Tengo la plena certeza que la amenaza del coronavirus y sus efectos correspondientes afectarán a nuestro país, pero será superada tal pandemia con la intervención dinámica y responsable de las autoridades y de la comunidad mexicana. Se están considerando desde ahora los protocolos de rigor, se revisan acuciosamente los pacientes con sospechas del virus y ante lo peor se han establecido medidas de confinamiento o cuarentena para los enfermos graves. Además, en este mundo global y singularmente comunicado, en su momento se podrían aprovechar las experiencias de las naciones que han controlado o disminuido los peligros reproductivos de tal flagelo. Ojalá pudiera decir lo mismo con respecto al asunto social – cultural y político del machismo y la misoginia en nuestro territorio patrio, pues tal herencia atávica está tan enraizada que requerirá de supremos esfuerzos, de acciones a fondo, de compromisos compartidos, para salir paulatinamente de ese bache sombrío y vergonzoso protagonizado por individuos patológicos y atrabiliarios que se escudan en el rol protagónico del patriarca benefactor.
En mi caso personal puedo mencionarles que fui formado o deformado a la usanza tradicional, donde el varón debe aguantar, no puede llorar y a su tiempo, en el devenir próximo, operar como el soporte material – económico – moral del ámbito hogareño, el protector del “rebaño familiar”. Circunstancias especiales al interior de mi hogar, ante la ausencia temporal larga del progenitor, tuve que afrontar la encomienda muy joven (a los 20 años), de ser el apoyo de mi madre y también el padre sustituto de mis hermanos. Sin entrar en detalles reconozco que varias veces fui brusco y exigente con mis consanguíneos para que ellos me obedecieran y, en cierta proporción, reproduje el modelo impropio del tirano o “el mandón” inflexible. Posteriormente superé esos errores dictatoriales y como docente busqué las maneras de entenderme mejor con esos adolescentes y niños que anhelaban atención, respaldo afectivo y pautas claras para desenvolverse en los ámbitos educativos y en los escenarios comunitarios. A fin de cuentas y es justo reconocerlo procedí como un elemento machista en una familia de 9 vástagos, donde predominaban los hombres y únicamente 3 mujeres completaban el cuadro. Hoy puedo decirles que esas vivencias me han transformado y procedo más civilizadamente con mi sufrida, abnegada mujer, con mis hijos y con mis entrañables nietos.
Todo “ese rollo personal” lo traigo a colación porque muchos mexicanos y familias completas del terruño patrio cargamos el pesado fardo del patriarcado (predominio varonil), con todos sus defectos y excesos, lo cual no puede borrarse de un plumazo, con intenciones de buena voluntad o cumpliendo con normas
estereotipadas de escritorio. Saludable y necesaria en todos los sentidos fue la expresión multitudinaria de rebeldía de las mujeres que reclamaron sus justos derechos humanos de igualdad, justicia y libertad, oponiéndose al trato discriminatorio, al machismo acosador, así como al comportamiento misógino, sin dejar de lado y poniendo énfasis sobre el pertinente combate al feminicidio alarmante por parte de las instancias gubernamentales y de los organismos humanitarios de género. Sobre el entendido de que nos movemos en medio de escenarios arcaicos, mojigatos, conservadores y hostiles al cambio, la comunidad mexicana tiene que afrontar el reto impostergable de empezar a cambiar y nadie debe escabullir el bulto. En un solo sentido, gobernantes y gobernados, sociedad civil e instituciones, hogares y escuelas, iglesias, medios de comunicación y seres de las diversas ideologías y clases sociales, tenemos que ponerle un dique a las felonías cavernícolas – machistas, establecer un nuevo paradigma que signifique el ser dador de vida, a esa persona que representa el núcleo aglutinador de toda la familia. Las féminas deben ser consideradas con respeto, enalteciendo sus múltiples aportaciones al conglomerado, dejando en el olvido el concepto distorsionado de ser catalogadas como objetos a poseer, a ser maltratadas y expuestas a las peores villanías.
Nunca olvidemos lo que aconteció en días pasados: “Los sonidos de la furia y el silencio retumbaron por todo el país. Las movilizaciones de las mujeres demuestran tanto el hartazgo contra la violencia que las oprime como su decisión de transformar drásticamente la estructura social y cultural que sistemáticamente las pone en peligro…” Definitivamente hace falta institucionalizar el nuevo orden mental en las instancias del Estado y en la sociedad civil. Por favor, basta ya de máscaras ideológicas y de posturas demagógicas sobre este asunto medular; no se vale el doble discurso, que sean los hechos los que avalen las palabras y propuestas. Se repudia el comportamiento de elementos machistas y misóginos que hoy se asumen como defensores aguerridos de las humilladas y víctimas de siempre.
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Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de La Fraga |
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