Considero que muchos anhelamos un mundo de fraternidad, donde tanto creyentes – de las diversas iglesias y variantes – como no creyentes, amalgamen pensamientos y sentimientos de mejoría general y de proyección humanitaria. Al respecto recuerdo al Papa Juan XXIII (el Papa Bueno), que en una de sus intervenciones en los años 60 preconizaba que podían convivir tanto cristianos como marxistas en derredor de proyectos positivos y de programas encomiables. Lo que enfrenta a los seres humanos son sus flaquezas morales, sus egoísmos y sus banalidades. Lo deseable es que como comunidad pensante retomemos el rumbo de la tolerancia y nos identifiquemos con civilidad. El homo sapiens del siglo XXI es el mismo en todas partes, tanto en América como en el resto del orbe y todos estamos expuestos a los dictados de la madre naturaleza. Más que pensar en una existencia supra terrena, bien valdría la pena que todos nos pusiéramos a reflexionar en el valor de la vida objetiva, la que se desarrolla día a día ante nuestros ojos, a efecto de mejorarla para bien de nuestros inmediatos y para nosotros mismos.
Resulta común la situación de personas que se escudan en poses místicas y se exhiben bondadosas hacia el prójimo, pero a la hora de la verdad sólo cubren hipócritamente las apariencias. Sería saludable que cada uno de nosotros se hiciera su propia evaluación y se calificara a la luz de sus hechos, sin permitir en ese autoanálisis la presencia de “la doble moral”, donde las aseveraciones se contraponen a los sucesos. Por ese camino bien se podrían superar aberraciones, como el de ver “la paja en el ojo ajeno y no observar la viga en el propio” o el de ser bastante complaciente con el proceder personal, pero operar como inflexible fiscal con los demás. De manera muy particular analizo, a manera de ejemplo, cuando “personas notables” se escandalizan sobremanera por lo que efectúan determinados vecinos o conocidos y ellos se sitúan al margen de las debilidades mundanas, enarbolándose como faros de las virtudes y atreviéndose a emitir sanciones para los infractores, en el marco de reglas morales ortodoxas.
Seres supuestamente virtuosos pontifican en abstracto el sentimiento de perdón y de fraternidad, pero a la hora de las determinaciones reaccionan de manera cruel y arbitraria contra los demás. Hablan de ofrecer la otra mejilla, pero en el momento decisivo son los sádicos implacables. Los grandes novelistas han aprovechado a las mil maravillas esa condición humana veleidosa y contradictoria; en sus principales personajes pintan de cuerpo entero las virtudes y las deficiencias del ser pensante, particularmente de esos “pináculos de excelsitud” que se ostentan como modelos a seguir y que en su quehacer cotidiano se proyectan soberbios, mezquinos y envidiosos.
Aprovecho el espacio y el tópico para insertar unos mensajes del pontífice Francisco quien, ante la problemática contemporánea y la incertidumbre pandémica, nos precisa y alecciona: “Ser feliz es dar gracias cada mañana por el milagro de la vida. Ser feliz es no tener miedo de tus propios sentimientos. Ser feliz es dejar vivir la criatura que vive dentro de cada cual de nosotros, libre, feliz y sencilla… La verdadera alegría viene de la armonía profunda entre las personas, que todas experimentan en su corazón y que nos hacen sentir la belleza de estar juntos, de sostenerse mutuamente en el camino de la vida…” Concluye el Papa en los siguientes términos: “No es necesario creer en Dios para ser una buena persona…Uno puede ser espiritual y virtuoso pero no religioso. No es necesario ir a la iglesia y dar limosnas. Para muchos, la naturaleza puede ser una iglesia. Algunas de las mejores personas en la historia no creían en Dios, mientras que muchos de los peores actos (realizados por seres ruines y perversos) se hicieron en su nombre…”
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
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