A través de la historia de la humanidad se ha comprobado la discriminación brutal contra el género femenino, fenómeno que se reitera a lo largo de los siglos y que en menor escala sigue vigente en el tercer milenio, durante este siglo XXI. No está por decir que en la Grecia donde brillaba el pensador Aristóteles, personaje continuador de la labor filosófica de Sócrates y Platón, éste consideraba a las mujeres como seres húmedos y fríos, algo así como entes defectuosos; suponían erróneamente esos antecesores que el cerebro femenino no tenía capacidad para llevar al cabo tareas intelectuales complejas. Emmanuel Kant se atrevió a proferir: “A una mujer geómetra bien podría salirle barba” y el español Gregorio Marañón quiso enmendar la plana y se exhibió lamentablemente, al manifestar: “Las mujeres que destacan por su ingenio tenían algo de masculino”. Y ya el que se “voló la barda” al respecto fue el filósofo germano Arthur Schopenahuer, pensador atrabiliario y pesimista, además de misógino, quien en el siglo XIX declaró: “Las mujeres son animales de pelo largo e ideas cortas”, agregando que las féminas no están destinadas ni a los grandes trabajos de la inteligencia ni a los grandes esfuerzos materiales; padecen miopía intelectual y su horizonte es muy pequeño.
Todas esas expresiones ofensivas y machistas que prevalecieron durante mucho tiempo han quedado en evidencia ante una realidad inobjetable y se ha demostrado que la mujer tiene similar potencial cognoscitivo que el hombre y puede proyectarse en lo físico – psíquico de manera sorprendente. Ahora ya situados en el siglo XXI resulta inconcebible –ante los avances científicos y las comprobaciones objetivas múltiples al respecto – que todavía persista el desprecio y la discriminación hacia el sexo femenino. Un intelectual contemporáneo que se avergüenza de las sandeces y abominables comentarios de anteriores personajes reconocidos, dirigidos al denominado “sector débil”, reflexiona en los siguientes términos: “… se perpetúa una desigualdad real que ya no puede explicarse apelando a las leyes, a la religión o a la falta de educación de las mujeres. De ahí que sea tan importante analizar los mecanismos sutiles y a menudo inconscientes que operan en las artes plásticas, el cine, la publicidad, el deporte, la ciencia, el teatro, la literatura, la tecnología… en lo que se refiere a la representación de mujeres y hombres, una representación de cuya influencia sobre la realidad somos cada vez más conscientes…” Las féminas, hablando claro, ya están presentes en todos los escenarios de la cultura y también en los ámbitos de la investigación y de la ciencia aplicada. A continuación me referiré a tres célebres damas científicas que ofrecen a la humanidad significativas aportaciones.
En principio me referiré a la ilustre y esforzada investigadora oriunda de Varsovia, a la gran Marie Curie (1867 – 1934), científica polaca nacionalizada francesa que fue pionera en el campo de la radioactividad, misma que padeció discriminaciones por parte del consejo parisino de notables de la ciencia, rebelándose en varias ocasiones y recibiendo represalias así como reprimendas; su orgullo y su fortaleza de carácter le permitieron seguir adelante y demostrar con su trabajo titánico la grandeza de su genialidad. Con su esposo Pierre Curie y el físico Henry Becquerel compartió el Premio Nobel de Física en 1903; descubrió dos elementos químicos: el polonio y el radio, efectuando estudios avanzados sobre el fenómeno de la radioactividad (término que ella acuñó). Fallecido su esposo Pierre, a consecuencia de un accidente vial, sufrió una temporada depresiva, la cual la supera en razón de su vigor anímico. Fue la primera mujer en ocupar un puesto de profesora en la Universidad de París y es la única persona que ha obtenidos dos Premios Nobel, ya que después de su logro académico en 1903 (en Física), en 1911, en solitario, se hizo merecedora al Premio Nobel de Química. Bajo sus
directrices se llevaron a cabo los primeros estudios en el tratamiento de las neoplasias, indicando a médicos ameritados los beneficios de la radioterapia; creó los primeros centros radiológicos para uso militar; recibió reconocimientos en varios países e intervino (única fémina) en el Congreso de los Grandes Físicos (Solvay, 1911) compartiendo proyectos y experiencias con entes eminentes como Albert Einstein. Fue sepultada con honores en el Panteón principal de la Ciudad Luz.
Por otra parte, la británica Ada Lovelace (1815 -1852), en el siglo XIX, quien únicamente vivió 37 años, deja a la posteridad un destello brillante de su talento y de su creatividad. Fue hija del poeta Lord Byron y de la matemática Annabella Milbanke, quedando bajo la responsabilidad de su progenitora tras la separación de sus padres. Heredó la capacidad analítica y aptitudes cuantitativas – simbólicas de Annabella y gracias a su relación con el matemático Charles Babbaje la genial Ada creó el primer algoritmo de la historia que posibilitó a la máquina de Charles hacer cálculos, almacenar datos y configurar programas, convirtiéndose (en el siglo XIX) en la primera programadora de computadoras de la historia. A ella “le debemos todo lo que somos y respiramos en la contemporánea era digital”. Fue una dama visionaria poco reconocida en su época; Charles Babbage, al escribirle al científico renombrado Michael Faraday (descubridor de la electrólisis y de la inducción magnética) sobre las cualidades de Ada, expresó elocuentemente: “Esta maga ha dominado con su hechizo la más abstracta de las ciencias. La ha aprendido con una fuerza de la que apenas ningún intelecto masculino es capaz, por lo menos en nuestro país”. Ciento veintisiete años después de su deceso el Departamento de Defensa de los E.E.U.U. enalteció los aportes de la ilustre matemática inglesa y creó un lenguaje de programación llamado Ada.
Por último haré mención de la científica teutona Lise Meitner (1978 – 1968), quedando para otro comentario otras tres luminarias del género femenino que dejaron huellas importantes en el campo de la investigación y de la tecnología; sobre Lise Meitner puedo mencionar que albergó una gran pasión por los estudios científicos y que sufrió ante la discriminación existente en su época hacia las mujeres, toda vez que las universidades públicas únicamente matriculaban a varones. Merced al respaldo de sus padres y a sus capacidades intelectuales logró ser admitida en 1901 en la Universidad de Viena, viendo coronados sus empeños y sacrificios con la obtención del doctorado en esa egregia institución superior. Como profesionista estableció contacto en Berlín con el científico Otto Hahn y conformaron un equipo consistente a lo largo de 3 décadas, investigando particularidades y aplicaciones de la radiactividad; publicó tratados, ensayos y artículos como sus hallazgos y tesis. Fue catedrática de la Universidad de Berlín; a pesar de sus compromisos académicos diversos siguió coadyuvando con Otto Hahn e intervinieron de manera destacada en el descubrimiento de la fisión nuclear, oponiéndose ella a la utilización bélica de sus aportaciones a la ciencia (estuvo en desacuerdo con la producción de armas nucleares, de bombas mortíferas con efectos catastróficos). La Academia sueca fue injusta con Lise Meitner, pues en 1944 Otto Hahn recibió el Premio Nobel de Química con aportaciones de Lise Meitner; ella ni siquiera fue mencionada aunque la comunidad científica sigue reconociéndola. Einstein la denominó “La Marie Curie alemana”.
En definitiva podemos decir que los machistas, los discriminadores feministas y los misóginos quedaron al final en evidencia y que Schopenahuer se avergonzaría hoy de sus aseveraciones estultas. Las mujeres son sólidas en lo académico – intelectual y sorprendentes en el terreno físico – atlético.
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Atentamente
Prof. Jorge E. Lara de la Fraga |
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