Hace poco el Papa Francisco, en alusión a los “senderos torcidos” y a las tentaciones impropias, manifestó en un lenguaje figurado que “… la lucha entre el bien y el mal se lleva a cabo dentro de nosotros… Cada uno de nosotros está en lucha diariamente, porque la esencia del mal es destruir… Tenemos que estar siempre en guardia, en lucha permanente contra el engaño, contra la seducción… Detrás de cada rumor hay celos y envidia; los rumores y las mentiras son las armas del ente maligno…” A mi modo de entender el aludido mensaje, el Pontífice de manera sutil emite su discurso subliminal, entendiendo que ante los avances científicos y el desarrollo tecnológico, la alegoría medieval de Luzbel, del ángel rebelde, está rebasada por las circunstancias.
Resulta inconcebible que en estos tiempos del siglo XXI haya personas que todavía crean a pie juntillas en la existencia de un ser maligno que asedia permanentemente a la humanidad. Es frecuente escuchar la reseña de objetos o ritos para preservarse de la influencia de Satanás. También se propala en algunos medios de comunicación lo inherente a los ritos satánicos y a los ceremoniales sombríos donde se perpetran verdaderas salvajadas humanas. Pareciera que los avances tecnológicos y científicos de los siglos XIX y XX no han podido obnubilar esas etapas cavernícolas de los siglos XIII, XIV, XV y XVI, cuando las autoridades medievales emprendieron una verdadera persecución contra supuestos adoradores del rey de las tinieblas. Fueron períodos oscuros y horrendos de martirio y de muerte cruel contra los llamados brujos y brujas, con la anuencia y contubernio del Estado y de la Iglesia.
Los enterados aportan que durante los siglos XIX y XX hubo un proceso de “desdiabolización”, o sea que la figura demoníaca pasó a ser por un tiempo una mera referencia ante los progresos del orden cultural y científico, así como también merced a la aparición de concepciones religiosas de avanzada, más acordes a los momentos contemporáneos. Sólo que ante el vertiginoso crecimiento de otras ideologías, credos y sectas, el Papa Paulo VI en 1972 expresó, para beneplácito de los ultraconservadores apostólicos, lo siguiente: “Tengo la sensación de que el humo de Satanás penetró en el templo de Dios por alguna hendidura en la iglesia…”. Ese fue el impulso para que nuevamente “el ángel rebelde” regresara a la escena y siguiera siendo el pretexto de muchos individuos para hacerlo responsable de sus fechorías y desviaciones. Fue lamentable que los anhelos humanísticos e incluyentes de Juan XXIII, el Papa Bueno, se
hayan ido al archivo de las buenas intenciones y que se instaurara de nueva cuenta la conducta ortodoxa de la Santa Sede y el irracional temor a Belcebú y a los humeantes infiernos.
Ante toda esa orquestación de patrañas, de mitos y de cuestiones risibles habrá que instrumentar, como comunidad pensante y crítica, acciones apoyadas en la ciencia, en el entendido de que ésta parte de la inteligencia del ser humano y que la misma es el efecto de un proceso mental cuyo objetivo medular es encontrar explicación a los fenómenos naturales. Los conocimientos emanados de una investigación, a través de la observación, de la experimentación y de la formulación de hipótesis, se oponen plenamente a esas fantasías mefistotélicas de la gente temerosa, ignorante y controlada por los altos mandos religiosos. Un especialista en la materia, precisa: “El Vaticano se está quedando sin aliento frente al Islam, las nuevas sectas y las múltiples creencias que van del ocultismo a la curación milagrosa, pasando por el espiritismo, la numerología o la astrología… Aparentemente la expresión religiosa dominante está decidida a utilizar de nuevo al diablo para luchar contra tantos competidores y reconquistar así mentes y corazones”. Por lo pronto, a contracorriente como lo expresé al principio, el sorprendente pontífice Francisco I está procediendo acorde a los tiempos actuales. Con su sensibilidad humanística, sentido crítico y con su afán de servicio es casi seguro continuará con su singular política y con directrices innovadoras que en el pasado plasmó en sus Encíclicas su antecesor insigne, el Papa Juan XXIII.
No pretendo ser adivino, pero a mi modo de ver la ciencia, poco a poco, va ganando terreno en el accionar de la humanidad y la iglesia tradicional está perdiendo poder, pues si bien la ciencia no posee todas las respuestas, sí tiene las herramientas básicas para desmentir unos cuantos de los hechos que los “textos sagrados” se ven obligados a defender, para salvaguardar la golpeteada credibilidad eclesiástica. Hay que tener presente que la ciencia busca la superación del hombre por el hombre mismo, no con el auxilio discutible de una entidad divina. “No es necesario partir de un ser omnipresente para que la humanidad siga su curso significativo. Los valores universales son un baluarte a considerar. No se vale vivir con miedo y a base de supuestos discutibles hablar de un juicio sumario final, de un cielo y de un infierno eternos…”
______________________________
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
|