Hace algunos años cuando leí la petulante nota periodística alusiva a un grupo de profesionistas que se ostentaban audazmente como “los sabios de Xalapa”, no pude menos que reírme al principio y después enfadarme por esa atrevida postura de algunos contemporáneos conocidos. Me pregunté de dónde o de qué son supremos conocedores en este vigente mundo tan diversificado y complejo. Razoné que hasta cierto punto era posible su pretensión en la medida que tales personajes suponían conocer algunas cosas o tópicos con determinados detalles, pero para nada podría aseverar ninguno de ellos que fuese un experto o especialista de cierta área de conocimiento humano. Es más, ningún investigador serio y responsable se colocaría ese pomposo nombre o título de sabio; hasta el físico-matemático-cosmólogo inglés Stephen Hawking, autor eminente de textos científicos fallecido en el 2018, externaría algo similar aun cuando se le equipara en genialidad con Einstein, Copérnico y Galileo.
Una cuestión importante ameritan asimilar “esos iluminados”: en esta era dinámica y convulsa nadie puede dominar más que un pequeño rincón del conocimiento humano. Ante lo cual, tenemos que especializarnos en campos cada vez más estrechos de la realidad circundante. En lo particular avizoro un porvenir grandioso para el desenvolvimiento científico en este siglo XXI, pues desde la centuria anterior se alcanzaron excelentes logros en diversas áreas o campos, como efecto de la investigación acuciosa de la naturaleza por parte del ser humano. A lo largo de las etapas donde el razonamiento se ha hecho presente las dudas han encontrado respuestas y otras o nuevas interrogantes se plantean para ser abordadas con la objetividad debida; los prejuicios, los dogmas y las versiones descabelladas se han quedado a la vera del camino. Un connotado investigador expresa que la ciencia es un creciente cuerpo de ideas que puede caracterizarse como conocimiento racional, sistemático, exacto, confiable y también falible. La ciencia no nos lleva a las verdades absolutas, pero sí nos arroja certidumbres relativas para su análisis riguroso y metódico.
Retornando a lo expuesto en el primer párrafo les recomendaría a los lectores no caer “en las redes” de embaucadores pseudocientíficos que sin pudor ni prudencia alguna difunden mentiras u ofrecen soluciones mágicas. Por desgracia prosiguen deambulando en círculos educativos, en áreas institucionales y en recintos públicos elementos que se proyectan como grandes innovadores o como impulsores de proyectos de “gran calado”; ellos son individuos que exponen puntos de vista e ideas sorprendentes sin tener los soportes científicos elementales; son aventureros que no “aterrizan” sus sueños guajiros. Me encontré con un farsante de tal índole y me expuso su “teoría cíclica” sobre el calentamiento extremo y global de nuestro planeta, contraponiéndose a las conclusiones, recomendaciones y estudios de los organismos científicos internacionales. Para rematar, todavía me enfatizó que tenía la seguridad de viajar a Marte en un corto plazo, a través de una nave diseñada por él y
por su equipo de colaboradores. Me alejé de tal lunático, no sin antes recomendarle que no anduviera propalando sus ocurrencias ni sus dislates. Afortunadamente existe un mayor número de personas que ya no se deja embaucar por vivales o farsantes trasnochados.
Por otra parte, anhelo que a partir de este 2020 se destinen más recursos y presupuesto al campo de la investigación científica y tecnológica en nuestro país y que esos ciudadanos del futuro, niños del presente, tengan todas las facilidades para armar y desarmar objetos, para observar con libertad las cosas de su perimundo, para transitar con espontaneidad en el esclarecimiento de los enigmas. Que en su entorno construyan sus quimeras y vean más allá de los muros absurdos que levantamos a su febril paso los adultos. Hay que multiplicar los laboratorios escolares, las aulas dinámicas, los museos interactivos y los ámbitos de recreación reflexiva.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
|