Jorge E. Lara de la Fraga
En esta segunda quincena del mes de abril arribé a la edad de 80 años y en medio de mis achaques, pesadumbres y limitaciones puedo expresar que me siento gratificado y agradecido porque tengo una familia que me respalda y se ha identificado con mi proceder o bien ha respetado mis concepciones ideológicas y acciones sociopolíticas. Tanto mi esposa como mis hijos han tenido la libertad de transitar por los senderos que les dicten sus respectivos pensamientos y sentimientos y tengo la seguridad de que mis 6 nietos se desarrollarán en buenos términos y en atmósferas de afecto, responsabilidad, constancia y eficiencia. A lo largo de mi recorrido existencial he cometido errores, también algunas imprudencias; me he hecho merecedor a llamadas de atención y a sanciones en el terreno de lo familiar, pero de todo ello he abrevado enseñanzas para no caer en el similar bache. De todo un poco ha habido en la viña del señor, pero en forma inicial me atrevo a destacar que la vida me ha dado mucho, que no me ha quedado a deber y hasta es probable que mi persona arrastre deudas o pendientes en esa “rueda de la fortuna”. Reboso optimismo, fortaleza de ánimo; para nada almaceno resentimientos o amarguras.
Como docente pretendí canalizar las potencialidades de mis alumnos, apoyarlos para que asimilaran contenidos programáticos importantes. Utilicé procedimientos y dinámicas para que los educandos fueran los genuinos protagonistas de su aprendizaje. En mis albores didácticos, ante la angustia de la novatez o ante grupos numerosos, incurrí en prácticas verbalísticas, pero de manera afortunada las sugerencias de maestros consistentes y solidarios así como la lectura de textos pedagógicos me proyectaron a nuevos estadios de mejoría cualitativa en el enfoque de la enseñanza – aprendizaje. Laboré con grupos de primaria, secundaria y preparatoria; después fui catedrático de la BENV y de la Facultad de Pedagogía, encontrando nuevos retos y compromisos en el quehacer magisterial y asimilando responsablemente y con honradez que los mismos educandos nos pueden ilustrar y señalar opciones aleccionadoras.
Nací en la década de los 40 del siglo XX cuando a lo largo y ancho de la República gobernaba a sus anchas el hegemónico partido que se inicia como PNR y después cambia su denominación en dos ocasiones y se establece por varios lustros y sexenios durante más de 70 años como el tricolor invencible, hasta entregar el mando al panista Vicente Fox ya en la víspera del siglo XX, cuando lo alternancia en el poder clausura el modelo dinosáurico de la “dictadura perfecta”. De manera lamentable mi progenitor Julio Lara Reyes no pudo testificar tal acontecimiento ni percatarse así mismo que “no hay enfermedad que dure cien años ni paciente que la resista”, pues ese herrero - del cual me siento muy orgulloso - desplegó sus mejores esfuerzos durante la campaña almazanista de los 40 y después fue un
activo promotor de los afanes presidenciales de Miguel Henríquez Guzmán. Desde esos ayeres me atreví a fantasear y soñar en un México más democrático e incluyente; en mi carácter de ciudadano me opuse a las injusticias, a los fraudes, a las corruptelas; fui partícipe en el Movimiento Estudiantil y me afilié a partidos de oposición (PMT, PMS, PRD, Morena). Gocé el triunfo de AMLO en el 2018 y declaro o manifiesto que en el territorio patrio ya es un hecho, a pesar de las estridencias opositoras y de la polarización encarnizada, el inicio de una transición a la democracia que abre promisorios horizontes a la colectividad mexicana.
Como adolescente y joven practiqué varios deportes como el basquetbol, el futbol soccer, el frontenis y el squash, interviniendo en campeonatos y torneos donde la habilidad y el esfuerzo personal como la labor conjunta son importantes. Todo eso lo pude aprovechar para encauzar a mis alumnos de educación básica y cumplir en cierta proporción con lo que preconiza el artículo tercero constitucional en lo referente a la formación integral. De manera muy personal, al paso inexorable de los calendarios proseguí con mis rutinas aérobicas y cuando experimenté que mi rendimiento menguaba en las justas colectivas emprendí una aventura interesante a los 45 abriles en la actividad pedestre, particularmente en derredor de las carreras del esfuerzo prolongado, en recorridos de tramos de medio y gran fondo, cosechando satisfacciones en la culminación de eventos de 10, 15, 21 y 30 kilómetros. Ya cerca de los 50 años de existencia, en 1988, alcancé la meta en el Maratón de la Ciudad de México y después en la Sultana del Macuiltépec, en nuestra entrañable Xalapa y como “un sobreviviente extenuado” corrí 2 maratones más, antes de superar las 6 décadas. Lo anterior lo consigno para agradecer a la madre naturaleza su respaldo para alcanzar mis anhelos físico – atléticos, no con el afán de vanagloriarme ante mis conocidos.
Algunas cosas se quedaron “en el tintero” para abordarlas en otra entrega, como cuestiones del orden cultural, las actividades técnico-académicas realizadas, mis andanzas por la República, el recuerdo de amigos entrañables, anécdotas con personajes del ámbito deportivo y luchadores sociales, acciones en pro del medio ambiente y mi vinculación con textos de la literatura universal. Hoy, deseo que mis neuronas sigan funcionando y que mi organismo mantenga su ritmo aun cuando sea más acompasado, pues en mi caso el ciclo o la época del “elemento acelerado” quedó en el pretérito.
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Atentamente
Prof. Jorge E. Lara de la Fraga |
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