Jorge E. Lara de la Fraga.
Domingo Cruz López ya no estará físicamente con nosotros, el martes 27 de abril del presente año, a los 82 años de existencia, el buen amigo “alzó el vuelo” para observar mejor a su plantel entrañable desde las alturas. Hombre inquieto, enterado, afectuoso y sincero, que aprendió en los escenarios de la realidad, sin culminar la instrucción primaria, la sabiduría del buen juicio. Jóvenes de múltiples generaciones establecieron contacto con él e hilvanaron experiencias sensibles por esas épocas imborrables tan apreciadas por los muchachos dinámicos, que después se proyectaron con tesón y responsabilidad en la formación de niños y adolescentes de nuestro país. Su modesta casa, con el respaldo de su abnegada compañera, siempre estaba abierta para todo aquel que requería un taco, un consuelo o un consejo; alumnas o alumnos normalistas que atravesaron por momentos emergentes encontraban en su persona al ser paciente que los escuchaba y apoyaba anímicamente en tales tramos aflictivos.
Más de medio siglo estuvo vinculado a la dinámica socio-pedagógica de la BENV; se entusiasmaba ante los logros y avances del colegio rebsameniano, preocupándose también ante los problemas, las divisiones internas o ante los ataques contra el egregio y centenario centro de estudios. Serenatas, convivencias, cotejos deportivos, eventos culturales y acciones diversas de los anexos didácticos fueron capturados por la lente audaz y ágil de su cámara fotográfica. Conoció a los vikingos, aztecas y quetzales; asimismo a los contingentes con estudios de 4 años en el nivel profesional como los escuadrones de reforma, los olímpicos, mundiales, latinos y continentales. Se identificó en otros lapsos cronológicos con los zorrillos, burros, zopilotes, ratones, mayates y fauna adicional (piolines, grillos, dragones, caracoles, perros, avestruces, conejos). Más entrado en años de edad testificó las peripecias de los castores, pichones, tucanes, tortugas… En el cenit de su existencia, desfilaron ante sus cansados ojos los macacos, pulpos, suricatos, las chachalacas y catarinas, así como los gatos, tegogolos, chaquistes, campamochas y otras generaciones que escapan a mi añeja retentiva, pero que “Don Domingo” no desconocía ni olvidaba; es más, en ocasiones citaba de memoria a egresados singulares de los variados contingentes que pasaron por las aulas de la Benemérita.
De manera ufana y optimista indicaba que su felicidad residía en la amistad y en el afecto de los normalistas; si bien carecía de recursos materiales y económicos se fortalecía con la identificación cotidiana que efectuaba con esa colectividad juvenil que se preparaba
para encauzar a la niñez y a la juventud. Su carácter y sensibilidad le permitieron compartir con muchas generaciones vivencias, alegrías y también lapsos melancólicos. Disfrutaba de los eventos artísticos-culturales y no se perdía los encuentros deportivos donde las selecciones normalistas ofrendaban sus óptimos esfuerzos y destrezas para imponerse a equipos aguerridos de otras instituciones. Para nada fue ajeno a los certámenes académicos y a las programaciones pedagógicas; si bien no en todos los casos podía estar presente, poseía información relevante sobre los ámbitos donde participarían los equipos expositores o donde serían las mesas de análisis, el lugar específico donde expertos invitados darían conferencias magistrales o el sitio específico para determinado simposio o para una mesa redonda. Un día, ya jubilado, arribé a mi entrañable colegio y fue Domingo quien me orientó para no perderme una plática o exposición brillante de un pedagogo extranjero. Para nada olvido su presencia singular en las ceremonias de entrega de documentos recepcionales por parte de la máxima autoridad del Gobierno del Estado, acompañado por los funcionarios educativos y por el personal directivo del plantel.
Se expresa coloquialmente que “el que siembra, cosecha” y ello se puede confirmar en casos de la vida real. Hay quienes proceden de buena fe y se hacen acreedores al reconocimiento y al cariño de sus semejantes; otros elementos, en cambio, se caracterizan por sus infames tratos, ofensas o por humillar a las personas, ante lo cual finalmente esos individuos son evaluados negativamente y casi nadie busca su compañía o amistad. El fotógrafo Domingo se agenció, a lo largo de su trayectoria laboral en la Normal, el respeto del alumnado, el afecto de los padres de familia y el reconocimiento del personal de la comunidad docente. Se significó -reitero- por su sencillez, honorabilidad y afán de servicio; trataba en todo momento de apoyar a quien se le acercaba en momentos álgidos y accedía con comedimiento a manifestar su opinión sobre la problemática institucional circundante.
El fraterno Cruz López fue incinerado el mismo día de su deceso y ahora recuerdo que algunos olvidadizos no le pagaron instantáneas que el difunto les proporcionó oportunamente. A partir de hoy transitará mágicamente en la memoria colectiva de todos aquellos que lo conocimos en la escuela formadora de docentes, a la que él ofrendó buena parte de su noble labor y existencia.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga. |
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