Hace algún tiempo en una convivencia informal un hombre rústico, ya entrado en años, nos expresaba a todos los presentes que cada individuo tiene sus particulares “gracias”, que cada persona posee aptitudes específicas para desempeñarse con eficiencia en una labor determinada o para tener éxito en una profesión o en un oficio. Ese mismo compañero ocasional también aseveraba que si bien todos podríamos triunfar en razón de nuestras potencialidades intrínsecas, muchos lamentablemente no han logrado lo óptimo por encaminarse hacia senderos distintos a su misma naturaleza. Hago referencia a lo anterior porque en verdad, así como se habla de diferencias individuales, que son las existentes entre los elementos de una comunidad, también es necesario apuntar lo inherente a las diferencias introindividuales, mismas que se explican en el sentido de que una persona puede ser hábil en unas cosas, de regular desempeño en otras y carecer de recursos propios para efectuar determinadas labores. Es decir, el ser humano tiene en sí mismo sus fortalezas y sus debilidades. Al respecto el hogar y la escuela, tanto los padres como los maestros, deben unir fuerzas y encauzar apropiadamente a las nuevas generaciones por el camino preciso, detectando las virtudes de ese material humano bajo su responsabilidad. Muchas veces los mayores obstaculizamos a los infantes o adolescentes que anhelan desenvolverse en determinada dirección y por comportamientos torpes y prepotentes propiciamos que se escabullan vocaciones o empujamos a jóvenes por sendas equívocas, donde se van a proyectar en términos mediocres y poco trascendentes.
La vida contemporánea nos permite disponer de recursos técnicos para actuar en consecuencia; si un padre o una madre desean lo mejor para su renuevo pueden solicitar que al muchacho en cuestión se le apliquen pruebas o tests de diversa índole, por personal capacitado, a efecto de obtener un diagnóstico de las habilidades, intereses y capacidades del interesado y en razón de ello determinar las opciones más viables de estudio, de desempeño laboral y de ámbitos del orden profesional, donde dicha persona podría explayarse mejor en el futuro. Mal proceden los progenitores que no respaldan a sus descendientes cuando los dirigen por horizontes distintos a sus singulares posibilidades, así como también actúan incorrectamente algunos profesores cuando frenan los ricos patrimonios de realización espontánea de los niños y jóvenes a su encomienda. Tan fácil como sería dejar que los educandos procedan sin restricciones enfermizas y medievales, operando con sensibilidad pedagógica para tender “puentes de esperanza” y senderos de genuina realización humana.
Cuando observo el desempeño de un responsable ebanista, también el trabajo de un ameritado albañil o la tarea de un eficiente fontanero, puedo decir como mis mayores que “un oficio bien vale una hacienda”, razonando en tal contexto que la persona identificada a plenitud con su actividad cotidiana es un elemento triunfador y exitoso, no así muchos otros individuos que deambulan tristemente sin rumbo por la vida, con un titulo bajo el brazo, con escaso interés hacia su desempeño laboral y efectuando actividades ajenas a los estudios cursados en una institución del nivel superior.
Quienes viven en sincronía con su naturaleza son plenos y felices, son triunfadores, desde el artista que pulsa un instrumento de cuerdas con donaire y delectación, el
profesional que se vuelca emocionalmente en su tarea, hasta el herrero que metamorfosea el hierro candente en una estructura estética. Desde nuestros amaneceres existenciales todos venimos pertrechados con nuestras virtudes y potencialidades, mismas que debemos cultivar. México está demandando mejores cuadros generacionales en estos momentos de emergencia; es de desearse que los futuros ciudadanos se desarrollen integralmente, en razón directa a sus potencialidades, en el entendido de que si somos triunfadores en lo individual, ello se reflejará lógicamente en lo colectivo, todo dentro de un proyecto nacional congruente, patriótico y soberano.
Atentamente:
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
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