Hay pérdidas humanas que duelen más. Marcos Pérez Córdoba se nos adelantó y nos deja un singular vacío. Al amigo lo rememoro como colega generacional, como docente comprometido, como colaborador en la DGEP, como copartícipe en la elaboración de un plan de estudios y como compañero eficiente y responsable en la BENV.
En memoria del contemporáneo Marcos Pérez y de otros profesores estimados del clan filibustero hoy comento algo del ideario pedagógico y de la trascendencia humanística del educador veracruzano (de Córdoba, Ver.) Carlos A. Carrillo, a 129 años de su fallecimiento en la Ciudad de México. Es de Justicia elemental reconocer de que a pesar de que ya han transcurrido muchas primaveras de su deceso y de que vivió únicamente 38 años, las aportaciones y sugerencias didácticas del genial didacta Carrillo prosiguen irradiando en los ámbitos formativos del presente Siglo XXI, donde lamentablemente algunos sectores reacios al cambio todavía se aferran a las rutinas medievales y a las metodologías obsoletas.
Aunque es de sobra conocido por muchos maestros, no hay que olvidar que Carrillo abrevó desde muy joven los lineamientos innovadores pedagógicos que se gestaron en Europa y en los E.E.U.U. Leyó y tradujo tales materiales y los aplicó en su quehacer formativo- humanístico, sin dejar de considerar que en más de 200 artículos, apuntes y comunicados escolares expuso a la comunidad académica y a los docentes del país, utilizando en buena medida su periódico “El Instructor” y su revista “La Reforma de la Escuela Elemental”, además de que su patrimonio técnico-académico fue compilado después en dos volúmenes públicos, en el año de 1907, por la SEP. Abordó en sus escritos y comentarios aspectos inherentes a la organización y administración escolares, a la legislación, a los presupuestos del ramo, a la didáctica general y a las didácticas especiales, a la historia de la pedagogía, sobre las bibliotecas, libros de texto, planes y programas, edificios, aulas y mobiliario escolar, además del salario de los docentes, sobre congresos y consejos, sin dejar de lado los medios y recursos para auxiliar la labor del magisterio en general.
El oriundo de las Lomas de Huilango y de la localidad de los Treinta Caballeros colaboró como catedrático un breve tiempo -en los inicios de la Escuela Normal Veracruzana- y después se incorporó a la Normal de México, a la Escuela Nacional de Maestros; entre sus expresiones, críticas constructivas y comentarios enlisto lo siguiente: Censuró el artificio, los estereotipos, los comportamientos ortodoxos y la disciplina rigorista en la actividad de las aulas. Observó en la naturaleza, en la realidad, la mejor guía o norma para encauzar el proceso del aprendizaje. Fue un defensor de la enseñanza objetiva, de los métodos concretos, inductivos y psicológicos. Señaló la necesidad del desenvolvimiento o cultivo de hábitos y destrezas, así como así como el imperativo de llevar a la práctica
preceptos morales y cívicos (“ser, no sólo parecer”). En lo concerniente a la lecto-escritura, se inclinó por un enfoque natural, inductivo, sincrético, global: de las expresiones y palabras, a las sílabas; después, a la conformación de nuevos términos. Con energía y con enojo controlado indicaba: “No, yo no comprendo al niño convertido en máquina para repetir pensamientos ajenos… todo niño implica, quiere decir pensamiento, inteligencia, corazón y vida… Educar al infante o al joven no es embodegar en su cabeza frases que otro elaboró y que para él carecen de sentido; no es vaciar en su memoria libros. Educar es enseñar a pensar por sí mismo, a discurrir él mismo, a expresar su pensamiento con palabras buscadas y combinadas por él mismo también...”
En ese mismo tenor, concebía a la educación como el desarrollo armónico de las potencialidades o fortalezas del educando. Entendía que había que poner en operatividad o ejercicio tanto el cuerpo, la mano, la memoria, como el entendimiento y la voluntad (esferas cognoscitiva, afectiva y psicomotriz). De manera reiterativa aludía al compromiso magisterial de educar para la vida, de guiar a los educandos para aprender de manera autónoma; profería: “Los libros, como los maestros, no han de decir todo al alumno, sino más bien provocar las reflexiones y los pensamientos de éste…” Adicionaba, “Y hoy que todavía algunos claman a favor del cultivo exclusivo de la memoria en las escuelas, ¿habremos de contentarnos con que salgan de los mesabancos buenos memoristas? Si en vez de eso les interrogamos a los educandos sobre cosas que aún no conocen, pero que puedan descubrir por sí mismos, porque tienen los datos suficientes para ello, entonces sí se puede juzgar del vigor de su entendimiento y de su razón, hermosas facultades que sirven a la vez a los seres humanos de apoyo y de luz en el camino de la vida…”
En próxima entrega o comentario consignaré otros datos y reflexiones del ilustre educador; por hoy culmino con su opinión sobre el tratamiento de los sucesos históricos: “Muchos creen que aprender historia es grabar en la memoria un largo catálogo de sucesos personajes y fechas…; eso ya pasa de la raya del abuso, eso constituye una verdadera tortura inquisitorial… ¡Fechas, números, acontecimientos, individuos y más fechas! y todo para qué…” Sin decirlo expresamente Carrillo siempre pugnó por “cabezas bien puestas y no por “cabezas bien llenas”, se opuso al enciclopedismo aberrante en la educación básica.
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Atentamente.
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga |
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