El 25 de agosto del presente año se realizó el 37 Maratón de la Ciudad de México, con una participación de 25,000 corredores que recorrieron los 42 kilómetros y metros adicionales desde las instalaciones de la Ciudad Universitaria hasta el Zócalo capitalino. La justa estuvo bien organizada, con los controles respectivos y los apoyos a los esforzados competidores, a través de estratégicas áreas de hidratación y avituallamiento. Fruto de la responsabilidad de los organizadores y de la experiencia obtenida desde hace tres decenios y medio, esta competencia de larga distancia se ha hecho famosa en todo el orbe, toda vez que nuestro país y particularmente la Capital de la República cuenta con la distinción Etiqueta Oro, porque es donde se lleva a efecto uno de los 10 maratones más importantes a nivel mundial.
Para cumplir con esa distinción de honor y excelencia se convoca cada año a corredores de élite, tanto nacionales como extranjeros, así como a atletas de alto rendimiento que poseen marcas universales en las competencias de larga distancia. Puede decirse con orgullo que desde el año de 1983, cuando se desarrolló por primera vez esa competencia fatigante en México, se ha ofrendado el máximo esfuerzo para que el proyecto alcance las metas deseadas. Al paso de los años se han superado omisiones y deficiencias y este 2019 tal justa atlética cumplió con las expectativas, premiando decorosamente a los triunfadores. Los vencedores absolutos fueron Vivian Kiplagat (nuevo récord femenino) y Duncan Maiyo, ambos kenianos, dándose el caso de que nuevamente la supremacía africana se hizo evidente con elementos etíopes, eritreos y sudafricanos.
En torno al tema les manifiesto que en 1988, año en que “se cayó” el sistema en el proceso electoral, me atreví a participar en esa prueba de largo aliento y con el apoyo de mis familiares y amigos me inscribí oportunamente para estar en el sitio de salida del VI Maratón Internacional, con mis “arreos de combate” y portando con alegría el número 8689. El egreso de atletas fue tumultuario en ese Autódromo Hermanos Rodríguez; fue sorprendente observar esa marejada humana que fácilmente rebasó los 43,000 elementos. Ese inicio fue lento, no se podía correr y un buen trecho se hizo caminando; mientras ello acontecía reflexionaba lo planeado con antelación: ir colocándome en ese fila de personas y tomar mi ritmo; “no quemarme” a las primeras de cambio, de ser posible hallar acompañantes del mismo nivel para que en equipo hacer más llevadera la tarea. En razón de espacio sólo les diré que hasta los 21 kilómetros no tuve dificultades mayores, pero lo peor estaba por venir.
Aunque en esa ocasión ya tenía 46 años de existencia, almacenaba experiencias de carreras realizadas en la provincia; por lo menos tenía constancias de participación en justas de 5, 10, 15, 21 y 30 kilómetros, además iba pertrechado con un entrenamiento para sobrevivir a lo largo de ese “esfuerzo maratónico”. A pesar de lo anterior abrigaba mis dudas sobre los efectos que me podría causar la altura de la metrópoli; mi mente y mi confianza fueron determinantes para proseguir la lucha en medio de ejércitos diezmados por las dolencias, calambres, agotamientos, heridas en los pies y alteraciones cardíacas. Después de transitar los 30,000 metros experimenté angustia e incertidumbre porque mis pies me pesaban como plomo y esos últimos 12 kilómetros fueron para mí
catastróficos, pero me crecí al castigo y alcancé la meta, con un tiempo cercano a las 5 horas de agonía y de éxtasis.
Todavía corrí 2 maratones más en la ciudad de Xalapa, pero a los 65 años dejé las competencias a un lado y seguí con mis actividades aeróbicas diarias para gozar de buena salud y mantenerme activo. Admiro a las personas de la tercera edad que todavía están en el duro trajinar de la contienda y aprovecho por ello las circunstancias para animar a toda esa gente estática e indolente, para que se anime a estar en contacto con la naturaleza y para que transpire optimismo y afán de vivir, caminando, trotando o corriendo.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
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