Gilberto Nieto Aguilar
Los pensamientos, sentimientos, percepciones y actos son productos del funcionamiento del cerebro humano. Dependen de su arquitectura y su funcionamiento considerando sus componentes y la extensa red de uniones entre ellos, los modos fundamentales en que operan dichas estructuras, las señales eléctricas de la neuronas, las señales químicas entre neuronas y las señales hormonales entre el sistema nervioso y el resto del cuerpo (M. R. Rosenzweig y otros, “Psicología biológica”, Ariel, Barcelona, 2001).
Durante mucho tiempo se estudió el cerebro en simios, monos, carnívoros, roedores, aves y anfibios. El centro era la inquietud de por qué el ser humano se hallaba en la parte superior de la escala animal. Actualmente los investigadores admiten un conjunto multirramificado de líneas evolutivas cuyas comparaciones entre especies distintas proporcionan pistas sobre nuestra historia evolutiva: la filogenia de los seres humanos (Rosenzweig, p. 183-184, Op. Cit.).
Desde el ámbito científico, gran parte de las investigaciones buscan dar una explicación biológica a la conducta. El cerebro y la conducta guardan una estrecha relación: Mientras el cerebro es una entidad física, un tejido vivo, un órgano, la conducta es acción, momentáneamente observable pero fugaz. La interrelación se forma cuando el cerebro es el responsable de la conducta, y la conducta con los cambios neuroadaptativos y los procesos cognitivos pueden alterar la química y funcionamiento del cerebro.
La edad deja su huella en todos estos procesos. Por un lado, madura las funciones y evoluciona a lo que cada ser humano es o puede ser en lo individual. Y por el otro, a pesar de la plasticidad, una vida desordenada, poco cuidadosa y el paso de los años, van realizando una merma de su funcionamiento. Cabe destacar que el ritmo, la progresión y el orden de los cambios son especialmente significativos en las primeras etapas de la vida.
A pesar de toda la información que la neurología y la tecnología gestionan, el cerebro humano sigue guardando misterios. Es preciso cuidarlo para que funcione adecuadamente, aprovisionarlo de los elementos con los cuales conformará su interpretación del mundo circundante, del cuerpo humano en que se ubica y del comportamiento. La alimentación, el ejercicio, la lectura, el aprendizaje continuo y el enfrentamiento a nuevas situaciones ayudan en este proceso complicado.
La temperatura, el peso y el equilibrio de fluidos de nuestro cuerpo están cuidadosamente regulados por una red de procesos internos, donde el sistema nervioso está íntimamente implicado en todas sus fases y de lo cual no estamos conscientes la mayoría de las veces. Dado que el calor, el agua y el alimento son vitales, la homeostasis mantiene los estados internos dentro de un rango de equilibrio. (Rosenzweig, p. 474, Op. Cit.).
Un estudio del Tecnológico de Massachusetts, publicado en la revista Neuron, reveló que nuestros “circuitos” están en constante actualización para mantener la expansión de nuestro conocimiento. Así, las neuronas en la zona del cuerpo estriado del cerebro y las neuronas de la corteza prefrontal parecen sintonizarse continuamente para absorber y analizar rápidamente nueva información, es decir, para aprender.
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