“Decía que es inmoral que la mayor parte de la gente no tenga un salario digno para vivir. Su deseo de cambiar a México y a los mexicanos, al margen de ideologías, está vigente…”
María Teresa Juárez Vda. de Castillo
En este comentario aludiré al paisano oriundo de la huasteca veracruzana, al Ingeniero Heberto Castillo Martínez, toda vez que él – en un momento clave de mi existencia – me señaló la senda, el camino o el rumbo en mi proceder como ciudadano en la actividad sociopolítica de nuestro territorio patrio. Allá por las décadas de los 60 y 70 del sigo XX varios de los jóvenes inquietos estábamos en pleno desacuerdo con la hegemonía de un partido que “ganaba de todas todas” y con un régimen arbitrario y prepotente que castigaba, apresaba o eliminaba a sus opositores. En mi caso, por esos años de 1965 a 1966, me identificaba a plenitud con la lucha de los campesinos, maestros, médicos y ferrocarrileros; me oponía y manifestaba, entre mis colegas, mi repudio a la existencia de presos políticos en el castillo negro de Lecumberri, sin olvidarme del sacrificio de esos muchachos aguerridos que en la localidad de Ciudad Madera, Chih. ofrendaron su existencia en un ataque suicida a un cuartel militar, encabezado en todo momento por el joven profesor Arturo Gámiz y el novel Dr. Pablo Gómez. En medio de todo ello y como alumno universitario de la Facultad de Pedagogía, Filosofía y Letras, participé en el Movimiento Estudiantil de 1968 de la Cd. de Xalapa. El 26 de septiembre de ese año turbulento fuimos reprimidos en la calle de Rafael Lucio y en las rúas adyacentes (una semana antes de los sangrientos sucesos acaecidos en la Plaza de las 3 Culturas de Tlatelolco).
Esa generación inquieta, analítica y propositiva observaba en el devenir inmediato dos vías o senderos para tratar de modificar o transformar esa injusta realidad nacional: o se procedía por la vía armada, violenta, estructurando guerrillas o grupos rurales – urbanos de lucha o se convocaba a los conciudadanos a intervenir en procesos políticos, mediante la conformación de partidos políticos consistentes, autónomos y con registro oficial. Para varios compañeros y un servidor fue significativo cuando allá por la década de los 70 Heberto Castillo, rodeado de otros luchadores sociales como Demetrio Vallejo, Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Eduardo Valle Espinoza y otros, nos invitaron a formar un instituto político que, después de innumerables esfuerzos y peripecias se denominó el PMT (Partido Mexicano de los Trabajadores). Mi afiliación a ese organismo de avanzada fue un acierto y cuando en 1984 obtuvo el registro oficial nos permitió a muchos idealistas y soñadores luchar por un México mejor. Tal definición de mi rumbo existencial y sociopolítico se la debo al originario de Ixhuatlán de Madero.
Visita imprevista del correligionario. Por otra parte, les expreso que hace 32 años, en 1990, siendo Director de la Escuela Normal Veracruzana, tuve la singular distinción de recibir y atender al compañero Heberto Castillo en las oficinas del plantel rebsameniano, toda vez de que él tuvo conocimiento de que un servidor dirigía el colegio formador de docentes. Arribó acompañado de un alumno normalista y de un colega catedrático. Establecimos un ameno dialogo durante más de 45 minutos, donde salieron a relucir las actividades y proyectos que estábamos llevando a cabo (autoevaluación institucional, labor editorial, vía revista “Contrastes” y acciones en un anexo agropecuario), sin omitir las tareas en los renglones didácticos, académicos y sociales. Le enfaticé que contaba con un responsable – eficiente equipo de colaboradores y que tanto alumnos como catedráticos se desenvolvían en un ambiente de estabilidad, libertad y respaldo institucional, dejando constancia evidente en sus proyectos comunitarios y las practicas escolares. En forma concisa le reseñé a Heberto la estructura técnica – administrativa de la BENV, el funcionamiento de sus anexos, sus órganos consultivos y el personal disponible (docente, técnico, administrativo y manual-operativo).
En esa memorable ocasión el visitante distinguido me mostró su faceta de educador y de humanista. Se sinceró externándome que él hubiera querido ser un profesor, pero que sus aptitudes y facilidades hacia las ciencias exactas y las circunstancias lo habían encauzado por otros rumbos, pero que durante un buen tiempo se desempeñó como catedrático en la UNAM, en el POLI y asimismo como educador en el penal de Lecumberri, cuando estuvo preso por su participación en el Movimiento Estudiantil de 1968. Me hizo hincapié en la gran tarea que como formadores teníamos a cuestas, pues había que configurar a los cuadros psicopedagógicos y científicos–humanistas para guiar a las nuevas generaciones hacia mejores derroteros. No dejó al margen la necesidad de que los futuros docentes como los niños y jóvenes bajo su tutela tuvieran conocimientos sobre la historia y la geografía del país, asimilaran también el compromiso de defender la soberanía, democratizar la vida pública y emprender acciones para preservar el medio ambiente; ni más ni menos, él vislumbraba en esos renuevos generacionales a los futuros protagonistas de la necesaria transformación socioeconómica y política que demandaba el país. Por esas fechas el dinámico Heberto tenía 62 años y un servidor había cumplido 48 abriles. Rememoro que como Senador de la República el Ingeniero Castillo presidió la Comisión de Ciencia y Tecnología, además de colaborar en las comisiones de Ecología, Educación y Desarrollo Urbano.
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Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga |
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