Ni ente divino ni sujeto demoníaco. Andrés Manuel López Obrador es un ser humano con fortalezas y debilidades, con aciertos y errores, con fracasos y logros a lo largo de su peregrinar por el territorio nacional. En mi caso, estoy en desacuerdo con él ante ciertas formas de conducirse en su labor informativa, por cuanto a su énfasis replicador y por su pragmatismo pero reconozco su entereza, voluntad de servicio e idoneidad, sus conocimientos diversos y sus ideales férreos encaminados a conducir a México hacia una transformación sociopolítica y económica. Lo anterior lo hago público para precisar mi posición como ciudadano: para nada seré un defensor a ultranza, un “quemador de incienso” o un fanático de AMLO, pero sí anhelo que nuestra nación supere añejas etapas catastróficas y sea en el futuro un escenario más propicio para el uso sustentable de nuestro patrimonio común y para el desempeño y desarrollo de las nuevas generaciones. En ese mismo orden de ideas, me opongo diametralmente a esas aventuras desestabilizadoras y paranoicas que pugnan por un retorno al pasado y que se ostentan hipócritamente –sus orquestadores- como baluartes de la democracia, de la justicia, de la equidad y de la fraternidad.
Ante la furibunda embestida de los adversarios contra las acciones y políticas del gobierno federal, me resulta preocupante el comportamiento de ciertos sectores populares y “clasemedieros” que parece se dejan engañar por los “manipuladores del desastre”, bien encerrándose acríticamente en sus “estancias de cristal”, sin omitir opinión alguna o adicionándose al fervoroso coro para endilgarle al Presidente López Obrador calificativos absurdos como comunista, dictador, traidor, sujeto maligno, asesino, enemigo de los creyentes, defensor de los truhanes, gobernante antidemocrático, reencarnación de Luzbel y otras denominaciones descalificadoras de similar índole, dejando de lado y como queriendo eclipsar que el mandatario oriundo de Tabasco, entre otras cosas, se ha dispuesto a llevar a efecto un orquestado proyecto nacional para atacar a la corrupción, para transformar las vetustas estructuras institucionales, para fortalecer la economía, para incorporar a la ciudadanía en la toma de decisiones, para lograr una educación de calidad, para transparentar y dignificar la vida pública, para respaldar a los grupos marginados, para apoyar al agro y vigorizar las industrias, así como para abolir los monopolios y eliminar los privilegios fiscales.
Sin irnos más lejos, en un ejercicio retrospectivo sobre las 3 últimas gestiones sexenales, resulta sorprendente constatar que múltiples connacionales olviden lo ocurrido en nuestra realidad mexicana hace 15, 9, 6 o 3 años, cuando gobernaron los panistas Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa o, más recientemente, cuando tuvo el timón de mando el priísta Enrique Peña Nieto; pareciese que los desmanes, atentados, hechos sangrientos y las arbitrariedades de tales personajes y sus respectivas comitivas se borraron del “imaginario colectivo” o se esfumaron como por arte de magia de la mente de un conglomerado “apacible y sumiso”, pero que ahora ante nuevos horizontes renovadores levanta insólitamente su voz de inconformidad, se “rasga sus costosas vestiduras” y arremete
rabiosamente, de manera verbal y física, hacia todo lo que instrumente y ponga en vigencia la administración federal. Es más, sin el mínimo decoro y dejando de lado las elementales normas de cortesía, elementos fascistas y atrabiliarios se mofan del Mandatario y le cuestionan sus directrices encaminadas a adecentar el ejercicio público y a esclarecer los ilícitos tortuosos que afectaron financiera, material y moralmente a nuestra Patria. En cierta medida, esos cándidos, manipulados y olvidadizos paisanos “justifican” extrañamente a los ex – mandatarios y “satanizan” al actual responsable de los destinos del país; se han atrevido a calificar como un “monstruoso despropósito” o como un “atentado de lesa humanidad” el enjuiciamiento pertinente de los truhanes supremos de la crisis mexicana.
Concluyo. Más allá de detenciones temporales o de encarcelamientos formales a los “peces gordos”, se me hace difícil que ese expediente compuesto por una declaración escrita de 60 páginas, con sus anexos y videos entregado a la Fiscalía General de la República por el ex –director de PEMEX Emilio Lozoya Austin en este 2020, no arroje a la postre algún efecto o consecuencia inculpatoria hacia determinados individuos mencionados como presuntos involucrados en delitos graves contra el patrimonio general o nacional. Si bien algunos analistas vislumbran con escepticismo dicho proceso, aludiendo a obstáculos legales y a impedimentos de carácter constitucional, es de elemental lógica suponer que por lo menos esos “seres ínclitos”, esos elementos ilustres tienen la obligación de declarar, si son requeridos, ante la instancia que corresponda y fundamentar sus aseveraciones con documentos y testimonios validados para responder a los señalamientos y acusaciones del otrora titular de la paraestatal energética. El complejo asunto – a mi entender – apenas está en su inicio y habrá que desechar los rumores y falsas noticias difundidas en ciertos medios, de que la Fiscalía General de la República soslayará a la postre las trapacerías expuestas y que se le dará “carpetazo” al engorroso entramado, en razón de sus implicaciones sociopolíticas, de las presiones de los magnates y de los embates de los poderes fácticos. Sin embargo no hay que adelantar vísperas, el optimismo debe prevalecer sobre el fatalismo. Sería frustrante y sumamente ofensivo para el pueblo noble que los corruptos triunfaran, que salieran ilesos y que los propósitos de renovación ética y de elemental justicia resultaran abatidos en tal contienda o cruzada depuradora.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
|