“Va mi espada en prenda, voy por ella”; esa expresión aguerrida se le ha atribuido al heroico duranguense que fue el primer presidente de nuestro país, mismo que durante su suprema gestión republicana de 4 años estableció una forma representativa y federal de gobierno, ofreciendo la igualdad de todos los mexicanos ante la ley y permitiendo el funcionamiento de los 3 Poderes de la Unión: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Fue ni más ni menos que Guadalupe Victoria quien determina, con la derrota del último bastión de los españoles en el recinto de San Juan de Ulúa, la plena culminación de la independencia y el surgimiento esplendente de un México vigoroso ante el concierto de las naciones, sin demeritar su trascendencia en los campos culturales y pedagógicos. El pasado 21 de marzo de este 2021 se le tributó merecido homenaje oficial póstumo el mencionado personaje, a 178 años de su fallecimiento, con la mención necesaria de que sus restos yacen en el Monumento a la Independencia, junto a los de Miguel Hidalgo, José María Morelos, Vicente Guerrero y Nicolás Bravo. Estoy releyendo la novela histórica alusiva a Guadalupe Victoria, escrita por el ensayista, cuentista y guionista de cine Eugenio Aguirre y en verdad que representa un esfuerzo interesante para rescatar varias de las características y muchos de los rasgos desconocidos de ese hombre singular que nace en 1786 en la villa de Tamazula, Durango y que responde al nombre original de José Miguel Ramón Adaucto Fernández Félix.
La azarosa existencia de Guadalupe Victoria, denominación que él se adjudica en su lucha contra los realistas, en alusión a la imagen religiosa del Tepeyac y a su determinación de vencer a los conquistadores españoles, se desarrolla a lo largo del texto que les menciono, donde se relatan sus estudios de jurisprudencia y filosofía en el Colegio de San Ildefonso, la obtención del grado de Bachiller en la Real y Pontificia Universidad de México, sus iniciales pasos en la Guerra de Independencia y su identificación con los ideales de Morelos, Galeana, los Bravo, Matamoros, Mina, Padre Torres y Guerrero. Se significa por su entereza, lealtad, valentía y dignidad, cuando al mando de sus hombres, en los años 1814 y 1815, se convierte en un verdadero “dolor de cabeza” para los gachupines en un punto clave de nuestra geografía, entre el Puerto de Veracruz y la Ciudad de México (Puente del Rey, hoy Puente Nacional), en razón de sus audaces embestidas guerrilleras.
A propósito, entre 1815 y 1816, Guadalupe Victoria establece su centro de operaciones en Huatusco, con base en la ubicación estratégica del lugar y de sus características montañosas y selváticas. Como Lugarteniente General determina que se “fundan” ahí piezas de artillería y que se fabriquen armas y municiones, estructurando además lo que se denominó el Batallón de la República. El Virrey de la Nueva España y el militar realista Calleja del Rey le ponen precio a su cabeza y mientras muchos sublevados se subordinan al indulto, son ultimados o son encarcelados, el oriundo de Durango se interna en el año de 1819 en la selva veracruzana, de manera solitaria durante 33 meses, sobreviviendo de manera estoica, escondido en cuevas y alimentándose de animales de
monte, insectos, de hierbas y raíces. Los españoles lo dan por muerto y en los meses intermedios de 1821 retorna al escenario nacional. En 1823 se le declara Benemérito de la Patria; el mismo Antonio López de Santa Anna le reconoce su heroísmo en la gesta independentista y obtiene el grado de General de División. En 1824 se le elige como el Primer Presidente de México, fungiendo como Vicepresidente el General Nicolás Bravo.
Les recomiendo a los lectores que se identifiquen con esa novela histórica y se percaten de las fortalezas y debilidades de ese antepasado, que como todo humano fue poseedor de virtudes y también de defectos. Su existencia no fue nada fácil, queda huérfano a temprana edad, tiene episodios epilépticos adquiridos y tiene que laborar desde niño para sostenerse y poder estudiar. En las páginas de esa obra que menciono se dejan entrever la inteligencia, la pasión revolucionaria y la retentiva del protagonista, sin dejar de lado su timidez y el rechazo a las alabanzas de sus amigos, colaboradores y compañeros de lucha.
Ese singular prohombre se desenvuelve como Primer Mandatario del país de 1824 a 1829 y después ocupa otros cargos de elección popular o desempeña comisiones oficiales, tales como Gobernador del Estado de Veracruz, Comandante General del Estado de Veracruz, Comandante General del Estado de Puebla, Senador por el Estado de Durango, Comandante de la Plaza de Veracruz y fue representante de nuestro país, ante los delegados franceses, en el conflicto denominado “Guerra de los pasteles”. Muere Guadalupe Victoria en la Fortaleza de San Carlos (museo y recinto cultural) de Perote, Veracruz, a la edad de 57 años. Tal patriota duranguense, de corazón jarocho, hereda para la posteridad –en estos tiempos de crisis de valores- su carácter inquebrantable, su disciplina espartana, su honestidad, su entrega a la causa libertaria, su valentía, su congruencia, su espíritu incluyente y su desinterés por el boato y por los bienes materiales.
Atentamente
Profr. Jorge E. Lara de la Fraga |
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