Jorge E. Lara de la Fraga.
Lo que son las cosas y las circunstancias. El amigo Marcos Pérez Córdoba y un servidor, en nuestros inicios como docentes, estuvimos como pupilos en una casa de la localidad de Córdoba, Ver. En ese sitio, en ese inmueble – después lo supimos- nació en el siglo XIX (1855) el ilustre pedagogo Carrillo.
Carlos A. Carrillo fue canalizado o inducido inicialmente hacia los estudios jurídicos, por la presión familiar y las opiniones externas, pero después por decisión propia se incorporó con decisión y entrega al servicio educativo. Si bien “vio la primera luz” en Córdoba, muy pequeño con sus progenitores pasó a residir en la localidad de Xalapa, aprendiendo a leer y escribir a los 5 años y distinguiéndose como un alumno sobresaliente tanto en el nivel básico como en los estudios medios y superiores, a pesar de sus afecciones bronquiales – asmáticas. En su corta existencia (38 años) el ilustre y proactivo maestro asimiló y aplicó los lineamientos pedagógicos innovadores que en ese siglo XIX se gestaron y se proyectaron en Europa y en los Estados Unidos. Su pensamiento acucioso y su sensibilidad formativa le permitieron entender los textos extranjeros y traducirlos, para mejorar su quehacer humanístico así como para ofrecer a la comunidad docente senderos o pautas para sus acciones magisteriales.
Para nuestro personaje el ser hijo de un ciudadano con filiación conservadora y el haber estudiado un tiempo en el Seminario Conciliar, le acarrearon injustamente tales cuestiones diversos contratiempos, ataques, oposiciones y otros “dolores de cabeza”. Es necesario consignar al respecto que tal clima de prejuicios ideológicos lo obligaron a salir de la Escuela Normal Veracruzana para laborar en la Ciudad de México, como docente de la Escuela Nacional de Maestros. El tiempo y su trabajo trascendente, así como sus aportaciones en artículos y en documentos pedagógicos, demostraron que Carlos A. Carrillo estaba más allá de lo que pregonaban sus detractores gratuitos y que el cordobés genial era un transformador nato, un revolucionario en las áreas educacionales, mismo que no se andaba por las ramas. En uno de sus comentarios después de relatar situaciones abominables observadas en varios planteles, asevera de manera concluyente que en el escenario nacional (del siglo XIX) persiste la desorganización, proliferan los textos escolares inapropiados, se utiliza una metodología arcaica y es evidente la ausencia de lineamientos o directrices institucionales.
Aun con el marbete o el sambenito de retrógrado o persignado, Carrillo expresaba sobre los progresos de la ciencia, de su importancia en el desarrollo de la humanidad, de la necesidad imprescindible de voltear los ojos a lo evidente, hacia los fenómenos circundantes, de respaldarse en la naturaleza para el tratamiento de tópicos importantes e interesantes. En otro orden de ideas, también indicaba que el lector no se circunscribiera a reproducir mecánicamente los signos gráficos, sino que de cada lección, párrafo o texto el niño o el
joven explicara lo entendido, resumiera la ideas principales e interrogara a un profesor o se formulara preguntas y pudiera, en su momento, reproducir con otros términos el contenido de la lectura. En síntesis, para Carlos A. Carrillo, leer era entender y profería: “Aprender palabras no es repetir sonidos, sino conocer significados.”
De su polifacético patrimonio didáctico enlisto o manifiesto a continuación sugerencias, precisiones o lineamientos generales para la labor aúlica significativa de los docentes: privilegiar en los educandos el razonamiento, la imaginación, la actividad creativa y el análisis crítico; en el terreno matemático-geométrico, transitar de lo concreto a lo abstracto, de lo simple a lo complejo, de la fase objetiva y representación gráfica, aterrizar en la fase simbólica; en el campo lingüístico – ortográfico: menos reglas, más ejercicios, utilizando los términos o palabras en enunciados o frases. Por cuanto a lo histórico-geográfico: darle atención a los aspectos importantes, a las cuestiones básicas, no a los datos intrascendentes. Para la evaluación no utilizar únicamente exámenes tradicionales sino considerar, además de las pruebas, asuntos cardinales como el cumplimiento eficiente de las tareas, las intervenciones en clase, la elaboración de trabajos (una evaluación integral); usar, por otra parte, adecuada y funcionalmente el diccionario, utilizando los nuevos términos y sinónimos en expresiones propias y espontáneas de los escolares. Para rematar el párrafo, el insigne Carrillo indicaba que era menester incorporar, utilizar el juego, la actividad lúdica durante la jornada escolar, sobre el entendido de que el juego tranquiliza, canaliza energías y alegra a los infantes.
Abrigo esperanzas de que el presente siglo XXI represente la oportunidad en México de superar rezagos y de abatir inercias aletargantes en los escenarios educacionales; que los avances científicos – tecnológicos, el uso de los recursos digitales, el protagonismo crítico y autocrítico del magisterio nacional así como las pertinentes directrices pedagógicas gubernamentales, sean los motores o dínamos para salir del atolladero tradicionalista. Entender que la ciencia es algo con la cual debemos tener una relación directa, perderle el miedo y hacer que las nuevas generaciones se identifiquen de manera natural con ella. Los docentes – tal como lo preconizaba Carlos A. Carrillo – deben operar como verdaderos seductores de la actividad investigadora y hacer de sus aulas espacios de análisis, foros de discusión y laboratorios interactivos para redescubrir los fenómenos biológicos y físico – químicos.
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Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
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