Jorge E. Lara de la Fraga.
Cuando leí la noticia de un enfrentamiento entre las fuerzas de seguridad y
un grupo guerrillero, en la localidad de Nepantla, Estado de México, laboraba como
docente, así como era director de la Escuela Primaria Anexa de la BENV y me
impresioné del fuerte dispositivo bélico empleado para sofocar a un pequeño brote
de insurrección juvenil integrado (en esa “casa de seguridad”) por únicamente siete
elementos. En el boletín oficial sobre el suceso se hacía referencia a la peligrosidad
de los “enemigos del orden”, así como de su armamento especializado, sin omitir
su adiestramiento táctico guerrillero para las acciones subversivas, dejando el
mensaje a la opinión pública de que se había obtenido un triunfo resonante contra
los perversos propósitos de sectores ultraizquierdistas. La realidad fue muy distinta,
se supo después que fue una auténtica masacre, donde no existió para nada “el
aviso de rendición” y que en la casa de la calle jacarandas, en el número 13, ese
cabalístico 14 de febrero de 1974, un contingente militar – policiaco arrasó a unos
muchachos idealistas del FLN que anhelaban un México diferente.
Ese infausto día como efecto de una “delación obligada” (un guerrillero fue
torturado) el fuerte y nutrido contingente represor compuesto por un poco más de
50 soldados y policías cercaron el inmueble de una supuesta fabrica (“Maquiladora
de Cartón S.A.”), donde estaban los opositores al régimen; ni más ni menos 9
oficiales y 38 soldados del Primer Batallón de la Policía Militar, así como 7 agentes
de la Policía Judicial Federal se “lanzaron con todo” a partir de las 11 de la noche,
después de estallar una bengala en el aire, disparando 618 cartuchos M-8,
proyectiles de gas y tres granadas de triple acción, con lo cual se logró la detención
de dos personas: Elisa Benavides Guevara (Ana) y Raúl Sergio Morales Villarreal
(Martín) y la eliminación física de Mario Sánchez Acosta (Manolo), Alfredo Zárate
Mota (Santiago o Salvador), Anselmo Alberto Ríos Ríos (Gabriel), Dení Prieto Stock
(María Luisa) y Carmen Ponce Custodio (Sol o Carmita), sin que ocurriera ninguna
baja oficial. A todos los muertos les dieron “el tiro de gracia” y todavía los verdugos
se burlaron y vejaron los cadáveres de las dos jóvenes caídas.
Lo anteriormente narrado pudiera parecerles a algunos lectores incorrecto e
innecesario, pero lo resalto para dar un pequeño testimonio de lo que fue esa
denominada “guerra sucia”, implementada por el gobierno federal durante las
décadas de los 70 y 80 del siglo XX, para desarticular las principales agrupaciones
armadas, sucediéndose la represión policíaco – militar más cruenta que arrojo cifras
espeluznantes aproximadas de más de 1500 guerrilleros muertos y 600
desaparecidos, durante la cual se persiguió, torturó y ultimó a muchas personas,
algunas siendo ajenas a la lucha clandestina. Tal período vergonzoso y aciago
cuenta con responsables supremos y subordinados obedientes a las disposiciones
de exterminio, pues ello ocurre durante los sexenios de Luis Echeverría Álvarez y
de José López Portillo, quienes contaron, entre otros, con el respaldo pleno de
Fernando Gutiérrez Barrios, del General Mario Arturo Acosta Chaparro y del torvo
Miguel Nassar Haro.
Retornando a lo que aconteció en Nepantla en 1974 necesito consignar que
ese pequeño grupo de disidentes pertenecía a las denominadas Fuerzas de
Liberación Nacional (FLN), las cuales fueron instauradas o formadas el 6 de agosto
de 1969 en Monterrey por los hermanos norteños César y Fernando Yáñez Muñoz,
así como por el xalapeño Alfredo Zárate Mota, quienes estaban dispuestos a todo
en esa empresa difícil , influidos por el triunfo de la revolución en Cuba y como
repudio a esa represión estudiantil desatada por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz
en 1968. Tales Fuerzas de Liberación Nacional eran antisoviéticas y cubanófilas, no
tuvieron vinculación con el PCM ni con otros grupos político – militares que existían
en el país y se significaban por su aislacionismo. Con las muertes de Santiago
(Alfredo Zárate Mota) y de Pedro (César Yáñez Muñoz) el gobierno asesta un duro
golpe a ese grupo “que sembró significativamente una de las muchas semillas que
conformaron posteriormente al EZLN”.
Al respecto la historiadora – escritora Adela Cedillo Cedillo (UNAM), a través
de su tesis profesional “Historia de las Fuerzas de Liberación Nacional Mexicanas
1969 – 1974” precisa que “… el pasado no tiene dueño y, para ganar la guerra
contra el olvido, también hace falta escribir sobre la rebelión silenciosa y silenciada
de los 70… esa historia ya no nos pertenece, es del pueblo de México y a él hay
que entregarla…” Tal material lo proyectó en su libro “El fuego y el silencio” que
espero comentar en próximo artículo y donde la autora incorpora al principio unas
dedicatorias harto elocuentes: “A los que pusieron la vida en la línea de fuego,
porque había que intentarlo todo; A los que nos legaron la derrota, pero también las
ganas de intentar algo nuevo; A todos aquellos con los que comparto la misma
herida en el corazón; A los que quedaron en medio y a los desaparecidos, por los
que seguimos debiendo.”
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Atentamente.
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga |
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