En la casa de mi abuelo materno viví como tres años y medio, auxiliando a mis tías en las actividades del aseo y atendiendo en labores de la tienda de ropa que tenía Don Ernesto de la Fraga (“La casa de todos” o “La casa Fraga”), donde se vendía además de manta, percal, “cabeza de indio”, driles, tussor y encajes, ciertas medicinas, loza, algo de ferretería, libros de educación primaria y vidriería. Ahí apliqué mis conocimientos de aritmética y las nociones geométricas tanto para el cobro de las mercancías como en el cálculo de áreas. Una vez en la bodega del establecimiento encontré un baúl cerrado de madera en condiciones deplorables que, una vez abierto con unas llaves milagrosamente descubiertas, albergaba en su interior un buen lote de textos de lectura infantil-juvenil, un auténtico “tesoro del saber” que me permitió conocer e identificarme con lecturas inolvidables como Los Pardaillán, La isla del tesoro, David Copperfield, El corsario negro, Robin Hood, El prisionero de Zenda, Miguel Strogoff, Las Aventuras de Tom Sawyer, Moby-Dick, Los viajes de Gulliver, Los 3 mosqueteros, El último mohicano y otras aventuras que escapan a mi endeble retentiva. Merced a ese hallazgo bibliográfico adquirí el hábito de la lectura de extraordinarias obras escritas de carácter mundial, así como de las aportaciones importantes de autores nacionales y latinoamericanos. No fui ajeno a la creatividad genial de los clásicos: Cervantes, Goethe, Homero, Shakespeare, Plutarco, Víctor Hugo, Alighieri, Dostoyevski, Tolstói, Dickens; ni a los esfuerzos imaginativos de las plumas latinoamericanas de Juan Rulfo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Rómulo Gallegos, García Márquez, Vargas Llosa, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Alejo Carpentier.
Más adelante en mi vida laboral, resalta en mis evocaciones cuando fui responsable de un compromiso institucional interesante. En el sexenio 1974-1980 (Lic. Rafael Hernández Ochoa) y como colaborador del maestro Guillermo H. Zúñiga Martínez, recibí la encomienda de reestructurar los Centros de Iniciación Pedagógica (C.I.P.) que operaban con planes y programas obsoletos y que ante la creación de la plaza única por la SEP los egresados de esos planteles no cubrían el perfil académico básico. Con el respaldo de un reducido pero talentoso equipo humano conformado por los profesores Marcos Pérez Córdoba y Esther Olmos Castor y a marchas forzadas nos lanzamos al abordaje de esa empresa curricular, consultando biografía alusiva de autores como Antonio Gago H., José A. Arnaz y Roger A. Kaufman, para después analizar acuciosamente los planes de estudio de las normales federales, de la Escuela Nacional de Maestros y de la Benemérita Escuela Normal Veracruzana, sin dejar de aplicar encuestas a los profesores y alumnos de la CIP y de entrevistar a especialistas del ramo. A los 6 meses configuramos un anteproyecto de un plan de estudios que fue expuesto a la consideración de catedráticos y docentes en un Seminario Estatal de Educación Rural, con especial énfasis en la formación psicopedagógica y en la formación tecnológica-agropecuaria. En ese sexenio Hernández-Ochoísta surgen los CESER, el Instituto de Regularización Pedagógica y después las
Normales Semiescolarizadas y la Universidad Pedagógica Veracruzana (UPV), todo en el marco y con el aval de la soberanía veracruzana.
Por otra parte deseo manifestar para el conocimiento de las nuevas y actuales generaciones que en las décadas de los años 60, 70 y 80 del siglo pasado, no era nada fácil militar en la oposición política e implicaba sus serios riesgos oponerse abiertamente a las acciones y prácticas del régimen gubernamental en vigencia. Contemporáneos idealistas osados sufrieron ante golpizas, torturas y ausencias de libertad temporal, máxime que por esas fechas los partidos disidentes de avanzada no contaban con registro y el “poderoso tricolor” hacía de las suyas y ganaba “de todas todas”. Luchadores sociales y líderes consecuentes eran perseguidos, otros cumplían condenas infames -como presos políticos- en el penal sombrío de Lecumberri y otros lamentablemente fueron desaparecidos. Aun cuando intervine, a nivel provinciano, en el Movimiento Estudiantil del 68 y fuí integrante fundador del PMT y del PMS, no padecí encierro forzoso en una mazmorra ni fui víctima de tortura alguna, salvo las lesiones y los golpes contusos obtenidos en algunas represiones, además de amenazas verbales así como telefónicas, sin dejar de lado determinadas sanciones administrativas-laborales. Tuve la extraordinaria y singular oportunidad de conocer y hasta de dialogar con seres dignos y ejemplares como Heberto Castillo, Demetrio Vallejo, Othón Salazar, Ramón Danzós Palomino, Valentín Campa, Rosario Ibarra de Piedra y Raúl Álvarez Garín, referentes significativos en la lucha difícil y abrupta en pro de la transición democrática en nuestro país y también colosos del necesario cambio cualitativo. De manera final apunto que considero que el ser humano, antes que nada, debe poner bien los pies en la tierra, ubicarse en el tiempo y en el espacio, no dejarse manipular “ni marear” ante el canto de las sirenas ni ante los infundios y las falacias que propalan individuos deleznables. Como mexicano, considero menester conocer los renglones o aspectos torales de nuestra historia patria, así como recorrer con entusiasmo las entidades para redescubrir las riquezas y potencialidades de nuestra República Mexicana, tener conciencia de nuestras fortalezas como país y visualizar los puntos débiles o carencias que padecemos ante la ausencia de normatividad o de políticas que frenen los atentados a nuestra soberanía nacional. Sin lugar a dudas el camino es largo y habrá que empujar siempre hacia delante, no retornar a las vetustas prácticas del pillaje ni a las aberraciones del poder económico insultante de unos cuantos.
POSDATA.- Siempre recordaré emotivamente a la “Facultá” de Perú, ubicada en la calle del mismo nombre y colindante con las rúas de Xicoténcatl y Guerrero en nuestra Ciudad Capital. Era una modesta vivienda de madera y tejas donde sobrevivimos 5 o 6 pupilos de escasos recursos en la década de los 60; ahí a veces se congregaban otros compañeros para organizar una serenata, brindar por la esperanza, estudiar en equipo o para deleitarse con chayotes y elotes hervidos. Había un “pozo de los obsequios y recuerdos” y no se pagaba la energía eléctrica, porque eso se haría hasta que Jaime J. Merino (el Superintendente de Poza Rica caído en desgracia política) y otros “líderes charros” cubrieran sus deudas con el Estado; espero haber cumplido con las remembranzas de los amigos y colegas Cirilo Pitalúa Cobos y Juventino Campos Albarrán.
___________________________________________
Atentamente
Prof. Jorge E. Lara de la Fraga |
|