A finales de las semanas pasadas, tanto el domingo 26 de enero como el domingo 4 de febrero, se efectuaron dos eventos deportivos de singular importancia internacional. En principio les manifiesto que en la final de tenis de Australia (Melbourne) se agenció el supremo triunfo el suizo Roger Federer, alcanzando con ello 20 gallardetes o trofeos de Grand Slam, único representante masculino en llegar a tal cifra, siendo catalogado ya como el mejor tenista del orbe; por otra parte, siete días después, en la ciudad de Minneapolis, en la Unión Americana, en el Super Bowl 51, se hizo realidad el sueño de Filadelfia cuando derrotó al orgulloso equipo de Tom Brady (Los Patriotas de Nueva Inglaterra), a manos, audacia e inteligencia del mariscal de campo suplente Nick Foles, para posar en todo lo alto el trofeo Vince Lombardi de la NFL. Realizo o hago todo el preámbulo anterior porque pretendo hacer un comparativo entre lo que acontece en los escenarios atlético-deportivos y lo que sucede en la atmósfera de la política mexicana, cuando se avecina la sucesión presidencial del 2018.
Mientras en las pistas, en los campos y áreas de competencia se respira la lucha leal, civilizada, de poder a poder, sudando y dando lo mejor de sí, respetando las normas establecidas, observamos y comprobamos que en la justa preelectoral o electoral se hacen presentes las prácticas innobles, “los piquetes de ojos”, la utilización de mentiras y rumores, los “golpes bajos”, las descalificaciones humillantes, así como los fraudes y “la compra de voluntades” y sufragios. Se dice en tales círculos perversos que en la lucha por el poder todo se vale; las reglas se quebrantan y las autoridades respectivas se ignoran, siendo a veces éstas cómplices por omisión o por encargo. Así vemos como se ataca de manera inmisericorde y enfermiza al candidato que encabeza las encuestas, tildándolo de enajenado, ocurrente, traidor y mentiroso; pregonan los sicarios publicistas del partido tricolor que el tal AMLO tiene nexos con Maduro y Putin, que venderá el petróleo a Rusia, haciendo mancuerna con el dirigente venezolano, sin aportar pruebas o evidencias de tales infundios.
No cabe duda que existe una gran distancia entre el deporte y la política; en los estadios, canchas y pistas triunfan los mejores preparados. Los atletas se ajustan a disciplinas espartanas, los entrenadores y técnicos auxiliares apoyan física, técnica y mentalmente a los protagonistas de los cotejos y el público va a deleitarse y emocionarse con los lances intrépidos, las jugadas insólitas, con las competencias aguerridas donde se sancionan las trampas y las rudezas innecesarias. Al final de la contienda los aficionados aceptan el resultado, el marcador o el dictamen, aunque sea adverso a sus preferencias, pero todos o la mayoría concluyen que imperó la justicia. Tal cosa, por desgracia, no se hace vigente en la atmósfera de las urnas, del papeleo electoral burocrático, de los sondeos rápidos, en la contabilidad de los sufragios y durante el sombrío proceso cibernético donde suele “caerse o desajustarse” el sistema. Por ello y otras aberraciones adicionales los mexicanos guardamos nuestras reservas, anhelando que ahora sí en este año se respeten los resultados legítimos y que se alce con
la victoria el elemento que posee los mejores atributos personales y los idóneos proyectos o propuestas nacionalistas para impulsar con visión de futuro a nuestra aporreada Nación.
Por lo pronto y de manera particular agradezco y reconozco lo realizado por Federer y Čilić en el torneo tenístico de alto nivel competitivo en Australia; también me adiciono a la alegría de los habitantes de Filadelfia, pues su equipo “cenicienta” de futbol-americano le puso el cascabel al gato a la “escuadra invencible” de Nueva Inglaterra. Esos acontecimientos, posiblemente de poca importancia para varios lectores, representaron una píldora de optimismo para mi persona, haciéndome entender que no todo está perdido y que en otras latitudes y recintos de lucha se están gestando hoy acontecimientos favorables para las mayorías necesitadas.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga |
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