Hace como 11 años (en 2010) leí en un conversatorio algo de lo que hoy vuelvo a externar. En ese entonces gobernaba el país el panista Felipe Calderón Hinojosa; al poco tiempo lo relevó en la responsabilidad de conducir los destinos de México el priísta Enrique Peña Nieto y hoy ejerce el mando supremo el morenista Andrés Manuel López Obrador. Más allá del personaje o del partido político que ostente el poder es muy importante el comportamiento digno de la ciudadanía, para exigir que sus representantes populares en verdad cumplan con su cometido. Se vale la puntual exigencia, la propuesta transparente, la demanda justificada y la probable presión popular; no así la indiferencia, la complicidad pasiva ante la problemática o el sometimiento vergonzoso de los individuos a la autoridad en turno. En pláticas informales con compañeros, amigos y conocidos surge por lo regular el comentario sobre la actitud a adoptar por el conglomerado y por cada individuo ante las tropelías, injusticias y deficiencias que observamos a nuestro derredor. Algunos exponen la necesidad de actuar organizadamente para tratar de componer las cosas y otros son de la idea que es mejor hacerse a un lado, no meterse en problemas y atender cada cual sus particulares asuntos. Ahí está el meollo del singular problema: o se interviene y se participa para enmendar una cuestión anómala o bien de manera cómoda se hace uno a un lado y se esconde la cabeza en la tierra como los avestruces.
Resulta lamentable que varias personas indiquen hasta con orgullo que no se interesan por las cuestiones políticas, que no quieren saber nada de las maniobras turbias de los representantes populares y de los funcionarios, dejando que éstos prosigan con sus fechorías y con sus acciones depredadoras. Habrá que indicarles a esas “buenas conciencias”, a esos buenos y mansos de corazón, la necesidad de ponerles obstáculos a esos hampones de cuello blanco que se apropian de los bienes públicos; habrá que enfatizarles a esas comodinas personas que su cometido ciudadano no culmina con la emisión de un voto sino con la comprobación de que ese “servidor de la comunidad” en verdad cumpla con su función y con las promesas vertidas en la campaña. Si en nuestro país anhelamos un verdadero cambio tenemos que iniciar por nosotros mismos; ya estuvo bien de ser conformistas y aceptar como algo natural los fraudes de los políticos; de no importarnos la opacidad, la impunidad y la ausencia de transparencia de las dependencias
gubernamentales; ya estuvo bien de observar con displicencia las atrocidades cometidas por elementos inescrupulosos que aun conociéndose sus fechorías gozan de impunidad.
Urgen comportamientos de la sociedad civil que se traduzcan en propuestas, en proyectos reivindicativos, en críticas constructivas, a fin de poner en la mesa del debate tópicos y problemas de interés común. Se requiere que como comunidad luchemos por cuestiones viables y obliguemos a nuestros Diputados y Senadores a que cumplan con su responsabilidad socio-política, con la consecuente participación de todos los interesados. Debemos entender que habrá que transformar esa molicie, indiferencia y apatía de muchos por una visión de rebeldía, de inquietud positiva, de lucha constante contra las inercias aletargantes. De nada vale un territorio con múltiples fortalezas naturales si no cuenta con ciudadanos participativos que lo aprovechen de manera sustentable y con espíritu solidario. Se apuesta por la presencia de mexicanos empeñosos, valerosos, combativos, que no se amilanen a las primeras de cambio. Urgen compatriotas que se nieguen a ser testigos impávidos del colapso moral existente en nuestra Nación, dispuestos a alzar siempre la voz, con la obligación de vivir en la indignación permanente, criticando, denunciando, proponiendo y sacudiendo las conciencias.
Por ese camino de las mejores intenciones habrá que darle un giro de 180 grados a la formación de las nuevas generaciones para que en verdad promisorios seres se conviertan en protagonistas de un México digno y trascendente; ya no queremos que en los planteles escolares deformen a los infantes en lugar de ofrecerles herramientas y recursos para que proyecten sus potencialidades; nos oponemos a que los educandos sean “… víctimas de una escuela pública que crea ciudadanos apáticos, entrenados para obedecer en vez de actuar; educados para memorizar en vez de cuestionar. Entrenados para aceptar los problemas en vez de preguntarse cómo resolverlos…”. Es preferible, en estas circunstancias de emergencia, “prender una vela que maldecir en la oscuridad”.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
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