Una bofetada más al pueblo. Antes que otra cosa exteriorizo por este conducto mi inconformidad plena, como un ciudadano común, ante la avalancha mediática originada por el sexto informe presidencial de Enrique Peña Nieto. Durante varias horas y días de este mes patrio se proyectaron y difundieron imágenes y mensajes esplendorosos del monarca en funciones, quien ve con angustia cómo el tiempo avanza inexorablemente y eclipsa su decreciente sexenio. Mientras tanto trata de impresionar a los paisanos elevando hasta la excelencia sus discutibles logros y sus “hazañas bienhechoras”, simulando ignorar que las mayorías lo reprobaron en las urnas, que los connacionales no olvidan sus errores, contubernios y desvíos, los desaparecidos y las fosas clandestinas, así como los lujos ostentosos de su persona, séquito y familiares, ni tampoco el oprobioso suceso fúnebre acontecido en Iguala, que será su distintivo sombrío o marca vergonzosa hacia la posteridad.
Hay que deslindarse para siempre de esa época de los autoelogios, de los “besamanos”, de los brindis principescos, de los triunfos pírricos, de las lambisconerías. Debemos entender que el último informe de Peña Nieto es el cerrojazo de un ciclo periclitado, el fin de una era de la clase política que se desvinculó del pueblo y vivió majestuosamente en su torre mágica de demagogia, arbitrariedad y vanidad. En este 2018 se clausura un período nefasto y emerge una nueva era de posibilidades diversas para esos sectores arrinconados en la pobreza y en la miseria. La tarea que se avecina será titánica e implicará la prueba de fuego para el nuevo régimen que pretende poner en operación un proyecto de nación incluyente, democrático y pacífico, con la intervención de todos los mexicanos demandantes de seguridad pública, de honradez en la función colectiva y de fuentes de empleo con salarios dignos.
En tal orden de ideas, son bienvenidos los propósitos positivos y renovadores de los miembros de las bancadas partidistas en el inicio de sus labores legislativas. Tanto senadores como diputados federales se comprometieron a ofrendar sus energías en pro de una ambiciosa agenda de trabajo que contemple medularmente los requerimientos torales de una ciudadanía ávida de horizontes promisorios para la República. Más que los pérfidos intereses individuales o de grupo se antepone el clamor colectivo que apunta hacia un nuevo orden social, económico y político, donde aterricen proyectos y propuestas realistas para impulsar el campo, para abolir los privilegios fiscales, para aprovechar el sector energético como palanca del desarrollo, para instrumentar políticas comunitarias, para preservar los recursos bióticos y para impulsar un singular proceso formativo que opere como el dínamo para revolucionar las conciencias, para detonar el pensamiento crítico.
Ni duda cabe que sigo siendo un iluso, un soñador pueblerino pero prefiero que así me cataloguen a que me tilden posteriormente de un cómplice pasivo de la futura “hornada gubernamental” que tendrá el mando durante el período 2018-2024. Tanto MORENA como los demás institutos políticos tendrán que esmerarse para corresponder a las altas expectativas de los electores que sufragaron el pasado primero de julio. Lamentable en todos los sentidos sería que los representantes populares repitieran las añejas rutinas del régimen en agonía; que esos “protagonistas” de este milenio se
apoltronen cómodamente en sus sillas y curules ornamentadas para recibir puntualmente sus abultados emolumentos, sin efectuar actividades inherentes a su función y responsabilidad, labores de gestoría ni actividad jurídica alguna. Ahora, desde Andrés Manuel López Obrador hasta el funcionario de menor jerarquía o empleado público de los tres niveles de gobierno tienen que trabajar a conciencia; nadie debe escabullir el bulto y sumirse en la molicie, en la irresponsabilidad y en los trastupijes. MORENA, hay que resaltarlo, está en el centro de la atención y amerita demostrar con hechos su coherencia ética, su afán de servicio y su eficiencia en los ámbitos institucionales.
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Atentamente.
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
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