En verdad me resulta saludable no abordar en esta ocasión un tópico de carácter político-social o enfrascarme en un tema controvertido, polémico o polarizado. Tenía en mi agenda unos asuntos interesantes de carácter nacional y otro relativos a la dinámica mundial que espero desarrollar posteriormente, con más elementos de fundamentación y en espera de que “las aguas regresen a su cauce” en algunas cuestiones que ameritan análisis juiciosos, serenidad de los protagonistas, altura de miras, así como voluntad para arribar a acuerdos que favorezcan al conglomerado. Hoy enfoco mi atención en el ámbito deportivo y de manera más específica me referiré lo que aconteció en las canchas de tenis profesional del Torneo Abierto de Estados Unidos que se desarrolló durante 2 semanas del presente año (del 30 de agosto al 12 de septiembre), luchando las mejores tenistas del orbe y así mismo los raquetistas varones “ranqueados” o clasificados por su desempeño en la temporada.
Esperaba con ansia el cotejo final de hombres, donde se verían las caras dos titanes del denominado “deporte blanco” y en el cual había la posibilidad de que el serbio Novak Djokovic pudiera llevar al cabo una gesta significativa (obtener el triunfo -en un año- de los cuatro torneos de Grand Slam, en esta época moderna), algo que ningún raquetista contemporánea ha realizado, en razón de que el último jugador que lo logró fue el australiano Rod Laver en 1969, hace ya 52 años, en una era donde no existía tanta competencia y donde el número de participantes era menor. El desenlace del match varonil resultó adverso a Djokovic y fue el ruso Daniil Medvedev el merecido campeón del certamen newyorkino, agenciándose el aplauso y el respeto de los espectadores de la cancha central de Flushing Meadows, logrando su primer título de un torneo de Gran Slam.
Lo mejor del espectáculo tenístico celebrado en la ciudad de los rascacielos fue -para mi particular punto de vista- ese enfrentamiento fulminante de dos jóvenes talentosas y audaces que lucharon enjundiosamente para alcanzar el éxito en la final femenil, cada una de ellas con triunfos sorpresivos en la justa de referencia, logrando derrotar a jugadoras prestigiadas y de superior rango competitivo. A ese cotejo magno aterrizaron la joven canadiense de 19 años Leylah Fernández (número 73 del ranking mundial) y la adolescente británica de 18 años Emma Raducanu (número 150 de la clasificación oficial), siendo favorita de los expertos y de los centros de apuestas la representante canadiense, porque Leylah a lo largo del torneo había eliminado a tres de las mejores exponentes: Sabalenka, Osaka (la campeona del año pasado) y Svitolina, con el factor agregado de que Raducanu tuvo que pasar por la fase clasificatoria, la “Quali”, esforzándose en tres partidos previos para lograr su acceso al Gran Slam de New York, donde únicamente intervienen las 128 jugadoras mejor posicionadas.
No perdí detalle alguno de la confrontación tenística estelar femenil del sábado 11 de septiembre celebrada en New York, donde Leylah Fernández y Emma Raducanu fueron las protagonistas más jóvenes que han contendido por el cetro y por el trofeo del emblemático torneo estadounidense. En mi mente fantasiosa y un tanto sensiblera interpreté que esas muchachas estaban viviendo un sueño o una fantasía del cual no querían despertarse y anhelaban saborear ambas las mieles de la victoria; las dos contendientes poseían méritos de sobra para tal hazaña, pero en toda competencia de esta índole únicamente una de ellas se erigiría como campeona absoluta y la otra dignamente sería la subcampeona. Así fue, después de dos fragorosos sets o “mangas”, la británica Reducanu se impuso a la canadiense Fernández en casi 2 horas de entrega física, en medio de la ovación de la concurrencia que testimonió la calidad, destreza y fortaleza anímica de las adolescentes, que indudablemente tienen un futuro promisorio en el deporte de sus amores.
Antes de culminar este comentario resalto que Emma Raducanu, una “ilustre desconocida” antes de Gran Slam, tuvo que recorrer un largo sendero para llegar a la cima enfrentándose a 10 adversarias (a 3 en la fase clasificatoria y a 7 en la fase oficial) venciendo a todas sin conceder un solo set. Es la primera competidora surgida de “la Quali” que se ha hecho merecedora al trono supremo, por ello la denomino como la soberana “cenicienta” del tenis, deseando que su equipo y familiares la respalden inteligentemente para que siga proyectando sus fortalezas en el difícil mundo de las competencias internacionales. Como efecto de su idóneo desempeño, Emma subió vertiginosamente del lugar 150 y se ubicó en el escaño o posición 23. Enhorabuena y felicidades a esa guerrera de ascendencia rumana-china.
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Atentamente.
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga |
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