¡Detente yanqui, ya el mundo está cansado de tus estropicios militares, de tus falsos mensajes de pacificación y democracia hacia otros pueblos. La historia es fiel testigo de tus escaladas bélicas con propósitos económicos, estratégicos y de control territorial!. Allá por la década de los 50 esos “bárbaros de las barras y las estrellas” intervinieron en Corea provocando múltiples victimas en ese país asiático, destrozos materiales y conflictos entre los pobladores. Al final, en medio de la llamada “guerra fría” y del paralelo 38 como referente de ubicación geográfica, se firmó el armisticio o acuerdo favorable a los intereses capitalistas y socialistas del exterior, heredando o dejando una nación dividida desde hace 7 décadas (Corea del Norte y Corea del Sur). En ese entonces como infante de 8 o 9 años me creí las patrañas del gobierno norteamericano y gozaba comprando los cuentos gráficos (comics) de los “Halcones Negros” porque éstos salían airosos de los combates contra los perversos y malignos “demonios amarillos”. En tales secuencias se proyectaban las fortalezas morales y la inteligencia de los heroicos soldados invasores, mismos que no se amilanaban ante las escaramuzas de los enajenados comunistas del continente asiático.
En los años 60 esos denominados árbitros o jueces de las naciones del orbe se lanzaron efusivamente contra un pequeño país de sureste asiático y fue Vietnam el centro de sus brutales acciones. Como joven profesionista y con elementos de juicio, reprobé a plenitud ese proceder intervencionista; ya no fui un elemento engañado y desde mi modesta posición como docente y alumno universitario expuse de manera verbal y por escrito los acontecimientos inhumanos que se desarrollaron en esos recintos del horror, donde se pusieron en vigencia dispositivos de destrucción bioquímica y no faltó el abominable napalm para supuestamente terminar con los decididos insurgentes, para contrarrestar a esos diminutos defensores de su soberanía. El epílogo ya es de todos conocido: el imperialismo yanqui obtuvo una aplastante derrota ética y el retorno de sus huestes fue vergonzoso. Fue un regreso sin gloria, con pesares económicos, políticos y psicológicos.
“El imperio del mal y del desastre” no sólo invade territorios de manera alevosa sino que también hace jugosas exportaciones de armas, explosivos e instrumentos de depredación que vende a las facciones que luchan por alcanzar el predominio en sus pueblos o repúblicas en desarrollo. Ha incursionado de manera prepotente en países de América Latina, en África, en Asia, en Medio Oriente, sembrando devastaciones, muertes y resentimientos en todo el orbe. Cuenta con el poderío del pentágono, el jugoso presupuesto norteamericano destinado a la defensa de sus oscuros intereses y además
dispone de los servicios de espionaje desestabilizador de la tenebrosa Agencia Central de Inteligencia (CIA), la cual detecta con antelación y precisión los sitios claves de conflictos en el contexto internacional para proporcionar mayor encono entre las partes, localizar a los probables aliados de los E.E.U.U. y valorar si es viable una escalada militar o el asunto sólo requiere de la venta de instrumental bélico.
Rememoro con impotencia el comportamiento de los abusivos yanquis en nuestro continente, mismos que bajo la prédica infame: “América para los americanos” actuaron contra las autonomías de varios de nuestros países hermanos, como Guatemala, Panamá, Nicaragua, Cuba, Granada, El Salvador, Honduras; estableciendo dictaduras militares en Venezuela, Colombia, Argentina, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Chile, sin dejar para nada en el olvido las intervenciones gringas que sufrió nuestro país en 1847 y en 1914, con la pérdida de más de la mitad del territorio mexicano que se apropió el gobierno anglosajón. Múltiples afrentas y humillaciones habrá que cobrarles a ese “coloso decadente” que fue humillado en Vietnam y recientemente en Afganistán, sin dejar de mencionar su torpe accionar en Irak, donde nunca se hallaron evidencias mortíferas de carácter nuclear.
Por cierto, la guerra contra el terrorismo de la administración de Bush (hijo) fue una falacia. “La invasión a Afganistán, en 2001, no fue una respuesta al 11 de septiembre; estaba definida y planificada desde el mes de julio del mismo año, bajo la máscara de una intervención humanitaria para restaurar la democracia… Tal intervención violenta de los E.E.U.U. y sus socios de la OTAN respondió a la intervención de los gigantes petroleros angloestadounidenses, aliados con los máximos fabricantes de armas. Afganistán resultaba estratégico, porque bordea el corredor de la ruta de la seda y porque se ubica en el centro o eje de 5 potencias nucleares: Rusia, China, Pakistán, India y Kazajistan, además de contar o disponer de diversos minerales como el litio en sus tierras raras, esenciales para las nuevas tecnologías militares, computacionales y espaciales…” Hoy, después de 20 años de sus felonías, con su descalabro ético – militar – político en ese territorio indómito donde fracasaron históricamente las huestes mongolas, macedónicas, inglesas, soviéticas y norteamericanas, el imperio en crisis del Norte observa con incertidumbre y enojo la vinculación de China y Rusia con los Talibanes victoriosos.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga |
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