En los inicios de este mes de octubre, coincidiendo con el comunicado del Vaticano sobre la emisión de la tercera Encíclica de Francisco denominada Fratelli tutti (Hermanos todos), donde se resalta y reivindica el derecho de todo ser humano de vivir “con dignidad y desarrollarse plenamente”, así como se señala al individualismo como el virus más difícil de derrotar, me percaté de una nota difundida por un medio de circulación nacional donde un ministro religioso veracruzano demandaba el respeto a un grupo de manifestantes (en la Cd. de México), que reclaman insólitamente la renuncia del Presidente de la República en este 2020, con sustento en acusaciones endebles y mediante expresiones altisonantes, sin considerar para nada el dictamen electoral abrumador de julio del 2018. Me resulta extraño y preocupante que un vocero de la Arquidiócesis de Xalapa se vincule a una aventura golpista y desestabilizadora, cuando en la Ciudad Eterna, en Roma, el Pontífice pregona el diálogo, el respeto al semejante, la prudencia y el respeto ante la expresión de las mayorías y el papel del buen samaritano que debe asumir todo sacerdote católico. Ojalá pronto los clérigos nacionales se compenetren del contenido de las Encíclicas Laudato si y Fratelli Tutti.
Aún siendo un libre pensador, “un naturalista”, un individuo identificado con los descubrimientos científicos y con los avances tecnológicos, como ciudadano del mundo, me agradó y aplaudí internamente el advenimiento del obispo–cardenal Jorge Bergoglio como el Papa número 266 de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, porque desde hace siete años y medio (2013) ha transmitido a toda la humanidad un mensaje de vida, de optimismo, de dignidad, de respeto a todos los congéneres y de lucha para preservar la existencia en nuestro planeta verde. A mi modo de interpretar las cosas, con su presencia se vislumbran mejores horizontes para el ejercicio social y el honesto desempeño de los nuevos ministros emanados de los Seminarios y de los centros teológicos, dejando a un lado el rol ortodoxo de inquisidores y arropándose en el ímpetu cálido de Francisco, para operar como genuinos hermanos, como cercanos acompañantes de los fieles que sufren y de las mujeres vilipendiadas, de los fraternos discriminados; actuar como auxiliares de los seres con preferencias sexuales diferentes, de los indigentes que viven en sitios insalubres y de esos migrantes infelices que anhelan una vida digna.
A pesar de que en el CEM (Conferencia Episcopal Mexicana) “soplan venturosos vientos” y de que ya no están en la palestra controvertidos obispos atrabiliarios, todavía en nuestro territorio prevalecen los sacerdotes tradicionalistas que se aferran enfermizamente a ritos y concepciones muy diferentes a las esgrimidas por Francisco, quien privilegia la mansedumbre y la ternura sobre la amenaza, la condena, el temor y la sanción fulminante. Me atrevo a suponer que varios de esos ministros eclesiásticos anclados en el pretérito no asimilan a plenitud el mensaje del Buen Pastor transmitido por el Papa argentino, en su carácter de dirigente ético del catolicismo: “Cuando hay un Buen Pastor que hace avanzar, hay un rebaño que sigue adelante. El Buen Pastor escucha al rebaño, lo encauza, lo respalda y lo cura, ante lo cual el rebaño lo respeta y confía en él… Los signos del Buen Pastor son la mansedumbre, la ternura y la comprensión. Conoce a las ovejas una a una y cuida a cada una como si fuera la única… En sentido inverso, el pastor malo piensa en sí mismo, explota y se sirve de sus ovejas; tal pastor perverso, ávido de cosas mundanas, sólo ve a las ovejas como objetos para alcanzar sus mezquinos intereses y sus propósitos de dominio…” Hago votos para que en el devenir predominen los Méndez Arceo, los Ruiz García y los Vera López y sean nulificados prelados similares a los tristemente célebres Rivera Carrera, Sandoval Íñiguez y Cepeda Méndez.
A manera de colofón. Hace algunos años conocí al padre Teódulo, el presbítero que tenía la responsabilidad litúrgica de atender las labores religiosas de la iglesia “De los corazones”, ubicada en la calle Altamirano de nuestra Ciudad Capital. Fue una reunión familiar donde tuve la oportunidad de cambiar impresiones con él y con otros contertulios sobre temas diversos del orden cultural, ecológico, político y hasta deportivo, percatándome inmediatamente que ese sacerdote jesuita, además de su don de gentes y simpatía, almacenaba conocimientos varios y emitía puntos de vista apoyado en su extenso bagaje y en la realidad y dinámica circundante, sin evadir cuestiones comprometedoras relacionadas con su ministerio. Hábilmente defendía la noble actividad de los esforzados paladines religiosos y prudentemente escuchaba las críticas sobre esos individuos mercantilistas que se cobijan en las creencias y en la fe cristiana para arribar a fines innobles y vergonzosos. Ese singular hombre y pastor amable me dejó una imborrable vivencia y me sorprendió su salida intempestiva, así como su transferencia inmediata a otra localidad. Me enteré después que Teódulo no era del agrado de ciertos jerarcas de la Arquidiócesis veracruzana, por esos tiempos aciagos donde desde el Vaticano se desconfiaba de los teólogos de la moral y de los pensadores acuciosos de la liberación.
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Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga |
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