Jorge E. Lara de la Fraga.
En este primaveral mes de abril me encuentro encerrado con mi esposa en mi domicilio particular, acatando las disposiciones sanitarias y siguiendo al pie de la letra las indicaciones de mis hijos, para evitar el contagio del temible virus Covid-19. Apenas estoy en la primera semana y observo con preocupación que el confinamiento físico apenas empieza; ante ello me preparo psicológicamente para canalizar positivamente mis energías e inquietudes. Por lo pronto camino diariamente en un espacio cercano a mi hogar, sin entrar en contacto con las personas y utilizando higiénicamente un tapabocas; escucho música instrumental durante los ejercicios en una “caminadora-escaladora”. Además leo novelas y textos interesantes, dándome tiempo para escribir, para comentar sobre tópicos de probable aceptación para los familiares y conocidos. Abrigo la esperanza de no entrar, en el futuro inmediato, en un estado de ansiedad, angustia y desazón, porque más allá de la pandemia vigente la vida tiene que seguir, en el entendido que la fortaleza humana vence las catástrofes y a las aberrantes crisis.
En estas tardes calurosas disfruto de la vegetación circundante, toda vez que vivo bastante cerca del Museo de Antropología, a media cuadra de la Benemérita Escuela Normal Veracruzana; desde mi terraza me sorprendo de las numerosas araucarias existentes en esta área de la localidad xalapeña y deduzco que este árbol de Sudamérica, específicamente de Chile, encontró en nuestro país las condiciones apropiadas para su desarrollo y proyección. Aprovechando mi tiempo libre investigué que tal vegetal grandioso es oriundo de Arauco, provincia del sur de Chile (Nueva Caledonia), que alcanza una altura de 35 a 40 metros, pero en su lugar de origen se eleva majestuosamente hasta los 60 metros (árbol sagrado de los Andes), haciéndose merecedor a varias denominaciones o nombres: pino araucano, pino patagónico, piñonero, pehuén. Dicho vegetal, perteneciente al género de las coníferas, requiere para su cultivo de suelos que drenen bien, clima templado - frío y con exposición de poco sol. Espero seguir ocupado en algo útil y evitar ser víctima de las notas amarillistas, de las maledicencias virtuales y del pesimismo pernicioso.
En un periódico de circulación nacional me atrajo hace poco un comentario de un reconocido médico, sobre los efectos de un confinamiento físico de larga duración; al respecto el doctor Bernardo Solís, de la Asociación Psiquiátrica Mexicana, expresó que entre el 45 y 50 por ciento de las personas en aislamiento pueden presentar el síndrome de la cuarentena. Describió que las reacciones normales serán ansiedad, temor, irritabilidad, agresividad, apatía e incredulidad,
propiciando en los individuos el consumo de sustancias y medicamentos; ante ello sugiere hacer ejercicio, comer saludablemente y dormir bien. No prestarle mucha atención a la información digital y para nada ser un esclavo o cómplice pasivo de la controvertidas “redes sociales”, toda vez que en estos tiempos de incertidumbre y emergencia se ha hecho evidente la maligna infodemia, que no es otra cosa que el exceso de información falsa y tendenciosa. Formulo mis mejores votos para que todos los connacionales esternos unidos y procedamos con inteligencia y sensibilidad humanística, marginando la mezquindad, el egoísmo, la soberbia y la mentira.
Colegas, amigos, vecinos y familiares, hay que levantar el ánimo y observar “el vaso medio lleno” ya que mientras en otros países lamentablemente han fallecido varios cientos y miles de personas, en nuestra República –hasta el día de hoy – no tenemos una cifra alarmante de defunciones. Existe el compromiso colectivo de seguir cumpliendo con las disposiciones de salud y adicionar nuestro entusiasmo en todas las acciones que realicemos. En vía de mientras, para estar en consonancia con los tiempos actuales, rememoro a Pancho Ligouri, poeta humorístico de Orizaba, que durante una epidemia del siglo pasado versó más o menos así:
“Que acabe este virus fregón
de torpes calumiadores,
pues padece nuestra nación
peste de mitomanía,
olas de superchería,
de calumnia y difamación…”
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Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de La Fraga |
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