Algo está muy claro: para la ineptitud y la mediocridad no existen fronteras de tipo partidista ni obstáculos de carácter ideológico; así como en el pasado reciente proliferaron o aparecieron entes torpes y envanecidos en los regímenes tricolores y albiazules, hoy también en la estructura oficial morenista se localizan especímenes lerdos y engreídos que en su actividad cotidiana ponen en evidencia a su partido, a su movimiento transformador y a su líder nacional. En mi experiencia como empleado público, en el ramo educativo, me desempeñé como colaborador, auxiliar o asesor, pero asimismo operé como responsable de un área, de un departamento o de una subdirección, abrevando experiencias y vivencias de diversa índole. Pude observar la labor responsable, eficaz y dedicada de algunas personas pero también fui testigo de irregularidades e incumplimiento de las normas; conocí a elementos ubicados en proyectos vinculados con su capacidad y experiencia, así como detecté el desempeño errático y lamentable de individuos ignorantes de la problemática institucional y carentes del perfil para las funciones encomendadas. Así que desde esa plataforma vivencial, desde mi “atalaya personal”, me atrevo en esta ocasión a manifestar algunos puntos de vista, a externar comentarios sobre jefes o funcionarios que están proyectando una mala imagen ante sus subordinados y ante la colectividad.
En principio hago referencia a ciertas contradicciones y “horrores” que acontecen en las áreas institucionales:
a) El individuo supuestamente conveniente que arriba al cargo directivo sin conocer la urdimbre ni la dinámica del área bajo su responsabilidad y que opera al margen de los lineamientos establecidos.
b) El jefe “revanchista” que en un tiempo fue subordinado dócil y servil, pero al ascender al puesto de confianza actúa con inflexibilidad, con dureza innecesaria y se agencia el lógico repudio de sus colaboradores.
c) El funcionario que delega acciones importantes, que firma o respalda sin conocimiento pleno de las cosas y todavía se ausenta constantemente de su ámbito de mando.
d) El responsable o jefe que desconoce las dificultades para llevar a efecto determinadas tareas y que enfatiza proceder con premura, súbitamente, sin mediar planeación ni la básica capacitación para los colaboradores involucrados.
e) El jefe “colocador de cuates”, que ubica a compañeros e incondicionales en puestos claves, sin importarle los riesgos ni los descalabros negativos futuros.
f) El personaje vitriólico y “enfermo” que ve “moros con tranchete”, que busca culpables de sus yerros y omisiones, con el agregado de que almacena odios y resentimientos contra ciertos colaboradores y apoya plenamente a sus preferidos.
Con sustento en lo antes mencionado, se estima pertinente preparar “cuadros directivos” eficaces, con preparación técnico – administrativa, con sensibilidad social, con firmeza y con equilibrio emocional, para que en el terreno de los hechos actúen como dirigentes idóneos para encauzar los esfuerzos de sus colaboradores y ejerzan liderazgos positivos. A final de cuentas lo que se anhela es que los directivos y jefes apropiados se ubiquen en la realidad, que sus órdenes sean factibles, a efectuarse en el tiempo razonable; que tales funcionarios posean autoridad moral y permitan acciones conjuntas, en comunicación permanente, sin omitir el respeto a la autoridad, a los colaboradores y otorgándole importancia especial tanto a la responsabilidad compartida como a la eficiencia. Porque más allá de las filiaciones partidistas o de ideologías y creencias, en toda institución oficial debe anteponerse el servicio a la comunidad demandante, todo en el marco de la normatividad en curso. Adicionaría la urgente necesidad de poner en ejecución, en cada oficina, departamento o área gubernamental, el establecimiento de contralorías ciudadanas independientes, para que éstas valoren con objetividad el desempeño oficial y con sus conclusiones – recomendaciones se mejore paulatinamente el servicio ofrecido a la sociedad.
No sé, más bien no me acuerdo, donde escuché que “hay que sacar agua hasta de las piedras” y tal expresión me sirvió de maravillas para aplicarla allá por el período 1974 – 1980, cuando me desempeñé como responsable de un departamento técnico educativo y después como titular de dos subdirecciones estatales de carácter académico – pedagógico. Sucedió que tenía en ese entonces a dos empleados de base que se caracterizaban como seres ineptos o como haraganes y sólo ocupaban un escritorio o espacio durante el horario que tenían establecido, sin aportar evidencias laborales. Dialogué con los dos y les expresé con claridad que ellos ameritaban cambiar de actitud porque estaba seguro que poseían habilidades y preferencias para hacer cosas provechosas. Uno de ellos - me dijo – era hábil para engrapar, compaginar y empaquetar; el otro tenía buena letra y me propuso ser el “rotulista” de los expedientes diversos, clasificar la correspondencia recibida y responsabilizarse del archivo del área de trabajo. Como remate sólo adiciono que esas personas demostraron con hechos a sus compañeros que no eran unas rémoras y se agenciaron finalmente el aprecio general. El “superior” o jefe amerita consignar: todos somos útiles y todos unidos podemos empujar mejor la carreta.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga |
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