Por los efectos de las temperaturas elevadas a veces no puedo dormir de manera placentera ni obtener descansos reparadores para los subsecuentes días, por ello acostumbro tomar en la noche tés o líquidos tranquilizantes a fin de “sacudirme las malas vibras y los desasosiegos de la problemática actual. En ese tenor, en las pasadas horas, me transporté en mis divagaciones alucinantes hacia ese pueblo de mis orígenes, al recinto esplendoroso de las colinas de la esperanza y de los cerros azules, donde los teochichimecas fundaron en el siglo XIV (1327) una comunidad vigorosa que después sería llamada El Señorío de Cuautochco. Pero mi sorpresa fue mayúscula, porque ese Huatusco de Chicuéllar y de García Cabral estaba inmerso en un proceso dinámico de transformación y su gente laboriosa aprovechaba de manera sustentable las riquezas naturales, canalizando energía y entusiasmo hacia las agroindustrias características de esa región de las grandes montañas.
En los mercados y en las tiendas se hacían presentes las conservas elaboradas por paisanos, el clásico piloncillo y los quesos así como los embutidos cárnicos, sin dejar de resaltar las salsas diversas, y el insubstituible tlatonile, las chicatanas preparadas, los dulces tradicionales y los panes ansiados, como el bizcocho y las hojaldras. Productos y muebles hechos en bambú se ofertaban con éxito a múltiples foráneos que hacían sus compras en ese recinto mágico donde el café aromático se produce en buenas proporciones y es apreciado a nivel nacional e internacional. Se transpiraba alegría en tal ambiente provinciano porque los niños y jóvenes poseían la oportunidad de estudiar en los diversos centros educativos de los niveles básico, medio y superior. Afortunadamente esa “tierra del conejo” y de los otates dispone de instituciones prestigiadas desde los jardines de niños, primarias y secundarias, hasta los 6 planteles de bachillerato y los 4 del orden terciario o profesional.
Vi enfrascados en sus tareas académicas a los renuevos, amalgamando con atingencia la teoría y la práctica, aprovechando las directrices docentes y también las herramientas tecnológicas; me emocioné cuando infantes de primaria armaban dispositivos y juguetes, cuando adolescentes de secundaria conectaban circuitos electrónicos y asimismo cuando jóvenes preparatorianos se adentraban en los retos mecatrónicos y robóticos. Habrá que tener plena confianza en la creatividad e imaginación de los muchachos inquietos y ávidos de encontrar respuestas; ameritamos dejar a un lado los “tradicionalismos pedagógicos” y enfocar la atención en esa sorprendente potencialidad cognoscitiva y emocional de las huestes promisorias actuales.
Embrujado por el mítico Morfeo recorrí las congregaciones y rancherías de la localidad y en medio de esa transformación nacional histórica, impulsada por AMLO, fui testigo del apoyo gubernamental a la agricultura, el respaldo a la ganadería y a las industrias bucólicas. Vi sembradíos de caña de azúcar, de maíz y frijol; de platanares de diversas clases, también huertos comunitarios, invernaderos, hatos vacunos, apiarios, granjas avícolas y criaderos de truchas en el río Jamapa. Esas sí son razones y acciones
significativas del actual régimen nacionalista y no promesas demagogas de los funcionarios del pretérito infausto. En definitiva, por esos lares de la poetisa Enriqueta Sehara de Rueda y de la soprano Rosario de la Fraga emanan destellos de progreso y de mejores niveles de existencia.
Pasé rápidamente por la Alameda, por los campos deportivos, por las canchas de basquetbol, volibol, fútbol rápido y por el “diamante beisbolero”, donde el fervor y las emociones de la concurrencia eran harto patentes. El singular Teatro Solleiro me permitió deleitarme con una poesía coral y con la dramatización alusiva a la lucha por la Independencia. Entendí y asumí que el deporte, la recreación y las actividades artísticas han sido importantes en todo momento para los habitantes de ese solar veracruzano, que en el pasado fue famoso por su proyección atlética y por su desarrollo cultural.
Un poco antes de despertarme experimenté con agrado que ya mis coterráneos reflexionan mejor su sufragio y que en el futuro inmediato ya no serán presas fáciles de los caciques de ninguna especie ni de los seres pseudo-religiosos que se han aprovechado de la pobreza de la gente para obtener votos, a base de regalos, de despensas o de “limosnas disfrazadas”.
Ya despierto, envuelto en mis ensoñaciones, retorné a la década de los 50 del siglo XX y rememoré que en ese mítico Teatro Solleiro, donde se proyectaban cintas de la época y se presentaban obras teatrales, fue el recinto en el cual intervinieron luchadores y boxeadores importantes. Siendo un niño de 8 o 9 años de edad fui testigo de varios eventos: me emocioné con las películas de Pardavé, de Pedro Infante y de los hermanos Soler; con la obra teatral La hija del Patancán; con peleas donde participó “el Papelero” Ortega (xalapeño) contra los cuates Santamaría del Puerto de Veracruz y con los tórridos costalazos donde, entre otros, intervinieron gladiadores profesionales como La Tonina Jackson, El Verdugo, El Enfermero, Gori Guerrero, Dientes Hernández y el Carnicero (Butcher).
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
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