públicos y la sujeción de la Administración a sus propias normas y reglamentos. No se trata de que los funcionarios hagan lo que se les ocurre, si no que hagan lo que tienen que hacer, lo que se traduce en las atribuciones y facultades del servidor público.
La cultura de la legalidad es la aceptación y práctica de las normas jurídicas por parte de todos los ciudadanos. Aceptar las normas debe ser un acto consiente donde es necesario conocer por qué y para qué hay reglas, y por qué son importantes. Las familias estarían obligadas a vivenciar con los niños desde su nacimiento una cultura de la ética y de la legalidad para integrar en la sociedad futura una forma espontánea de ser y de actuar.
Como dice Tena Ramírez: “el derecho constitucional es el derecho del Estado, cuando el Estado es de derecho.” Lo curioso es que en la historia de México se ha otorgado en el discurso un lugar fundamental al derecho, pero en la práctica el derecho ha sido ignorado, pisoteado, omitido, superado por las decisiones políticas y arbitrarias de quienes ostentan el poder.
De esta manera, en la proclama, el derecho ha sido el impulsor de la mejoría social; pero en la práctica, su incumplimiento nos ha llevado a la corrupción generalizada y a la hecatombe de las instituciones políticas. Una verdadera contradicción donde se observan dos aspectos fundamentales: por un lado la falta de respeto por la legalidad se traduce en inseguridad jurídica y descomposición social; y, por otro, la amenaza que impide la erradicación del autoritarismo, la impunidad y la corrupción.
El derecho y el poder son dos caras de una misma moneda que una sociedad bien organizada necesita para moverse hacia el progreso. Cuando el derecho no funciona, ni impone al poder límites claros y precisos, hay el peligro social de anarquía, despotismo o dictadura. Y cuando el poder no existe, hay un vacío de
autoridad que nulifican la realización de hechos que afecta gravemente el rumbo de una nación.
El mundo de la política es sombrío. Se maneja en varios niveles que el ciudadano común intuye y de los cuales únicamente especula. No es sólo un simple juego de inteligencias, como el tablero de ajedrez… Hay en ella algo más. Hay una forma de interpretar el mundo en cada jugador de la política, una capacidad para la realización, un estilo personal de vivir los valores, una actitud para servir a los demás... o para servirse de ellos.
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