En medio de la crisis mundial, de los conflictos nacionales, de las divergencias ideológicas, de las confrontaciones bélicas entre naciones y con una amenaza persistente y progresiva de la pandemia sanitaria, el Papa Francisco también es víctima de las críticas internas y de los infundios orquestados contra su investidura por los sectores retardatarios del Vaticano. Desde el inicio de su pontificado, hace siete años y medio en el 2013, Bergoglio experimentó o sintió la frialdad y el rechazo de cardenales acostumbrados al boato, a los lujos desmedidos y a la magnificencia, cuando él ha dado testimonios personales de sencillez y de austeridad, alejándose de lo mundano y acercándose más a la gente. Al asumir la dignísima encomienda expresó: “ nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio y que tenemos que abrir los brazos para custodiar a todo el pueblo de Dios y acoger con ternura y afecto a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, a los más débiles, a los más pequeños…” Asimismo ha manifestado en sus mensajes que “el odio, la envidia y la soberbia ensucian la vida y que no sean personas tristes, que nadie les robe la esperanza…” A sus pares, cardenales , obispos y ministros les ha demandado con insistencia ser comprensivos, afectivos y entregados a la labor pastoral, sin dejarse “corromper por el utilitarismo trivial y por los acuerdos debajo de la mesa, montados en los carros lujosos y en los caballos de los faraones actuales…”; también indica poner en ejecución un renovado proceder eucarístico, “quitándose las sandalias y estar de lado de los que sufren; ya no más presbíteros indiferentes y engreídos que se niegan a la comunicación de los divorciados, que sermonean contra el uso del condón, que anulan la presencia de las mujeres, que tapan la pederastia y que propician con su proceder el éxodo de múltiples fieles…”
Es lógico entender o suponer que en ese ámbito exclusivo y misterioso de la cristiandad romana, donde priva la sumisión, los secretos, la cortesanía, las normas inflexibles, los rumores desvaídos y la hipocresía encubierta la presencia espontánea y fresca de un individuo oriundo del todavía llamado Nuevo Continente cayó como “un balde de agua fría,” máxime cuando varios de esos “príncipes de la iglesia” habían sufragado en el último cónclave por colegas europeos o cardenales italianos. Para colmo de males, el nuevo Pontífice se incorporó con la espada desenvainada y “empezó a mover las tranquila aguas” donde navegan plácidamente las estructuras añejas del organismo eclesiástico establecido por el apóstol Pedro, poniendo en operación un proyecto meditado para reformar la anquilosada Curia Romana, con el propósito central de transparentar las finanzas vaticanas, simplificar la burocracia, agilizar la nulidad matrimonial, emprender una lucha decidida contra la pedofilia, fortalecer la misión evangelizadora y proteger a los menores y a los migrantes. En ese sendero complicado desarrolla su labor Francisco y ha cosechado tanto reconocimientos como ataques virulentos, pero de antemano asimila el pontífice que todo cambio ocasiona enojos y rechazos.
Los enemigos o adversarios del Papa son los cardenales conservadores y los funcionarios de la denominada Curia Romana, destacándose la singular virulencia y el proceder rebelde y agresivo
del obispo Raymond Burke, cardenal norteamericano de inflexible criterio y defensor a ultranza de las normas sagradas de la tradición cristiana. Los detractores de Francisco enlistan sus principales desacuerdos y sus supuestas contradicciones doctrinarias: Ignora las peticiones y preocupaciones de los cardenales, deja de reconocer y respaldar a “Los caballeros de Malta” (organización antigua existente desde la época de las cruzadas), pretende dar la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, se opone a las reglas sagradas y por ello lo tildan de hereje; además se sulfuran porque el pontífice ha manifestado “cierto apoyo” al aborto; se incomodan esos “príncipes piadosos” por la forma “campechana” y sencilla de actuar de su superior jerárquico; les resulta intolerante que ese “ relevo de San Pedro” salude de mano a los visitantes y fieles, sin que le besen el anillo ni se arrodillen; se horrorizan porque el sudamericano visualice con “ojos humanos” y sensibilidad cristiana a los inmigrantes. Y el colmo de su atrevida aventura “aventura papal”: el solicitado perdón de la iglesia a las mujeres que abortaron y la disculpa pertinente del Vaticano a la comunidad gay. Para rematar, están en desacuerdo “esos purpurados” con su forma de vivir y con esos hábitos modestos (vivienda pequeña y sin lujos en el Vaticano, sin servidumbre variada, sin auxiliar y el uso de un vehículo normal).
El infatigable y tozudo jesuita (83 años) de buena cepa sigue viento en popa, toma en consideración las embestidas de sus antagonistas pero no pierde el rumbo, él sabe a dónde quiere arribar; ni más ni menos el Papa Francisco tiene una agenda de 5 objetivos medulares: Que la iglesia se incorpore con generosidad a la cultura contemporánea y a los desafíos que enfrentan los seres humanos. Oponerse a ese modelo neoliberal que destruye y que mata a nuestra aldea cósmica, que representa una amenaza a la madre tierra; luchar, en ese tenor, contra el consumismo, el modo insultante de la “vida excelsa” de los países industrializados y a favor de los olvidados. Reformar a la institución católica, para que la iglesia no sea un referente de sumisión, de fiscalía moral o cooptadora de recursos económicos, sino que sea una Iglesia renovada, abierta, servidora, que transpire confianza y afecto; una iglesia más pastoral y participativa. Ajustar “el reloj de la Iglesia”, a fin de estar acorde a las circunstancias y reconocer la complejidad social–cultural de las familias. Esos son los retos del Papa 266 que lidera a 1,200 millones de personas.
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Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga |
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