El siglo pasado significó una extraordinaria etapa para la humanidad en lo concerniente a los estadios científico-tecnológicos y en el área político-social. Si bien algunos descubrimientos y aportaciones se destinaron a provocar zozobra y tragedia en ciertos lugares del orbe, se constataron múltiples éxitos en la confección de medicamentos, vacunas y antibióticos; fuimos testigos de innumerables aparatos fabricados, de vehículos especializados, de dispositivos y maquinaria para el cultivo y recolección de vegetales, la aplicación de energías alternativas renovables y de sistemas de comunicación. Es de suponerse que en este nuevo siglo y milenio la sociedad mundial se verá beneficiada por nuevos logros y éxitos, producto de la investigación objetiva del macro y del microcosmos.
En muchos de nuestros planteles de educación básica y media básica todavía nos movemos en derredor de un círculo caduco, donde imperan las sesiones aburridas, los contenidos farragosos y las prácticas memorísticas, sin dejar de mencionar que muchos contenidos programáticos relacionados con las ciencias naturales son transmitidos a los infelices escolares de manera abstracta, mecánica y fría, sin mediar para nada la “labor hurgadora” de los educandos y el uso de una metodología teórico – práctica que se sustente en los pertinentes dispositivos didácticos. De manera inapropiada en nuestro país todavía estamos atados a determinadas rutinas tradicionales en varios ámbitos escolares, con un verbalismo a plenitud y con la concepción retrógrada de que la opinión del maestro es el dogma a obedecer.
El joven y el niño se interrogan sobre todo lo que ocurre alrededor y ello es bastante saludable; lo que no está bien es que los mayores no le demos la importancia debida a sus inquietudes, a sus dudas o necesidades inquisitivas. Si reiteramos que nuestra educación es laica habrá de procederse acorde con el correspondiente principio y ante ello la ciencia predominará sobre la “verdad revelada” y sobre los afanes oscurantistas. Tengamos siempre presente que la institución pedagógica es el templo del análisis y de la reflexión y todas las aseveraciones deben pasar por el tamiz de la valoración objetiva y sistemática; en ese recinto del saber de la ciencia no pueden faltar la observación, la experimentación, las hipótesis y la comprobación.
Hago votos porque a partir de este año 2018 se destinen más recursos y presupuestos al campo de la investigación científica y tecnológica en nuestra Patria y que esos ciudadanos del futuro, niños del presente, tengan todas las facilidades para armar y desarmar objetos, para observar con libertad las cosas de su perimundo, para deambular con espontaneidad en el esclarecimiento de los enigmas. Que en su entorno construyan sus
sueños y que vean más allá de los muros absurdos que levantamos a su febril paso los adultos. Vislumbro con emoción contenida la posibilidad de que en el devenir se multipliquen los laboratorios escolares, las aulas dinámicas, los museos interactivos y los espacios de recreación científica en las instituciones públicas.
Se impone poner en operatividad modelos psicopedagógicos que encaucen a los niños y jóvenes por los senderos de su autoformación, por los valles prolíficos de la producción y de la industrialización. Ya no es viable enclaustrarnos en las aulas sombrías del colegio y pretender hacer de nuestros educandos eficaces repetidores mecánicos de sucesos o de fenómenos naturales.
Atentamente.
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
|