A raíz de la muerte de 2 amigos y del suicidio de un conocido, me dejé envolver en torno de una atmósfera de cavilaciones sobre la vida y la muerte y sobre la felicidad y el infortunio de los seres humanos. Al respecto, me comentaba un amigo que vamos deambulando por la existencia y no nos percatamos de todas las riquezas que poseemos. Que únicamente cuando surge un hecho trágico o cuando nos debatimos dolorosamente en medio de una enfermedad, asimilamos a cabalidad el valor de la salud, la relatividad de nuestras realizaciones, la grandeza de nuestro entorno, así como el respaldo espontáneo de los consanguíneos y cercanos.
En buena proporción- apuntaba mi interlocutor- la felicidad se halla en el compendio de “esas pequeñas cosas” que giran alrededor del individuo y que le permiten proceder con sentido optimista en la solución de los problemas. Hace poco en un cartel comercial leí: “La plenitud no está en lograr lo que anhelas, sino en valorar lo que tienes” y en verdad cuesta trabajo entender que muchos de nosotros nos lanzamos en pro de un sueño o de una legítima aspiración pero no nos percatamos cuando, en ese afán de realización, desdeñamos muchas de las cosas valiosas y significativas que tenemos a disponibilidad. Se han dado los casos de personas que en la consecución del poder político, en la adquisición de bienes económicos o en el logro del éxito, han dejado a su alrededor una secuela de tristezas, abandonos, dignidades pisoteadas, abusos, resentimientos, penas y deterioros del orden físico- orgánico. Al final del túnel, cerca de esa meta largamente acariciada, sería pertinente preguntarles a los involucrados si valió la pena el logro supremo, a pesar de los pesares, en sus controvertidas existencias.
Entre paréntesis, una señora me indicaba que ella disfruta su papel de esposa, de madre y abuela, porque se emociona ante las realizaciones de sus hijos, se congratula de la salud de su cónyuge, goza ante los primeros pasos y gracejadas de su nieto, se incentiva diariamente con la elaboración de buenas viandas para los suyos y merced a cada nuevo amanecer se revitaliza con el crecimiento y florecimiento de las plantas de su huerto. Esa buena mujer sólo se descontrola cuando surgen los imponderables de una afección o cuando ciertos peligros se ciernen sobre el núcleo familiar.
Para nada se piense que estoy en contra de la superación personal o en oposición plena a la realización de las quimeras; lo que he tratado de explicar es que de poco vale alcanzar “alturas extraordinarias,” si al paso de los vencedores van quedando dignidades ultrajadas, derechos humanos arrinconados y resentimientos diversos. Enhorabuena cuando
aparecen los triunfos en buena lid, en razón del esfuerzo tesonero, con la cara frente al sol y sin nada oscuro que esconder bajo la manga.
Va de cuento. Encontré a un señor muy enojado el pasado mes de septiembre, estaba en singular situación que “no lo calentaba” ni el sol más esplendente de la temporada. Había participado en la Lotería Nacional y falló por un solo dígito; tiene varios años participando en tal juego de azar y ha planeado lo que realizará si la suerte lo acompaña. Para nada asimiló lo que le externé por cuanto a valorar lo que actualmente posee ni tampoco pareció escuchar esos peligros y contingencias que implica obtener una fortuna de la noche a la mañana.
Todos tenemos un gran potencial existencial, heredado de nuestros mayores y fortalecido con nuestras acciones cotidianas. Hay que seguir llenando ese vaso “medio lleno” con buenos propósitos y con optimismo. Nada vamos a obtener de manera gratuita o por un súbito golpe de la suerte. Pero mientras tanto no sería nada ocioso valorar en su real dimensión todas esas pequeñas cosas que nos circundan, que nos hacen vivir y que nos impulsan a edificar nuestros sueños.
Como colofón, un comercial aeróbico: “Cuando por los años no puedas correr, trota; cuando no puedas caminar, usa un bastón, pero nunca te detengas…” Tal mensaje lo externó la Madre Teresa de Calcuta.
Atentamente.
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
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