Este tópico lo desarrollé hace como 5 años, pero creí prudente reiterarlo. Es un asunto relacionado con nuestra controvertida naturaleza humana, donde considero que ninguno puede decirse ajeno al mismo, pues unos más y otro menos nos vemos reflejados en las conductas engañosas y en comportamientos de poca honestidad. Ocurre –se da el caso- que nos preocupamos supuestamente por las penas y las tribulaciones ajenas, pero en el fondo gozamos o nos interesan en escasa proporción las desgracias y los descalabros de los conocidos. Resulta común la situación de las personas que se escudan en poses místicas y se exhiben bondadosas hacia el prójimo, pero a la hora de la verdad sólo cubren hipócritamente las apariencias. Saludable en todos sentidos sería que cada uno de nosotros se hiciera su propia evaluación y se calificara con objetividad a la luz de sus hechos, sin permitir en ese autoanálisis la presencia de “la doble moral”, donde las aseveraciones se contrapongan a los sucesos. Por ese camino bien se podrán superar aberraciones, como el de ver “la paja en el ojo ajeno y no observar la viga en el propio” o el de ser bastante complaciente con el proceder personal, pero operar como inflexible fiscal con los demás.
De manera muy particular analizo con interés, a manera de ejemplo, cuando personas notables se escandalizan sobremanera por lo que efectúan determinados vecinos o conocidos y ellos se sitúan al margen de las debilidades mundanas, enarbolándose como faros de las virtudes y atreviéndose a emitir sanciones probables para los infractores, en el contexto de reglas morales ortodoxas. Más extraño me resulta entender ese comportamiento, cuando a la luz de los recuerdos rescato que esos especímenes mojigatos, en determinada época, actuaron en forma por demás atrevida, impúdica y locuaz. No se vale enaltecerse como ente supremo cuando también en su interior tiene uno “cola amplia y percudida que le pisen”. En el mismo orden de ideas, es poco aceptable que sujetos con múltiples imperfecciones se escuden en un ideario religioso para esconder su problemática y desde ahí se transformen en falsos redentores de la realidad circundante, predicando el afecto al semejante y pretendiendo eclipsar con ello sus sombrías motivaciones. Ante un suceso concreto, donde un grupo de personas lucha por sus legítimos derechos, esos virtuosos se atreven a sugerir que a esos revoltosos se les reprima para imponer el estado de Derecho. Pontifican en abstracto el sentimiento de perdón y de fraternidad, pero a la hora de las determinaciones reaccionan de manera cruel y arbitraria. Hablan de ofrecer la otra mejilla, pero en el momento álgido son los sádicos implacables. Los grandes novelistas han aprovechado a las mil maravillas esa condición humana veleidosa y contradictoria; en sus principales personajes pintan de cuerpo entero las virtudes y las deficiencias del homo sapiens, particularmente de esos pináculos de excelsitud que se ostentan como modelos a seguir y que en su quehacer cotidiano se proyectan soberbios, mezquinos y envidiosos.
Quiero contarles que vi parte de una película donde se retrata a una comunidad retrógrada que acusa con índice flamígero a una profesionista inocente (enfermera escolar),
señalada –sin evidencias ni pruebas contundentes- de haber procedido sexualmente contra algunos escolares de nivel básico. En tal pueblo chico e infierno grande a la vez, con muchos prejuicios en el ambiente y con mentes obtusas en el campo de la administración de la justicia, se hace declarar a hijos y a padres involucrados para condenar públicamente a la enfermera de agresión sexual y de maltrato físico. La gente se ensaña con la detenida y las autoridades dictan sentencia de varios años de reclusión en el penal regional. El abogado defensor investiga a fondo el asunto y después de varias peripecias se aclara que esas tropelías cometidas a los infantes se efectuaron realmente al interior de sus respectivos hogares y que esas “buenas conciencias” de la localidad manipularon a los demás para inculpar a la infeliz protagonista.
El obispo de Roma, el pontífice Francisco emite mensajes sobre el particular: “Se prefiere fingir en vez de ser uno mismo. Fingir impide la valentía de decir abiertamente la verdad y así se escapa fácilmente la obligación de decirla siempre, sea donde sea y a pesar de todo. En un ambiente donde las relaciones interpersonales son vividas bajo la bandera del formalismo, se difunde fácilmente el virus de la hipocresía”. Asimismo, el Papa alude a la doble moral que mantienen aquellos que se dicen buenos cristianos mientras cometen actos opuestos a los principios y a la fe: “Están los que dicen, soy muy católico, siempre voy a misa, pertenezco a esta asociación… Pero en realidad, mi vida no es cristiana, no le pago a mis empleados salarios apropiados, exploto a la gente, hago negocios sucios, blanqueo mi dinero, llevo una doble vida… Hay muchos católicos que son así y es un escándalo… Cuántas veces hemos oído decir: si esa persona es católica, mejor ser ateo”.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
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