Con el agradecimiento póstumo al colega, les expreso que mi casi paisano, Carlos Domínguez Milián, me envió hace unos años, por apreciable conducto, dos medallas (con valor estimativo) que pertenecieron a un consanguíneo mío, al tío Edmundo de la Fraga Sousa, hermano de mi abuelo Ernesto de la Fraga y padre de la reconocida soprano huatusqueña Rosario de la Fraga Manrique. Tales preseas le fueron otorgadas a mi pariente por la Secretaría de la Defensa Nacional, en sendas ceremonias efectuadas en la década de los 40, bajo la denominación oficial de “Condecoración al Mérito Revolucionario” y presididos esos eventos por los generales Francisco L. Urquizo (autor de “Tropa Vieja” y otras novelas) y Rafael Moreno Ortega.
Resulta necesario expresar en este comentario que el inquieto tío Edmundo, entre otras cosas, se identificó desde el principio con los ideales de Madero, desaprobaba las represiones del dictador Díaz y asistió a la Convención efectuada en el Tívoli del Eliseo, el 10 de abril de 1910, donde fueron designados candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia de la República los ciudadanos Francisco I. Madero y Francisco Vásquez Gómez. Participó con entusiasmo en esa lucha social y política de los inicios del siglo XX, realizando reuniones, escribiendo misivas, integrando comisiones, trasladándose a comunidades para informar a los disidentes, elaborando volantes y artículos contra Porfirio Díaz y después contra Victoriano Huerta. Por méritos en campaña llegó después a desempeñarse como diputado local de la Entidad veracruzana, durante el período 1918-1920, cuando el general Cándido Aguilar Vargas encauzaba el destino del conglomerado jarocho.
Por cierto que allá por la década de los 50 conocí a ese “Veterano de la Revolución”, a don Edmundo de la Fraga y eso fue en la Ciudad de México, donde residía en una modesta vivienda alquilada, en la calle de Costa Rica número 45, interior 14, en el centro histórico de la populosa urbe. En esa época era un señor de edad avanzada, lúcido, que infundía respeto pero al mismo tiempo confianza; propiciaba el diálogo y hablaba reiteradamente de sus “andanzas revolucionarias”. Como chamaco imprudente y alocado de 8 o 9 años de edad, me atreví a preguntarle dónde estaban sus armas o su uniforme castrense, si es que en verdad había participado en la lucha fraticida contra la dictadura porfirista. Su respuesta fue contundente: Me expresó con emoción y vigor que sus armas en esa lucha del pueblo mexicano habían sido “su pluma”, sus sentido común e inteligencia y sus iniciativas de ley, en su carácter de diputado, para beneficiar a los niños, a las personas, a los obreros y a los campesinos.
De esas vivencias con mi antepasado por la vía materna han transcurrido casi 70 años y hoy que observo una amarillenta foto colectiva de 1920, donde está el gobernador Aguilar con todos los integrantes de la XXVII Legislatura (período 1918-1920), recuerdo que de esa fotografía mandé hacer una ampliación en 1996 para obsequiarla a la H. Legislatura del Estado, misma que fue ubicada en la Sala de Sesiones (Venustiano Carranza), de ese recinto legislativo. A manera de apunte final y toda vez que mi familiar tuvo un relativo nexo con el general Cándido Aguilar, puedo
expresarles que ese mandatario originario del municipio de Córdoba tuvo una influencia significativa en la Entidad durante 6 años, de 1914 a 1920. Con todo lo controvertida que es la figura de Cándido Aguilar, no deja de reconocérsele su aportación a la colectividad, pues a él se le atribuye la emisión de la primera Ley de Trabajo en el país y la formación de la Comisión Agraria, también el establecimiento del Departamento Universitario como antecedente de la U.V., el apoyo pleno a la Escuela Normal Veracruzana, la realización del Congreso Pedagógico de1915, así como la expedición de la Ley orgánica del Municipio Libre en 1915 y la promulgación de la Constitución Política del Estado de Veracruz en 1917.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
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