Jorge E. Lara de la Fraga
En cierta ocasión, allá por los años 50 o 60 del siglo XX, mi madre Guillermina me contó algo espeluznante que vivió y observó cuando tenía 15 años. Al pasar por la pequeña iglesia de la Trinidad (en Huatusco, Ver.) el 20 de junio de 1931 rememora con pesadumbre y tristeza que estaba un hombre amarrado a unos maderos, muerto a consecuencia de múltiples heridas de arma blanca y todavía algunos individuos nativos o de la región –“en nombre de Dios”- se atrevían cobardemente a lacerar o martirizar aún más al cadáver inmóvil de un supuesto pagano, expresando improperios y aludiendo estentóreamente a Cristo Rey. Después investigué datos adicionales sobre lo acontecido hace 9 décadas en ese antiguo Señorío de Cuauhtochco y sobre las causas reales del fallecimiento del padre Camo.
No sabría determinar si el aislamiento geográfico, la ignorancia, el abuso del poder, la manipulación ideológica, los engaños a la gente, las diferencias por la posesión de las tierras o los efectos tardíos de la guerra cristera, fueron los elementos básicos de que en mi tierra nativa, allá por los inicios de la década de los 30, ocurriera un suceso sangriento que conmovió a todo el conglomerado regional. A la fecha se sigue hablando del hecho en forma superficial, de manera indirecta y sin darle la importancia respectiva. Es prudente no abrir heridas, pero sí estimo necesario conocer algo del pasado para no incurrir en los mismos errores. Se trata del caso del entierro de un sacerdote y la situación singular que devino de dicha inhumación. Una tragedia insólita, interpretada desde diversos ángulos y con opiniones contrapuestas. En el libro “Huatusco, crónicas y personajes del siglo XX”, el paisano Marcelino Alejandro López Páez, cronista de la ciudad cafetalera, consigna de la siguiente manera lo que ocurrió en ese año fatídico: “El 20 de junio de 1931 se significó un tremendo zafarrancho entre el pueblo católico que asistía a los funerales del párroco José de Jesús Camo, sacerdote de Zentla, Chavaxtla. La emboscada la organizaron fanáticos agraristas que se dice eran comandados por Jesús Castelán…”.
Prosigue el relato: “… la multitud que acompañaba el cadáver, al ser agredidos, dieron muerte al comandante de la policía municipal y a otros tres uniformados, que horriblemente fueron masacrados por aquella multitud católica en el atrio del templo de la Trinidad; También asesinaron a varios miembros del sindicato de panaderos…” El cronista ofrece datos asimismo de otros estropicios para después concluir de la siguiente manera: “… Posteriormente se adueñaron de la situación los elementos religiosos que recorrieron la
población lanzando gritos de Viva Cristo Rey. Después de eso el cura Pbro. Juan José Cordera abandonó la ciudad con rumbo al estado de Puebla…”.
A manera de paréntesis, expreso que el movimiento agrario vivió grandes campañas de desprestigio, una de las más utilizadas fue la satanización del comunismo, que fácilmente admitió el sector religioso. Los más firmes opositores del movimiento agrarista los acusaban de violentos, de socialistas y de bolcheviques. Hay que dejar asentado que por ese año de 1931 gobernaba la entidad el Teniente Coronel Adalberto Tejeda y que en el país tenía la responsabilidad suprema de dirigir los destinos de los mexicanos el ingeniero Pascual Ortiz Rubio, aunque el jefe máximo seguía siendo Plutarco Elías Calles. El gobernador Tejeda se había caracterizado por su apoyo a los agraristas y por su afán de desfanatizar al pueblo. Es de entenderse que en la localidad de Huatusco había grupos que respaldaban sus políticas y otros que se resistían a tales directrices. Fanáticos de ambos bandos externaban sus puntos de vista y procedían en consecuencia.
El escritor huatusqueño Jorge López Páez, autor de varias obras y hermano de Marcelino, en su novela “Los cerros azules” aborda literariamente en uno de sus capítulos el trágico acontecimiento referido. Dicho autor, entre otras cosas, relata las características de esa “Villa Niebla” (que es Huatusco) y apunta que en ese espacio geográfico, además de la niebla, de los rumores y del chipi chipi, había un sacerdote activo y controlador de la feligresía (el Padre Teódulo). Alude también a la tragedia del Padre Camo, que fue herido de gravedad por cuestiones del orden personal. Ello, en la trama, fue motivo para avivar sentimientos innobles de venganza en contra de personas de la misma localidad que se suponían adversarios a la fe cristiana. Pueblo chico e infierno grande. Al morir el Padre Camo, cuando se llevaba su cuerpo al cementerio, se suscita el homicidio colectivo, el linchamiento brutal, al grito de consignas teológicas. En ese infausto mes de junio, corrió sangre en ese pueblo tranquilo de las “campiñas de la esperanza”. Suceso sombrío que lastima y debe quedarse en ese pretérito controvertido y oscurantista.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
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