Las políticas internacionales son como las venas abiertas de la globalización, ésta última tan denostada en distintas instancias y organizaciones de América Latina y de la propia Europa. Pero la globalización y las políticas internacionales conectan a todas las naciones del mundo de una u otra forma, a sus culturas y su economía, cada vez de manera más compleja. La influencia de ambas se siente en todos los aspectos de la vida, desde las comidas que consumimos hasta las costumbres, alteradas por la comparación con otras quizá más atractivas pero sin la sustancia que las creó. Las modas en el vestir, la arquitectura, los autos, los estilos de vida, los valores, las formas de pensar, hasta los conflictos que aparecen diariamente en las noticias en todos los medios y las redes sociales.
A partir de la década de los noventa, con la caída del imperio soviético, se tambaleó el socialismo mundial y la vehemente polarización ideológica que provocaba. El mundo comienza a experimentar un reordenamiento del que surgen economías, tecnologías asociadas al internet, así como cambios en los sistemas políticos, económicos y sociales en muchas naciones del mundo.
Nos narraba un alumno de secundaria, hace algún tiempo, que cuando los abuelos querían enterarse de algún suceso, salían a las calles a escuchar lo que decían los vecinos, o compraban un pasquín, o el periódico. En el caso de los padres, éstos entraban a sus hogares para ver la televisión. Hoy, ─decía─ “nosotros los jóvenes tomamos el celular para conectarnos a las redes sociales y enterarnos al instante de lo que sucede”.
La realidad digital, el ciberespacio, la comunicación satelital, las telecomunicaciones, el consumismo por internet, los buscadores de internet, las redes sociales, las conexiones múltiples o grupales, la inteligencia artificial, constituyen campos que pueden reproducir y extender los modelos sociales, económicos y culturales existentes, así como los valores familiares, sociales y comunitarios. La globalización es irreversible. Pero junto con la política también pueden expandir la inequidad, la intolerancia, la exclusión, diversas formas de violencia, fanatismos, desinformación, que baja los niveles de vida, confunde la conciencia del deber ser, y desvanece identidades.
La confesión de una contaminación atómica peligrosa (y ambiental, por deshechos y basuras diversas) ─escribe Ulrich Beck en “La sociedad del riesgo”, 2010, p. 11─, equivale a la confesión de la falta de esperanza para regiones, países y continentes enteros. “En medio de todo esto se destaca ─continúa Beck en la p. 13─ la peculiar mezcla entre naturaleza y sociedad con la que el peligro vence a todo lo que pudiera ofrecerle resistencia”. Las políticas internacionales deben contemplar los límites de tal resistencia, antes de que surja un desbordamiento incontrolable para el hombre.
Las políticas internacionales abordan problemas globales y debieran promover intereses comunes que pasen por varios niveles de conocimiento y responsabilidad. Involucran temas como la seguridad nacional, el comercio internacional, los derechos humanos, el cambio climático, la cooperación internacional, y cómo puede verse afectado el mundo en esa interrelación entre el ser humano, su desarrollo y el entorno.
Si bien hay desafíos y desacuerdos en la política internacional, la cooperación y la colaboración debieran ser fundamentales para abordar los problemas con miras al bien común de la aldea planetaria y pensar en soluciones efectivas y equitativas de la problemática global tomando en cuenta las perspectivas y necesidades de todos los países y comunidades involucradas para crear un mundo más justo, pacífico y sostenible.
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