En una visita este año a mi ciudad natal, al inolvidable Huatusco de Chicuéllar, unos paisanos me sugirieron aludir en un comentario sobre las trayectorias de dos familiares mías, quienes en el siglo XX se destacaron por un desempeño como cantantes de música clásica y que alternaron con artistas de prosapia tanto del país como del extranjero en teatros y recintos culturales de México, E.E.U.U. y Latinoamérica. Así que en el marco de los festejos de los difuntos o de “todos los santos” me referiré en forma breve a la vida y realizaciones de María Manrique Sousa de de la Fraga (María de la Fraga) y de su hija Rosario de la Fraga Manrique, precisando que la primera se proyecta en los lapsos revolucionarios, en los inicios del siglo XX y que la segunda estudia y se realiza profesionalmente en la etapa postrevolucionaria. María tuvo la oportunidad de cantar en un evento donde estuvo Francisco I Madero y Rosario en más de una ocasión actuó con su singular voz ante Lázaro Cárdenas y otros personajes contemporáneos.
María nace en el antiguo Señorío de Cuautochco el 11 de marzo de 1886, el mismo año en que se inaugura la Escuela Normal Veracruzana; sus padres fueron el señor Alonso Manrique y la señora Emilia Sousa. Desde muy pequeña le gustaba la actuación y el canto, por ello como adolescente empezó a incursionar en el género dramático musical, tanto en la ópera como en la opereta. Las religiosas de su ciudad natal la orientaban y animaban para que participara en los recitales y funciones de caridad que se llevaban a cabo en ese bello jirón veracruzano. Tuvo una participación encomiable como aficionada con la obra Marina, misma que dejó testimonio de su gran talento. En 1904 se casó con Edmundo de la Fraga, hombre sensible, culto y aficionado al arte. En 1908 el matrimonio de la Fraga Manrique decidió trasladarse a México para dedicarse por entero a las actividades culturales y artísticas.
En la Ciudad de los Palacios María tomó clases de canto con el afamado maestro italiano Carlo Pizzoni y en 1911, respaldada en todo momento por su esposo, hizo su debut profesional en el Teatro Arbeu interpretando magistralmente la ópera Lucía, de Donizzeti, con un éxito tal que prácticamente se prolongó durante 5 años, en actividad frenética por casi toda la República y en los teatros capitalinos. Tan pronto como se fue incorporando en la atmósfera de la farándula fue reconocida por tirios y troyanos en esa etapa convulsa de la Revolución, en razón de su excelente voz de soprano coloratura. Intervino en funciones de música clásica celebradas en los teatros Arbeu, Dehesa, Ideal y Colón, bajo la batuta de maestros reconocidos, acompañada por intérpretes profesionales y también por la Orquesta del Conservatorio Nacional de Música. Entre las obras interpretadas en esas veladas memorables destaco las óperas Lucía, El barbero de Sevilla, Lakmé, La Sonámbula, Romeo y Julieta, Rigoletto, La Traviata, Los Puritanos y la Bohemia.
Por desgracia la luminosa carrera –y la vida misma de María de la Fraga– se extinguió muy pronto. Después de un éxito memorable en el Teatro Colón, cayó enferma de un “mal súbito y desconocido”. Algunos expresan que su afección fue de tipo pulmonar y cardiovascular, careciendo entonces de los recursos y avances científicos de la medicina actual. Muere rodeada de sus seres queridos (su esposo y sus 3 hijos: Rosario, Gloria y Edmundo) el 19 de marzo de 1916, cuando apenas había cumplido 30 años de existencia.
Sobre la soprano Rosario de la Fraga Manrique (1910-1988) hay datos importantes que se desconocen; algunos suponían erróneamente que era hermana de su antecesora María Manrique de de la Fraga. Rosario nació en Huatusco donde cursó los estudios básicos; posteriormente, a la muerte súbita de su madre María, su papá Edmundo de la Fraga la apoyó para que estudiara canto, en razón de que hereda de su progenitora una excelente voz para interpretar zarzuelas, odas, arias, romanzas y valses. Recibió en la ciudad de México lecciones impartidas por maestros de música, clásica. Ya como profesional fue conocida como “El Ruiseñor Veracruzano”, actuando en teatros y recintos de varias entidades de la República, interviniendo magistralmente en recitales celebrados en el Palacio de Bellas Artes y siendo también acompañada en su Estado por la Orquesta Sinfónica de Xalapa. Posteriormente se proyectó con éxito en el extranjero, realizando giras por varias localidades de la Unión Americana, por países de Sudamérica y de Centroamérica. Estuvo en Cuba y en la República Dominicana y atravesó el Atlántico para deleitar a los melómanos de Francia, España e Italia, casándose con un oriundo de la región de Sicilia. Un crítico musical expresó de ella “…su voz dulce y tersa diluye el sonido en expresiones atrayentes; su fraseo es elegante y claro, su entonación magnífica y llena de gracia su mímica. Cada canción que interpreta rebosa ternura, color y fuego…”
A la tía Rosario o sea Charito (así le decíamos con afecto los sobrinos) la conocimos y la tratamos en nuestra Tierra cuando ya era una persona de la tercera edad y estaba casada con un gentil italiano Antonio Troncalli, oriundo de una región “de cuidado”, pero bastante diferente del comportamiento de sus singulares paisanos. A doña Rosario todavía la escuchamos con atención y deleite, a sus más de 55 abriles de existencia, cantando con dulzura el Ave María de Gounod en una boda religiosa celebrada en el Templo Parroquial de San Antonio. Tiempos mágicos aquellos donde niños, adolescentes, jóvenes y personas maduras reconocimos la calidad interpretativa de esa diva del bell canto.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
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