Jorge E. Lara de la Fraga.
Allá por 1965, hace ya la friolera de 56 años, un estimado intelectual expresaba los siguiente: “Huatusco tiene sabor y posee ese encanto típico de las antiguas ciudades empotradas en los bellos, privilegiados parajes de la mediana altura, del clima templado, del arrobador panorama y del fértil suelo, localizadas entre las montañas y el mar, con cara al oriente, embalsamadas de flores y viviendo siempre esa tranquilidad provinciana…” Puedo expresarles que en este 2021 ahí sigue en lo general esa estampa de riqueza natural siempre verde y llena de remembranzas, entre flores de izote, flor de chachana, gasparitos, hongos de encino, chayotes de diversas clases, café de altura y míticas chicatanas. Amerita destacarse que fueron los teochichimecas los iniciales pobladores del territorio huatusqueño, mismos que por el año de 1327 fundaron lo que después sería denominado como el Señorío de Cuautochco; la tribu que pobló la zona o comarca de las grandes montañas venía compuesta por dos corrientes, una de ellas se avecindó en la región cercana al Acatepec y la otra lo hizo en un recinto que bautizaron como Tototlán. Ese Señorío autóctono operó durante un buen tiempo y logró florecer en razón del trabajo creador de sus habitantes y de las riquezas naturales circundantes. Pero nada es eterno, con la llegada y el triunfo de los conquistadores españoles se destruyen las bases de la organización social y económica indígena y se obliga a los nativos a adoptar otra religión y asumir costumbres distintas.
Huatusco, durante la Colonia, fue Alcaldía Regional y después Corregimiento (en 1542), abarcando comunidades como Maltrata, Acultzingo, Orizaba, Coscomatepec, Totutla, Ixhuatlán, Chocamán,Tequila, Zongolica, Atzacan y hasta la región poblana de Quimixtlán. En la Guerra de Independencia tuvo destacada participación porque en sus ámbitos geográficos operó el incorruptible y valeroso general Guadalupe Victoria, quien estratégicamente se desplazaba en “un triángulo” para evadir a los realistas. Ese trío de espacios eran Naolinco, Puente del Rey (hoy Puente Nacional) y Huatusco. Por cierto que ya como primer Presidente de México y como héroe republicano, el General Victoria se refirió al terruño en los siguientes términos: “Mi afecto permanente hacia Huatusco; fui testigo de sus sacrificios. En esta tierra se aprovecharon mis planes de campaña y a sus hijos debí auxilios incesantes. La patria y yo les estamos agradecidos…”. Durante las épocas álgidas de la Reforma y de la Revolución Social, ese heroico Cuautochco también se identificó con las causas populares y evidencias de ello es el trato respetuoso y cordial en 1860 al Benemérito de las Américas, a Benito Juárez, durante su estancia en la localidad, en compañía de sus colaboradores Melchor Ocampo, Juan José Baz y Sebastián Lerdo de Tejada. Asimismo la ciudadanía se comportó estoicamente durante la lucha revolucionaria y con su intervención fueron derrotados rebeldes y fascinerosos durante los años 1912, 1913, 1915 y 1916.
Con respecto al tema, mi hijo Jorge Alejandro me prestó la laureada película italiana “Cinema Paradiso” (versión del Director), ampliada y corregida, misma que me despertó emociones y recuerdos almacenados al paso de los años. Si la versión comercial de esa cinta me transportó en su momento a mis remembranzas del Teatro-Cine “Solleiro” de mi tierra natal, esta segunda reproducción me permitió encontrar las motivaciones existenciales del personaje central de la película de referencia. Ese niño Totó (Salvatore), que convive y aprende de Alfredo, el operador de la sala de cine de ese pequeño pueblo del sur de Italia, triunfa en la vida y se convierte en un exitoso cineasta en las grandes ciudades, pero siempre almacena en su interior el amor hacia una joven y los recuerdos indelebles de su infancia y de su adolescencia. Es, a la postre, un hombre realizado y galardonado, pero con profundas carencias en el terreno afectivo y anímico. Después de más de treinta años retorna a su comunidad, a la muerte de Alfredo, pretendiendo darle un giro a su vida, pero su madre le indica que siga su camino y deje atrás los fantasmas y los sueños idos.
Hago referencia a esa trama del celuloide para manifestar a los lectores que con motivo de los días de los difuntos o de “todos santos” estuve el año pasado (2020) en la entrada del cementerio de Huatusco y ello propició –como cada año- que un tropel de situaciones pretéritas irrumpieran en mi pensamiento y pude constatar que los primeros años de nuestras existencias son claves o determinantes en la manera de cómo deambularemos a futuro como ciudadanos y como parte de una familia. Entendí que esos compañeros y amigos de los tiempos pasados, esos juegos y esos recintos bucólicos de la tierra natal son significativos referentes y raíces, que esos iniciales diez años de vida son los cimientos del edificio existencial que cada persona irá construyendo. Ahí, en esos primaverales preámbulos, se fortalecen los seres o, en casos críticos, se agrietan o amargan las personas, ante desgracias o conflictos que envuelven al grupo familiar.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
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