Es gratificante que cada vez sea mayor la competencia en todos los ámbitos y de que se impone una idónea preparación de las personas que aspiran a un puesto o cargo; en esos mismos términos la cabal culminación de estudios en una carrera y las ulteriores especializaciones o posgrados serán determinantes para que los interesados alcancen adecuadas posiciones laborales. Lo que no es admisible es que en estos caóticos tiempos surgen casi por encanto excelentes currículums y personajes controvertidos, arropados con títulos, menciones honoríficas y “documentos singulares”, que son catapultados hacia confines supremos en las categorías institucionales, sin que haya mediado una evaluación básica de sus reales capacidades y de sus niveles de desempeño, lo cual origina en variados casos que esos “perfiles superlativos” se estrellan o se diluyen a la hora de la verdad, en la actividad académica-profesional cotidiana.
De manera lamentable, en las instituciones públicas, en los centros de cultura y en los espacios oficiales se “cuelan” y se hacen presentes esos seres engreídos, con entorchados de excelencia y con gafetes de expertos, que “se lucen” con desplantes o destellos fugaces, pero que al final de la jornada no son más que exquisitos burócratas sin propuestas sólidas ni proyectos o señales claras de liderazgo intelectual. En la realidad acontece que en varios de esos escenarios de actividad son a fin de cuentas los técnicos laboriosos, los académicos medios y los trabajadores comprometidos “los que empujan a la carreta” y cumplen con los objetivos y metas de la institución, centro laboral o empresa. Colegas y amigos me han externado el comportamiento cínico de esas estrellas refulgentes, que realizan viajes de estudio, que son becados para realizaciones específicas o aquellos que cubren períodos sabáticos y en los lapsos de rendir cuentas salen con su “domingo siete” o con su “parto de los montes”, es decir que no hubo ningún fruto relevante de sus profundas cavilaciones.
A mi entender, lo ideal y correcto sería que en las diversas instituciones, áreas de estudio o recintos laborales se cumpliera con la expresión popular y campechana: “como es el sapo es la pedrada”, que cada individuo o profesionista responda o proceda acorde con su capacidad, experiencia y perfil laboral-académico, que cumpla con las expectativas respectivas y que “no escabulle el bulto” a la hora de la verdad. En tal entendido, así como se hacen inventarios o revisiones puntuales de bienes y de recursos materiales y financieros, se justifica la evaluación de los perfiles de los trabajadores, a la luz o en el contexto de sus logros y productos, a afecto de proceder con justicia en lo tocante a categorías y percepciones de los elementos adscritos a determinada institución o dependencia. Aprovechar también, en ese proceso auditor, para propiciar promociones
o mejoras dirigidas hacia los sectores o elementos eficientes que están mal remunerados o ubicados incorrectamente en la estructura administrativa.
A la fecha persisten situaciones anómalas al interior de los organismos, planteles centros de investigación o áreas laborales, pues además de que algunas personas perciben mayores emolumentos sin merecerlo, se encuentran seres laboriosos que rinden lo requerido, cubren horarios amplios, se encuentran desubicados en el organigrama oficial y reciben salarios escuálidos. Urge que como resultado de una genuina auditoría de recursos humanos se superen vicios y omisiones (como entes supervalorados y sujetos hipomensurados) y con ello se alcance la transparencia, la justicia laboral y aterrice la ética en el quehacer colectivo.
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Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
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