Ante la soberbia inaudita del “Rey de la creación” la naturaleza ya dio “el manotazo en la mesa”, se ha rebelado contra la brutalidad depredadora del hombre; la pandemia existente es evidencia de ello. “Hoy, la madre naturaleza… ha jaqueado a su hija, la humanidad, por medio de un insignificante y microscópico componente (Covid-19 o coronavirus)…” que ha puesto de cabeza a más de 200 países del orbe, provocado millones de infectados y decenas de miles de fallecidos. A partir de estas dos primeras décadas del siglo XXI la humanidad amerita hacer una evaluación profunda de su comportamiento con respecto al entorno medio-ambiental y mensurar científicamente el deterioro de los ecosistemas. Debe asimilar la colectividad que para sobrevivir como especie en nuestro planeta Tierra, en nuestra “aldea cósmica”, habrá que desterrar la pervertida idea de que el “homo-sapiens” es el ente voraz que ve a la naturaleza como fuente inagotable para satisfacer sus apetitos y para lograr óptimos dividendos, en lugar de conservarla como patrimonio insubstituible, como proveedora de vida de todos los seres, incluyendo al sádico exterminador.
En su desvarío de considerarse el ente supremo (creador, inventor, descubridor, innovador, baluarte del universo), el hombre se olvida de que todas las cosas en la naturaleza no están hechas por azar, sino que cada especie ocupa su lugar “en la rueda de la vida”, que cada una tiene su rol e importancia intrínseca. Tal “engendro del mal”, arropado con vestimentas modernas y con acicaladas tecnologías, promueve agresiones al hábitat terráqueo; día a día destruye con verdadera saña la bella morada que cobija a todos los seres vivos. Acaba con las plantas que son su abrigo, su alimento y medicina, sin el menor agradecimiento, sin la más mínima consideración, sin el elemental remordimiento o sentimiento de culpa. Devasta y bombardea la tierra, contamina las aguas y enrarece la atmósfera, dejando a su paso -como el mítico Atila- muerte, exterminio, desolación, áreas inhóspitas y tinieblas en el entorno comunitario. Tanto es el afán negativo de ese ser “con cerebro evolucionado” que, además de sus tropelías antiecológicas, pretende socavar su pretérito histórico desoyendo al pensador Friedrich Holderlin, quien puntualmente precisó: “Hay que tener respeto por la naturaleza, ella es la clave de la supervivencia de la humanidad…”
A esos individuos inconscientes, ignorantes y soberbios que únicamente le otorgan valor a la vida humana, menospreciando la existencia de las otras “especies menores”, hay que alumbrarlos científicamente para que obtengan la conclusión de que la naturaleza es sinónimo de energía vital y que alberga a múltiples especies, donde la nuestra es una más, entre billones de formas; que a los humanos “nos tomó” millones de años convertirnos en la especie dominante que hoy, estulta e ilógicamente, arriesga su propia supervivencia si no detiene el loco y acelerado proceso de destrucción de la biósfera. Nuestra estirpe, con sus variantes étnicas, culturales, ideológicas y económicas, amerita asumir el compromiso –a corto, mediano y largo plazo- de conducirse racionalmente, con sentido común, acatando el básico y vertebral instinto de conservación, para prolongar y seguir disfrutando su permanencia en el planeta verde.
A continuación cedo los bártulos (el espacio, la pluma y el instrumental respectivo) al docto académico, filósofo, historiador y teólogo mexicano Enrique Domingo Dussel Ambrosini, quien aporta conceptos e ideas trascendentes con respecto a la temática abordada. Expresa que: “El yo europeo produjo una revolución científica en el siglo XVII, una revolución tecnológica en el XVIII, habiendo inaugurado desde el siglo XVI un sistema capitalista con una ideología moderna eurocéntrica, colonial, patriarcal y, como culminación, el europeo se situó como explotador sin límite de la naturaleza. Sin embargo, los valores positivos inigualables de la Modernidad, que nadie puede negar, se encuentran corrompidos y negados por una sistemática ceguera de los efectos negativos de sus descubrimientos y de sus continuas intervenciones en la naturaleza. Esto se debe, en parte, al desprecio por el valor cualitativo de la naturaleza, en especial por su nota constitutiva suprema: el ser una cosa viva, orgánica, no meramente maquínica; no es sólo una cosa extensa, cuantificable”.
Lo reitero, “hoy, la madre naturaleza se ha rebelado…Cuestiona a la modernidad y lo hace a través de un organismo inmensamente más pequeño que una bacteria o una célula, e infinitamente más simple que el ser humano que tiene miles de millones de células con complejísimas y diferenciadas funciones… La naturaleza no es un mero objeto de conocimiento, sino que es el Todo dentro del cual existimos como seres humanos: somos fruto de la evolución de la vida de la naturaleza que se sitúa como nuestro origen y nos porta como su gloria… Hoy (con el coronavirus viento en popa, causando pánico e incertidumbre) es la Naturaleza la que nos interpela con energía: ¡O me respetas o te aniquilo!”. Más claro ni el agua.
P.D. Apreciables lectores: les expreso que me incorporo a un año sabático voluntario. Agradezco su comprensión hasta el próximo comentario de “Espacio ciudadano”.
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Atentamente
Prof. Jorge E. Lara de la Fraga
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