María y Rosario, peregrinas del canto bello; “con sus singulares voces rindieron culto ferviente las obras de los maestros Rossini, Verdi, Bellini, Donizzeti y Puccini”.
El pasado 9 de marzo del presente año, a partir de las 18 horas y en el singular marco de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, tuve la oportunidad de desarrollar una charla sobre la vida y realizaciones artísticas de las intérpretes de música clásica María y Rosario de la Fraga en la ciudad de Huatusco, Ver. La entidad organizadora del evento fue el Instituto Veracruzano de la Cultura (IVEC) y el recinto donde externé mis comentarios fue la Casa Museo Guillermo Landa, con el respaldo institucional del funcionario Sergio Rosete Xotlanihua y la colaboración eficiente del joven Severo Pérez. Ese día y tarde calurosos conté con la presencia grata y espontánea de paisanos, conocedores del bel canto, de amigos, colegas, funcionarios municipales y parientes de un servidor, quienes no perdieron detalle o dato alguno sobre la biografía de las renombradas cantantes huatusqueñas.
Para nada me circunscribí sólo a contar sobre las peripecias profesionales de mis antepasadas ni sobre sus voces privilegiadas de sopranos ligero (María) y de soprano coloratura (Rosario), sino que también resalté el espíritu indómito de superación, la voluntad permanente para abatir obstáculos y la tenaz lucha en el cumplimiento de los compromisos contraídos por ambas divas en su respectivas épocas, donde es de elemental justicia indicar que María Manrique Sousa de de la Fraga nació, estudio y se proyectó en medio de circunstancias históricas-sociales críticas durante los lapsos finales del siglo XIX y hacia los albores del siglo XX (Nace durante el porfiriato, observa el inicio de la gesta revolucionaria, testifica el triunfo de Madero y sufre ante el golpe de Estado orquestado por Victoriano Huerta). Sobre tales tribulaciones y tragedias María y su esposo Edmundo crían y educan a sus tres hijos (Rosario, Gloria, Edmundo) y todavía la versátil e incansable cantante actúa todas las noches en los teatros principales del Altiplano.
La referida y aplaudida dama muere muy joven a la edad de 31 años, vida sublime pero breve y ya después es su descendiente Rosario quién genéticamente hereda su voz cristalina y melodiosa. Con el auxilio de maestros ameritados en el canto y bajo las directrices de su padre realiza por lo menos 2 giras por la República Mexicana para posteriormente actuar profesionalmente por Europa, Centroamérica, Sudamérica y El Caribe, durante el periodo de 1935 a 1957. Aun cuando son lapsos postrevolucionarios, Rosario como ser humano luchó a plenitud para adquirir el reconocimiento del público durante los regímenes de los presidentes Portes Gil, Ortiz Rubio, Abelardo Rodríguez, Lázaro Cárdenas, Ávila Camacho y Alemán Valdés. Mujer valiente y esforzada como su madre, que afortunadamente tuvo una proyección de más de 15 años de excelsitud melódica. Se desposa en 1947, a los 42 años, sin poder tener hijos. Fenece en la Ciudad de México en 1988, a la edad de 83 años, dejando a la posteridad documentos, fotos y reseñas de su labor trascedente, reconociendo en todo momento la memoria ilustre de su progenitora.
A continuación incorporo párrafos sobre el desempeño musical-artístico tanto de María de la Fraga como de Rosario de la Fraga, de la madre y de la hija que nacen en ese solar veracruzano de las Grandes Montañas y de las Colinas de la Esperanza. María Manrique Sousa de de la Fraga nació el 11 de marzo de 1885; sus padres fueron el Sr. Alonso Manrique y la señora Emilia Sousa; desde muy pequeña le gustaba la actuación y el canto, incursionó en el género dramático musical, tanto en la ópera como en la opereta. Tuvo una participación excelente como aficionada en la obra clásica Marina. En 1904 se casó con Edmundo de la Fraga y en 1908, con su esposo, decidió trasladarse a México para dedicarse por completo a las actividades artísticas. Hizo su debut Profesional en 1911 y durante 5 años (1911-1916) desplegó una labor frenética por casi toda la República y en todos los teatros famosos de la Cd. de México, interpretando obras memorables de los grandes autores italianos, como Lucía, El barbero de Sevilla, Lakmé, La sonámbula, Romeo y Julieta, Rigoletto, La Traviata, Los Puritanos y La Bohemia. Un crítico de la música dijo de ella: “No sólo es la cantante de ágil garganta sino también siente, comprende y expresa la frase dramática…”
Rosario de la Fraga Manrique (1905-1988) nació en Huatusco, Ver., donde cursó los estudios básicos; posteriormente, a la muerte súbita de su madre María, su progenitor Edmundo de la Fraga la encauzó para que estudiara canto, en razón de que hereda de su antecesora una vibrante voz para interpretar zarzuelas, odas, arias, romanzas y valses. Recibió en la Cd. de México lecciones impartidas por maestros de música clásica. Ya como profesional fue conocida como “El Ruiseñor Veracruzano”, actuando en teatros y recintos de varias entidades y localidades de la República, incursionando magistralmente en recitales y eventos celebrados en el Palacio de Bellas Artes y siendo acompañada por la Orquesta Sinfónica de Xalapa es sus actuaciones por la provincia Jarocha. Se proyectó con éxito en el extranjero, realizando giras por varias localidades de la Unión Americana, por países de Sudamérica, de Centroamérica y del Caribe. Atravesó el Atlántico y deleitó con su arte a los melómanos de Francia, España e Italia. Muere en la Cd. de México.
Ojalá las autoridades estatales o municipales de Veracruz o las instituciones culturales-artísticas de la Entidad sigan rememorando y reconozcan a las mencionadas divas huatusqueñas. Unas placas alusivas colocadas en lugares estratégicos de la localidad serían un acierto político y un gesto de gratitud para esas intérpretes desconocidas e ignoradas por sus paisanos.
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Atentamente.
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga
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